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Mientras tantoDesmantelando babeles

Desmantelando babeles


Seamos serios, Dios no destruyó la Torre de Babel, simplemente paralizó la obra. En España, durante los últimos cuatro años, muchísimas babeles a medio construir han sido abandonadas por el dios del dinero, quizás temeroso de que una legión de nuevos ricos gañanes y corruptos pudiera hacerle la competencia a base de amontonar mierda y caspa de lujo. Esas inquietantes ruinas arquitectónicas, estrellas hoy de la marca España, no sólo han generado ya ríos de tinta en los medios, sino también han dado lugar a proyectos artísticos importantes como «Castillos en el aire», el reciente trabajo de Hans Haacke para el MNCARS, o espléndidos libros como el de la arquitecta alemana Julia Schulz-Dornburg titulado «Ruinas modernas. Una topografía de lucro».

La cuestión más interesante que hoy plantean estos indiscretos y transparentes monumentos, dada su abundancia, es precisamente qué hacer con ellos. De tal forma que entre ese grupo cada vez mayor de arquitectos interesados en dejar más huella en el tejido social de la sociedad que en el cultural  —peligrosa distinción de Paul Goldberger, crítico de arquitectura del NYTimes— se está empezando a hablar ya con naturalidad del desmantelamiento como opción arquitectónica, del deshacer como una forma de construir.

Uno de los primeros grandes proyectos de desmantelamiento llevados a cabo en España (y además premiado en la 7ª Bienal Europea de Arquitectura del Paisaje) fue la restauración del Paraje de Tudela-Culip, en el Cabo de Creus, un terreno de roca frente al mar donde entre 1962 y 2004 se asentó un pueblo de vacaciones para franceses, el Club Med. Tras su abandono, la administración lo compra en 2005 y en 2007 inicia, en palabras de Schulz-Dornburg, una larga y laboriosa operación de limpieza que pretende erradicar cualquier huella del hombre y sus actividades sobre el terreno. Una tarea titánica y muy costosa cuya finalidad es devolver la virginidad al paraje. No sólo se derribarán construcciones y pavimentos, sino que se eliminará toda la tierra orgánica contaminada por residuos de plantas exóticas e invasivas, empleando para ello técnicas manuales de demolición y retirada de escombros con helicóptero. Para la arquitecta alemana las instrucciones de la deconstrucción son tan escrupulosas que parecen un protocolo de quirófano. La ambición por restaurar un paisaje, la pretensión de una topografía perfecta, el anhelo de una naturaleza inmaculada, engloban el peligro de una visión congelada del territorio.

Estoy de acuerdo. ¿No creen que tras estas reivindicaciones —puristas, mojigatas y prohibitivas— de lo natural a costa de no dejar ni rastro de lo acontecido puede ocultarse la misma imprudencia de quien lo construyó? El «banco malo» español ha anunciado que demolerá a partir de 2016 todas las promociones inacabadas Si hay algo que me interesa de la arquitectura, sea buena, mala o peor, es su maravillosa elocuencia a la hora de hablar de las luces y sombras de la sociedad que la produce, su capacidad de contar tanto logros como miserias. Cada época, cada civilización, cada momento, cada comunidad, tienen la arquitectura que se merecen. Por eso no estoy seguro de que demoler las pruebas del horror sea lo mejor.

Sobre todo esto y mucho más se hablará mañana en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid, en un interesante debate coordinado por el colectivo n´UNDO, con la colaboración de Greenpeace y ASA Sostenibilidad. Su título: «Oportunidad bajo los escombros. Desmantelar construye arquitectura». Entrada libre y recomendable. Y si no les va bien, pueden seguirlo por streaming aquí.

 

 

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