«Hay que quitarse los prejuicios de encima» recomendaba Mercedes Cebrián en un artículo de 2018 en El País, mientras señalaba 6 lugares para visitar en el Bronx.
¿De dónde vienen esos prejuicios? ¿De dónde esa imagen distorsionada del Bronx como sinónimo de caos, de peligro? ¿Por qué a un turista que ya pisó las aceras desangeladas de algunas zonas de Manhattan le resulta cautivante descubrir más de cinco dedos con motivos para «internarse» en el Bronx?
La prensa ha tenido mucho que ver: los periodistas blancos de la postguerra que se pasaban las horas escribiendo sus notas desde las oficinas con aire acondicionado de Manhattan. Hombres y mujeres de prensa a quienes las calles cruzando el Harlem River les provocaba sofocamiento. Hollywood también puso su grano de arena. En 1981, Fort Apache:The Bronx, con Paul Newman en el papel protagónico, inmortalizó a este barrio como la última frontera: allá donde viven las cosas salvajes.
Hubo violencia y desorden en el Bronx. Hubo incendios en el Bronx. Sin embargo, entre los miles de documentos en que se ha utilizado su nombre como sinónimo del infierno urbano, duelen bastante los artículos periodísticos en los que se olvida mencionar al culpable. Se les olvida—a quienes se sirven del Bronx para apuntalar el desastre de una ciudad entera— mencionar al principal responsable de que este barrio de clase media inmigrante, este vibrante centro de la intelectualidad judía, de la vida italiana e irlandesa, se deteriorara tanto. Casi hasta el borde de la muerte.
El culpable de la destrucción del Bronx es el automóvil.
Tal vez convenga aclarar: la culpable de que el Bronx se viniera abajo fue la idea de un mundo en que los neoyorquinos íbamos a ser capaces de desplazarnos a toda velocidad, de un lado a otro del país, gracias al automóvil. Sí señor. Y acá les damos el nombre del criminal mayor, del sujeto al que las enciclopedias francesas pueden agradecer por esa infame entrada de C’est le Bronx (desordre, mettre en desordre). Fue Robert Moses quien arruinó al Bronx.
¿Cómo y por qué? Ahi voy:
En el libro The Power Broker, el periodista Robert Caro (acaso mejor conocido por su biografía en seis volúmenes del Presidente Lyndon B. Johnson), nos presenta al Commissioner Moses en una imagen idílica: desde una elevación en el Upper West Side de Manhattan, el joven Moses conversa con una mujer hermosa. Apuntando a las favelas que bordeaban el río, a las fogatas de los indigentes, a la suciedad industrial de una urbe gigante que dependía del Hudson para expulsar sus residuos, Moses le describe a ella cómo se imagina esa zona: transformada con parques, paseos, monumentos, y una ruta para automóviles que conectará a la West Side Highway con el resto del país. Moses —conforme crecía su influencia y su poder (hasta que los periodistas comenzaron a llamarlo «The Master Builder»)— desarrolló una serie de técnicas deshonestas para destrozar a la gente y a los barrios que se cruzaban en su camino.
Moses desmembró al Bronx. Parkways, Crossways, Highways y puentes fueron parte del sistema construido por Moses para que los residentes abandonaran Nueva York hacia los suburbios de Long Island, Westchester y New Jersey. Metidos en sus coches, acaso descapotables, los jóvenes manejaron desde Manhattan, sobre los restos del Bronx, hacia el sueño americano imaginado por Moses, la Ford, la Chrysler y la General Motors.
Al Bronx, ese barrio golpeado llegaron las masas de puertorriqueños que Juan González ha descrito tan bien en Harvest of Empire. El Presidente Harry Truman dijo querer rescatarlos de los abusos de las azucareras. Miles de familias fueron traídos en botes a Nueva York —hombres ya contratados por empresas de Estados Unidos— y fueron instaladas en los barrios empobrecidos de Manhattan y el Bronx.
La cineasta y educadora Vivian Vázquez es la hija de uno de esos puertorriqueños.
En el documental Decade of Fire (USA, 2019), Vázquez describe cómo 100,000 personas fueron desplazados desde los barrios pobres de Manhattan con el pretexto de la renovación urbana. El Lincoln Center, los edificios residenciales y habitacionales de la Universidad de Columbia y NYU, se construyeron sobre los edificios habitados, en su gran mayoría, por afroamericanos y puertorriqueños. Los desamparados tomaron el metro hacia el norte y se fueron a vivir al Bronx.
Los fuegos que consumieron al Bronx en los 60s y 70s fueron consecuencia directa de la destrucción empezada por Moses. En su libro Working, Robert Caro describe las artimañas que utilizaba Moses para forzar a que los residentes abandonaran esos edificios por donde tenían que pasar las carreteras: Se les cortaba la luz y el agua. Se dejaba de recoger la basura. Se les amenazaba. Poco a poco la mayoría recogía sus cosas y se mudaba. Luego el concreto y el asfalto sepultaban la vida urbana. Caro usó una buena parte de los siete años que le tomó escribir The Power Broker, buscando y entrevistando a esas víctimas: esos residentes que se fueron del Bronx hartos, agotados por el acoso del poderoso Comisionado.
De nada de eso escriben los periodistas o cineastas que cubrieron el Bronx en los 70s y los 80s. Nadie culpó a Moses. Nadie habló de los dueños de las azucareras que esclavizaron a los puertorrriqueños. Era más fácil odiar a los nuevos vecinos hispanos que arruinaban la ciudad. Muy pocos hablaron del profundo racismo que impulsó a las mafias de las cinco familias que controlaban la construcción, los sindicatos, los servicios públicos de Nueva York: hacer plata con el Bronx, para la mafia, significaba destruirlo.
En párrafos muy breves, se culpó a los dueños de edificios—los landlords—que pagaban 200 dólares a una pandilla de adolescentes para que prendieran fuego a un edificio. No se dijo que esos dueños se embolsaban 100,000 dólares de la compañía de seguros o los fondos del Estado. Fue mucho más fácil para los periodistas escribir sobre pandillas de negros e hispanos. Había que relacionarlos con el «nuevo» problema de las drogas. Había que tomarle una foto a esos niños que jugaban entre la basura del Bronx. Había que hablar de los jóvenes que asaltan a los blancos para comprar crack. Había que inmortalizar el caos en novelas como La hoguera de las vanidades, donde los abogados se refieren al edificio del Bronx Supreme Court como el Peñón de Gibraltar. Todo lo que rodea al Palacio de Justicia, a sus oficinas repletas de abogados y jueces blancos, es la marea negra: la selva violenta de las calles de Fordham Road, Grand Concourse, Tremont y Burnside Avenue.
Vázquez habla también de su culpa. Esa ingenua culpa que sintió cuando joven, viendo cómo su barrio se arruinaba. Ella pensaba que, tal vez, los residentes eran responsables. Que no estaban haciendo lo suficiente. Que tal vez ellos no estaban tan preparados como sus vecinos de Manhattan para vivir en una ciudad decente. No fue sino ya de adulta, al trabajar en el proyecto de esta película que le tomó 10 años, cuando Vázquez conectó todos los cabos sueltos: encontró el racismo del Redlining, que le negó a su padre una casa en los suburbios a pesar de tener el trabajo y la fuerza, y la injusticia del Urban Renewal que destruyo vidas: las de sus amigos, su familia, su gente
Fue más fácil para los periodistas blancos inundar los noticieros con imágenes de niños hispanos y negros saltando sobre los carros destruídos. Fue más sencillo tomarle fotos a los negocios saqueados después del apagón de 1977. Fue más fácil hablar de la cocaína, que de los grupos organizados por los Black Panthers y los Young Lords: esos pandilleros que protegían a los vecinos, que repartían desayunos y almuerzos gratuitos entre los niños, y reconstruían los departamentos —edificio por edificio— con ayuda de los vecinos del South Bronx.
Quédate, Lucha, Construye (Stay, Fight, Build) es el slogan que utiliza el documental. Esta es la historia del poder de la comunidad portorriqueña y negra del Bronx. De esos vecinos que todavía sufren las consecuencias de las condiciones miserables en que los puso el gobierno en los 60s, 70s y 80s. Es la historia de esa gente que aún hoy, sigue temiendo a los multimillonarios que pretenden ignorarlos, mientras empujan proyectos de gentrificación que ponen en riesgo a la misma gente que rescató al Bronx de las llamas.
Decade of Fire es un enorme y necesario documento fílmico. Es una película —accesible en múltiples servicios de streaming— que tal vez le convenga mirar, antes de ir a recorrer ese magnífico barrio de Nueva York llamado El Bronx.