Suena Blue spirits,
de Freddie Hubbard
De pasar a contar los días, a la espera de que se produjera el esperado encuentro con ese amigo con el que nos citábamos una vez al año, a postergar ese mismo encuentro, ahora convertida en la tediosa y obligada reunión con un viejo familiar que cuenta las mismas historias de siempre cada vez con menos gracia, así es como lamentablemente ha evolucionado la relación de algunos de nosotros con el cine de Woody Allen. Uno ya no tiene prisa por ir a ver su última película. Prioriza en otras; se lo piensa, y en algunos casos finalmente cede, como si sintiera que, por una vez, debe cumplir con el compromiso ineludible. Casi resulta una obviedad así explicado, pero esa es la sensación que tiene uno al ver cada nueva película suya. Todo se nos frece a nuestra mirada tan determinado como lo pueda ser un menú de mediodía en nuestra cafetería habitual; todo tan estereotipado como un escaparate, que no ofrece al espectador opción alternativa a la hora de valorar su estreno más reciente que no sea a través de otro cliché.
Sucede, pero, que finalmente acudimos a la cita y acudimos a ver Irrational man (ídem, 2015), tal vez porque se insiste en aquello de que Allen vuelve a temas serios –como si en sus comedias, sí, la comedia, ese género todavía a veces tomado a broma, no los hubiera-; se nos vuelve a seducir, como a un abuelo a su nieto con una chocolatina, conque recupera temas de índole dostoievskiana, en los que aparece un crimen y se reflexiona en torno a ciertos valores morales y se nos ofrece un espejo, algo deformado por el tono, de la miserable alma humana. En Irrational man, y como suele ser habitual en Allen, cineasta de planteamientos atractivos cuyo desarrollo resulta superfluo, se no ofrece un interesante cuestión que gira en torno a la legitimidad de cometer un crimen como un ejercicio de altruismo. Abe Lucas, profesor de filosofía, autodestructivo y desencantado, que combina las teorías kantianas y sartrianas con el whisky, encuentra sentido a su maltrecha existencia cuando entra formar parte de un triángulo amoroso y cuando, sobretodo, se plantea si cometer el asesinato de un juez corrupto es un acto moralmente reprobable o no.
La idea, lejos de resultar original, como suele ser habitual en Allen, si puede resultar interesante. Algunos, esperanzados, nos frotamos incluso las manos pensando en que se pueda producir algo brillante, incómodo y oscuro, como en El sueño de Casandra (Cassandra’s dream, 2007) –película que defendemos unos pocos- o retorcido y cáustico, como Match point (ídem, 2005) –película celebrada como su última obra maestra.- Sin embargo, nada de eso, aquí lo que tenemos es una agradable comedia irreverente. Allen aborda el tema con el tono de una comedia negra, ligera, que por momento se acerca más a Misterioso asesinato en Manhattan (Manhattan Murder Mistery, 1993) que a Delitos y faltas (Crime and Misdemeanors, 1989), y que funciona por su cinismo. Y sin embargo… Ahora solo hay un punto de partida, unos personajes esquemáticos y previsibles, que permiten plantear situaciones más bien banales en su sentido dramático, y una sucesión de secuencias que de forma mecánica, sin torpeza, permiten desarrollar un relato que nos ofrece poco ingenio. Los tics que recientemente se vienen repitiendo, a excepción de la notable Blue Jasmine (ídem, 2013), y que ya cuesta consentir. Irrational man se salva por su ritmo que si bien precipita el film no lo deja encallarse. Ahora bien, una vez concluida la proyección, una vez terminada la cita, tras la decepción, esos síntomas de dejadez que evidencia Allen en casi todas sus últimas películas parece que vayan a provocar que sintamos lo mismo que él cuando afirmaba en una reciente entrevista que detestaba todas sus películas.