Remembranzas 2020 08 06
Releeré a Marco Aurelio, en sus “Meditaciones. Enseñanzas para una conducta moral” pero comenzando por el último Libro, el XII Espacio, lo tengo: aquí en mi terraza después de haber puesto comida a los pájaros en “la jaula sin barrotes”, ¿Quiénes vendrán, gorriones, herrerillos, algún pájaro carpintero de hermosos colores? ¿Qué más da? Y después de haber dado de beber a las plantas, como decía Sitino, jardinero del Palais de Taroudant, en donde pasé un mes en respuesta a aquel telegrama: “¡Ven! ¡No puedo más!”. Lo cuento en Jhany, una búsqueda (no Johny), cuando regresé a ese oasis, sin reloj, vestido a la usanza del lugar y rigiéndome por los cantos del almuédano en las cinco veces que llamaba a la oración desde el alminar de su mezquita. Y por las horas establecidas para las comidas en el Hotel en que se había transformado el Palais del bey, pero casi sin tocar a nada de su estructura, grandes murallas, jardines, estancias, terrazas, impresionante palmeral…
“Hacia las cinco de la mañana amanece Dios en este tiempo. La claridad se adentra por la pequeña ventana y por la cristalera de la puerta principal, junto con los primeros cantos de los pájaros. Hace tiempo que los gallos alertan mientras enmudecieron los perros.
¡Bismillah! ¡Dios sea alabado!
La quaïda, código de la cortesía, de la tradición y de las costumbres islámicas exige que no se comience nada importante sin bendecir a Dios. Al igual que, al concluir la comida o cualquier otro quehacer, se repita la alabanza con Elhamdullah! Es como si todo quedara bendecido y transformado por este sencillo acto.
Sin mirar el reloj, que aquí es de poca utilidad, calzo mis sandalias y con la misma gandura azul de dormir abro de par en par las puertas. El patio está lleno de frescor de la mañana. Los grandes plátanos penden con sus piñas a la puerta de mi alcoba. Huele a naranjo y a limonero. Se oye la caída de algún higo de la higuera bajo la que duermen veinticuatro tortugas pequeñas. Los hibiscos se desperezan mientras abren sus flores rojas a la claridad del nuevo día. Ante mí, se extiende el camino de baldosas que lleva hasta la fuente que susurra en el centro del patio. Durante toda la noche cantó su hilillo de agua al arrullo de millares de estrellas. Todavía tengo mis retinas llenas del cielo de la noche pasada. La luna está en creciente. Es tiempo de afeitarse el vello del pubis y de cortarse las uñas y el pelo. Moro: “cabeza rapada, albornoz y cus cus”, reza el adagio.
Por la puerta de enfrente, al otro lado del patio, aparece Abdul con su vaso de naranjas recién exprimidas. Avanza con la sonrisa que parece estrenar cada mañana. Todo el senderillo está bordeado de flores amarillas y rojas. Los naranjos casi no pueden con su fruto. Y eso que cada día se recogen un par de cestos con las caídas al suelo. He cogido un plátano amarillo y oloroso. Lo termino al tiempo que llega Abdul y comienza el repertorio sobre mi descanso, mi salud y el estado de mi espíritu, como requiere la quaïda. Yo me intereso por él mientras bebo el zumo. No está frío ni dulce ni amargo, sabe a su aroma con un cierto acidillo agradable.
Se oye el canto de la alondra que suelen cazar con espejuelo. Quizá son calandrias. Los bambúes se yerguen frágiles y cimbreantes. Son como una lluvia verde que surgiese del suelo y se abriese en múltiples gotas frescas. Cuando los mece la brisa, me recuerdan los palillos de las encajeras que en Camariñas y en Brujas tejen blondas de espuma. Las azaleas de este patio son rojas y rosas. Sus hojas son oblongas y las flores, reunidas en corimbo con corolas abiertas en cinco lóbulos desiguales, contienen una sustancia venenosa que no poseen el azahar del naranjo, del cidro y del limonero.
Atravieso el patio y rodeo los cipreses que bordean la fuente en la intersección de los cuatro caminos. Los han podado de tal modo que han hecho con ellos un seto inexpugnable, lleno de vida y de misterio. A mi izquierda, quedan las habitaciones para huéspedes que no llegan. Me dirijo a la derecha y atravieso el salón por las puertas de cristales de colores rojos, ámbares, amarillos y verdes. El salón está en silencio, como el comedor y las apagadas chimeneas.
El telegrama era breve y denso a la vez. «Ven. No puedo más: Jhany». Esto era todo. Lacónico, pero expresivo, distaba mucho de sus habituales cartas llenas de detalles y de divagaciones siempre amenas. Por eso, me encuentro aquí tratando de seguir sus pasos, descubrir sus huellas, vivir con el ritmo que él vivió para intentar comprender su huida, y tratar de alcanzarle. Cueste lo que cueste pues, sin él, he perdido el rumbo y me encuentro, como él se encontrará, desconcertado y mudo.”
Voy a recuperar el capítulo final de Marco Aurelio:
“36. ¡Buen hombre, fuiste ciudadano en esta gran ciudad! ¿Qué te importa, si fueron cinco o tres años? Porque lo que es conforme a las leyes, es igual para todos y cada uno. ¿Por qué pues, va a ser terrible que te destierre de la ciudad, no un tirano, ni un juez injusto, sino la naturaleza que te introdujo? Es algo así como si el estratego que contrató a un comediante, lo despidiera de la escena. «Mas no he representado los cinco actos, sino sólo tres». «Bien has dicho. Pero en la vida los tres actos son un drama completo.» Porque fija el término aquel que un día fue responsable de tu composición, y ahora lo es de tu disolución. Tú eres irresponsable en ambos casos. Vete, pues, con ánimo propicio, porque el que te libera también te es propicio.”
¿Qué me importa si fueron 50 u 80 años? En estos momentos me siento al final de la estancia en esa tierra. Siento indicios por todas partes. No me asusta. Si nadie me pidió permiso para nacer… tampoco me alterará que no me lo pidan ahora. Además…
- Todos los objetivos que deseas alcanzar en tu progreso puedes ya tenerlos si no te los regateas a ti mismo y por recelos. Es decir: caso de que abandones todo el pasado, confíes a la providencia el porvenir y endereces el presente hacia la piedad y la justicia exclusivamente. Hacia la piedad, para que ames el destino que te ha sido asignado, pues la naturaleza te lo deparaba y tú eras el destinatario de esto. Hacia la justicia, a fin de que libremente y sin artilugios digas la verdad y hagas las cosas conforme a la ley y de acuerdo con su valor. No te obstaculice ni la maldad ajena, ni su opinión, ni su palabra, ni tampoco la sensación de la carne que recubre tu cuerpo. Pues eso incumbirá al cuerpo paciente. Si, pues, en el momento en que llegues a la salida, dejas todo lo demás y honras exclusivamente a tu guía interior y a la divinidad ubicada en ti; si temes no el poner fin un día a tu vida, sino el hecho de no haber empezado nunca a vivir conforme a la naturaleza, serás un hombre digno del mundo que te engendró y dejarás de ser un extraño a tu patria y dejarás también de admirar como cosas inesperadas los sucesos cotidianos, y de estar pendiente de esto y de aquello.
- Dios ve todos los guías interiores desnudos de sus envolturas materiales, de sus cortezas y de sus impurezas; porque gracias a su inteligencia exclusiva, tiene contacto sólo con las cosas que han derivado y dimanado de él en estos principios. Y si tú también te acostumbras a hacer eso, acabarás con muchas de tus distracciones. Pues el que no mira los amasijos de carne que le circundan, ¿perderá el tiempo contemplando vestidos, casa, fama, aparato de esta índole y puesta en escena?
- Tres son las cosas que integran tu composición: cuerpo, hálito vital, inteligencia. De esas, dos te pertenecen, en la medida en que debes ocuparte de ellas. Y sólo la tercera es propiamente tuya. Caso de que tú apartes de ti mismo, esto es, de tu pensamiento, cuanto otros hacen o dicen, o cuanto tú mismo hiciste o dijiste y cuanto como futuro te turba y cuanto, sin posibilidad de elección, está vinculado al cuerpo que te rodea o a tu hálito connatural, y todo cuanto el torbellino que fluye desde el exterior voltea, de manera que tu fuerza intelectiva, liberada del destino, pura, sin ataduras pueda vivir practicando por sí misma la justicia, aceptando los acontecimientos y profesando la verdad; si tú, repito, separas de este guía interior todo lo que depende de la pasión, lo futuro y lo pasado, y te haces a ti mismo, como Empédocles «una esfera redonda, ufana de su estable redondez», y te ocupas en vivir exclusivamente lo que vives, a saber, el presente, podrás al menos vivir el resto de tu vida hasta la muerte, sin turbación, benévolo y propicio con tu divinidad interior.
- Muchas veces me he preguntado con admiración como cada uno se tiene en más estima que a todos y, sin embargo, toma en menos consideración su propia opinión personal que la de los demás. Y, por ejemplo, si un dios o un sabio maestro se personase junto a uno y le diese la orden de que nada pensara o reflexionara en su interior que no lo expresara al mismo tiempo a gritos, ni siquiera un solo día lo aguantaría. Hasta tal punto respetamos más la opinión de los vecinos sobre nosotros que la nuestra propia.
5. Cómo los dioses que un día dispusieron en orden todas las cosas sabia y amorosamente para el hombre pudieron descuidar sólo este detalle, a saber, que algunos hombres extremadamente buenos, después de haber establecido con la divinidad como muchísimos pactos y después que, gracias a su piadosa actuación y a sus sagrados cultos, fueron por mucho tiempo connaturales a la divinidad, una vez que han muerto, ya no retornan de nuevo, sino que se han extinguido para siempre! Y si, efectivamente, es eso así, sábete bien que si hubiera sido preciso proceder de otro modo, lo habrían hecho. Porque si hubiera sido justo, habría sido también posible, y, si acorde con la naturaleza, la naturaleza lo habría procurado. Precisamente porque no es así, si es que ciertamente no es así, convéncete de que no es preciso que suceda de este modo. Porque tú mismo ves también que al pretender eso pleiteas con la divinidad, y no dialogaríamos así con los dioses, de no ser ellos muy buenos y muy justos. Y si esto es así no habrían permitido que quedara descuidado injustamente y sin razón nada perteneciente al orden del mundo.
- Acostúmbrate a todo, incluso a cuantas cosas no te merecen confianza, porque también la mano izquierda para las demás acciones, debido a su falta de costumbre, es inútil, y, sin embargo, sostiene con más poder el freno que la derecha, pues a este menester está habituada.
- ¡Cómo has de ser sorprendido por la muerte en tu cuerpo y alma! Piensa en la brevedad de la vida, en el abismo del tiempo futuro y pasado, en la fragilidad de toda materia.
- Contempla las causas desnudas de sus cortezas; la finalidad de las acciones; qué es la fatiga, qué el placer, qué la muerte, qué la fama; quién no es el culpable de su propia actividad; cómo nadie es obstaculizado por otro; que todas las cosas son opinión.
- En la práctica de los principios es preciso ser semejante al luchador de pancracio, no al gladiador, porque éste deja la espada de la cual se sirve, y muere, mientras que aquél siempre tiene la mano y no precisa otra cosa sino cerrarla.
- Ver qué son las cosas en sí mismas, analizándolas en su materia. en su causa, en su relación.
- ¡Qué privilegio tiene el hombre de no hacer otra cosa sino lo que Dios va a elogiar, y aceptar todo lo que Dios le asigne, lo consecuente a la naturaleza!
- No debe censurarse a los dioses; porque ninguna falta cometen voluntaria o involuntariamente. Tampoco a los hombres, porque nada fallan que no sea contra su voluntad. De manera que a nadie debe censurarse.
- Cuán ridículo y extraño es el hombre que se admira de cualquier cosa que acontece en la vida.
- O bien una necesidad del destino y un orden inviolable, o bien una providencia aplacable, o un caos fortuito, sin dirección. Si, pues, se trata de una necesidad inviolable, ¿a qué ofreces resistencia? Y si una providencia que acepta ser aplacada, hazte a ti mismo merecedor del socorro divino. Y si un caos sin guía, confórmate, porque en medio de un oleaje de tal índole dispones en tu interior de una inteligencia guía. Aunque el oleaje te arrastre, arrastre tu carne, tu hálito vital, y lo demás, porque no arrastrará tu inteligencia.
- La luz de una lámpara, hasta extinguirse, brilla y no pierde su fulgor. ¿Se extinguirán con anterioridad la verdad que en ti reside, la justicia y la prudencia?
- Respecto a la persona que te ha proporcionado la imagen de su falta. «¿Qué sé yo si eso es una falta?» Y si realmente ha cometido una falta: «él mismo se ha condenado ya», y así esto es semejante a desgarrarse su propio rostro. El que no admite que el malvado cometa faltas, se asemeja al que no acepta que la higuera lleve leche en los higos, que los recién nacidos lloren, que el caballo relinche y cuantas otras cosas son inevitables. ¿Qué puede suceder cuando uno tiene una disposición tal? Si en efecto eres vehemente, cuida esa manera de ser.
- Si no conviene, no lo hagas; si no es cierto, no lo digas; provenga de ti este impulso.
- En todo ver siempre qué es lo que hace brotar en ti esa tal imagen y tratar de desarrollarla, analizándola en su causa, en su materia, en su finalidad, en su duración temporal, en el transcurso de la cual será preciso que tenga su fin.
- Date cuenta de una vez que algo más poderoso y más divino posees en tu propio interior que lo que provoca las pasiones y que lo que, en suma, te agita a modo de marioneta. ¿Cuál es ahora mi pensamiento? ¿Es el temor? ¿Es el recelo? ¿Es la ambición? ¿Es otra pasión semejante?
- En primer lugar, no hacer nada al azar, ni tampoco sin un objetivo final. En segundo lugar, no encauzar tus acciones a otro fin que no sea el bien común.
- Que dentro de no mucho tiempo nadie serás en ninguna parte, ni tampoco verás ninguna de esas cosas que ahora estás viendo, ni ninguna de esas personas que en la actualidad viven. Porque todas las cosas han nacido para transformarse, alterarse y destruirse, a fin de que nazcan otras a continuación.
- Que todo es opinión y ésta depende de ti. Acaba, pues, cuando quieras con tu opinión, y del mismo modo que, una vez doblado el cabo, surge la calma, todo está quieto y el golfo sin olas.
- Una sola energía cualquiera, que ha cesado en el momento oportuno, ningún mal sufre por haber cesado; tampoco el que ejecutó esta acción, por esto mismo, a saber, por haber cesado, sufre mal alguno. Del mismo modo, en efecto, el conjunto de todas las acciones, que constituyen la vida, caso de cesar en el momento oportuno, ningún mal experimenta por el hecho de haber cesado, ni tampoco el que ha puesto fin oportunamente a este encadenamiento sufre mal. Y la oportunidad y el límite los proporciona la naturaleza, unas veces la naturaleza particular, como sucede con la vejez; pero generalmente la naturaleza del conjunto universal, cuyas partes se transforman para que el mundo en su conjunto permanezca siempre joven y en su pleno vigor. Y todo lo que conviene al conjunto universal es siempre bello y está en sazón. Así, pues, el término de la vida para cada uno no es un mal, porque tampoco es un oprobio, pues no está sujeto a nuestra elección y no daña a la comunidad?, y sí es un bien, porque es oportuno al conjunto universal, ventajoso y adaptado a él. Así, el que se comporta de acuerdo con Dios en todo, es inspirado por un hálito divino y es llevado, gracias a su reflexión, a sus mismos objetivos.
- Preciso es tener a mano estos tres pensamientos. Respecto a lo que haces, si lo haces, que no sea ni a la ventura, ni de un modo distinto a como lo hubiese hecho la justicia misma. Respecto a los sucesos exteriores, piensa que suceden o bien por azar, o bien por una providencia, y no debes censurar al azar ni recriminar a la providencia. En segundo lugar, piensa cómo es cada uno desde que es engendrado hasta la posesión del alma, y desde ésta hasta la devolución de la misma. Piensa también de qué elementos se compone y en cuáles se disolverá. En tercer lugar, piensa que si de pronto, remontándote por el aire examinaras las cosas humanas y su multitud de formas, al ver simultáneamente cuán gran espacio ocupan los habitantes del aire y etéreos, las despreciarías; y que, cuantas veces te remontaras a lo alto, verías lo mismo, su uniformidad, su pequeña duración. A esas cosas se refiere la vanidad humana.
- Expulsa la opinión. Estás a salvo. ¿Quién, pues, te impide expulsarla?
- Siempre que te molestas por algo, olvidas que todo se produce de acuerdo con la naturaleza del conjunto universal, y también que la falta es ajena, y, además, que todo lo que está sucediendo, así siempre sucedía y sucederá, y ahora por doquier sucede. Cuánto es el parentesco del hombre con todo el género humano; que no procede el parentesco de sangre o germen, sino de la comunidad de inteligencia. Y olvidaste asimismo que la inteligencia de cada uno es un dios y dimana de la divinidad. Que nada es patrimonio particular de nadie; antes bien, que hijos, cuerpo y también la misma alma han venido de Dios. Olvidaste también que todo es opinión; que cada uno vive únicamente el momento presente, y eso es lo que pierde.
- Rememora sin cesar a los que se indignaron en exceso por algún motivo, a los que alcanzaron la plenitud de la fama, de las desgracias, de los odios o de los azares de toda índole. Seguidamente, haz un alto en el camino y pregúntate: «¿Dónde está ahora todo aquello?». Humo, ceniza, leyenda o ni siquiera leyenda. Acudan al mismo tiempo a tu espíritu todas las cosas semejantes, así por ejemplo, cual fue Fabio Catulino en la campaña, Lucio Lupo en sus jardines, Estertinio en Bayas, Tiberio en Capri, Velio Rufo y, en suma, la superioridad presuntuosa en cualquier asunto. ¡Cuán ruin era todo el objetivo de su esfuerzo ! Porque la vanidad que se exalta bajo capa de modestia es la más insoportable de todas.
- A los que preguntan: «¿Dónde has visto a los dioses, o de dónde has llegado a la conclusión de que existen, para venerarlos así?». En primer lugar, son visibles a nuestros ojos. Y luego, tampoco yo he visto alma y, sin embargo, la honro; así también respecto a los dioses, por las mismas razones que compruebo su poder repetidas veces, por éstas constato que existen y los respeto.
- La salvación de la vida consiste en ver enteramente qué es cada cosa por sí misma, cuál es su materia y cuál es su causa. En practicar la justicia con toda el alma y en decir la verdad. ¿Qué queda entonces sino disfrutar de la vida, trabando una buena acción con otra, hasta el punto de no dejar entre ellas el mínimo intervalo?
- Una sola es la luz del sol, aunque la obstaculicen muros, montes, incontables impedimentos; única es la sustancia común, aunque esté dividida en innumerables cuerpos de cualidades peculiares; ¿una es el alma, aunque esté dividida en infinidad de naturalezas y delimitaciones particulares? Una es el alma inteligente, aunque parezca estar dividida. Las restantes partes mencionadas, como los soplos y los objetos sensibles, carecen de sensibilidad y no tienen relación de parentesco mutuo; sin embargo, también a aquellas las contiene el poder unificador y el peso que las hace converger. Y la inteligencia en particular tiende a lo que es de su mismo género, y se le une, y esta pasión comunitaria no encuentra impedimentos.
- ¿Qué pretendes? ¿Seguir viviendo? ¿Percibir las sensaciones, los instintos? ¿Crecer? ¿Cesar de nuevo? ¿Utilizar la palabra? ¿Pensar? ¿Qué cosa entre esas te parece que vale la pena echar de menos? Y si cada una de éstas te parece bien despreciable, inclínate finalmente a ser sumiso a la razón y a Dios. Pero se oponen el honrar estas cosas y enojarse por el hecho de que con la muerte se nos privará de estas mismas facultades.
- ¿Qué pequeña parte de tiempo ilimitado y abismal se ha asignado a cada uno? Pues rapidísimamente se desvanece en la eternidad. ¿Y qué pequeña parte del conjunto de la sustancia, y qué ínfima también del conjunto del alma? ¿Y en qué diminuto terrón del conjunto de la tierra te arrastras? Considera todas esas cosas e imagina que nada es importante, sino actuar como tu naturaleza indica y experimentarlo como la naturaleza común conlleva.
- ¿Cómo se sirve de ti el guía interior? Que en eso radica todo. Y lo demás, dependa o no de tu libre elección, es cadáver y humo.
- Lo que más incita a despreciar la muerte es el hecho de que los que juzgan el placer un bien y el dolor un mal, la despreciaron, sin embargo, también.
- Para la persona que considera bueno únicamente lo oportuno y para quien es igual ejecutar muchas acciones de acuerdo con la recta razón que unas pocas, y para quien es indiferente contemplar el mundo más o menos tiempo, para ese tampoco la muerte es temible.
- ¡Buen hombre, fuiste ciudadano en esta gran ciudad! ¿Qué te importa, si fueron cinco o tres años? Porque lo que es conforme a las leyes, es igual para todos y cada uno. ¿Por qué pues, va a ser terrible que te destierre de la ciudad, no un tirano, ni un juez injusto, sino la naturaleza que te introdujo? Es algo así como si el estratega que contrató a un comediante, lo despidiera de la escena. «Mas no he representado los cinco actos, sino sólo tres». «Bien has dicho. Pero en la vida los tres actos son un drama completo.» Porque fija el término aquel que un día fue responsable de tu composición, y ahora lo es de tu disolución. Tú eres irresponsable en ambos casos. Vete, pues, con ánimo propicio, porque el que te libera también te es propicio.”
Prof. José Carlos Gª Fajardo. Emérito U.C.M