Asisto cada vez más atónita, cada vez más consciente de su relevancia histórica, a lo que está pasando en Grecia y en toda Europa. En muchos otros países del mundo, y sobre todo en esta América Latina que me acoge, la austeridad y la ortodoxia neoliberal para combatir la crisis de deuda suena más que familiar. Lo alucinante de todo es que, allá donde se aplicaron esas recetas, la crisis económica se agravó y devino además en crisis política y social. El caso de Argentina es el mejor ejemplo, y tiene importantes paralelismos con la zona euro, pues el impago de la deuda se precipitó debido a la política monetaria del cambio fijo. La pregunta es, ¿por qué el Fondo Monetario Internacional no da una sola muestra, por pequeña que sea, de haber aprendido la lección argentina? ¿Por qué aplica en Grecia y en toda la periferia europea recetas que se han demostrado demoledoras? ¿Debo creerme que quienes mueven el mundo son puros ignorantes, o será que ese ente abstracto y malévolo que llamamos «los mercados» se beneficia con la debacle de otros?
Y mucho más que eso. Lo que está pasando en Europa desde hace dos años es la prueba más clara sobre el terreno de la sorprendente capacidad de mutación y aglutinación del capitalismo, de la que hace mucho tiempo advierten los autores marxistas. Y de cómo el capitalismo no puede vivir sin cíclicas crisis; en realidad, el germen de la actual crisis estaba en la salida de la anterior: en los 70, cuando subieron los precios del petróleo, se llegó al fin de dos décadas de prosperidad y con la imposición de la política económica neoliberal cayó el poder adquisitivo de los trabajadores, se ideó una fórmula simple para que éstos pudiesen seguir consumiendo, cada vez más, aunque sus salarios fuesen cada vez peores en términos relativos. La solución: el crédito fácil. De aquellos barros, estos lodos. Y, una vez más, la historia se repite. Si la historia económica del capitalismo es una sucesión más o menos lineal de momentos de bonanza y momentos de crisis, no hay bonanza que no explote el capital, y no hay crisis en la que no se socialicen las pérdidas. En este caso, el descaro del capital es infinito: el caso más flagrante son las agencias de calificación de riesgos, esas que pusieron su máxima calificación títulos hipotecarios y otros activos tóxicos y a entidades que quebrarían días después, envueltas en tremendos conflictos de interés porque les pagaban esas mismas firmas a las que calificaran, se salieron de rositas de la crisis y siguen imponiendo, con una C más o menos, qué país será el próximo en caer. ¿Qué mínimo de credibilidad y honradez han demostrado para que sigan siendo tomadas en cuenta?
El domingo 19 de junio, mientras en varias ciudades europeas se revivía el espíritu del 15-M, El Páis publicaba: «La Unión Europea tendrá que pactar con las agencias de calificación». Me dio un ataque agudo de indignación cuando leí que «Bruselas quiere asegurarse que (sic) la deuda reestructurada obtenga buena nota». Leo el artículo un par de veces antes de asegurarme de que he leído bien. Sí, sí, tan simple como eso. Europa pagará a las agencias de calificación de riesgos estadounidenses, esa santísima trinidad (Moody’s, Standard & Poor’s y Fitch), para que le pongan buena nota a la deuda de los países de la zona euro. Vivir para ver. Mientras tanto, la prensa publica que los bancos han vuelto ya a hacer de las suyas, esto es, a jugarse nuestros ahorros en operaciones de cada vez más riesgo, sólo que ahora ya no lo hacen con el mercado inmobiliario sino con el mercado a futuro de materias primas, lo cual es todavía más criminal, porque están especulando con los alimentos mientras mil millones de personas se mueren de hambre en este mismo planeta, en este mundo al revés. Esos son «los mercados», ese ente abstracto que, sin embargo, forman personas de carne y hueso que, supongo, serán capaces de dormir bien por las noches después de dedicar sus días a incrementar los ceros de su cuenta corriente a cambio de condenar a la quiebra y al hambre a miles de personas. ¿Para qué iban a controlarse los bancos, si son tan grandes que no pueden caer? ¿Si el Estado ya ha demostrado los sostendrá en caso de quiebra? La banca siempre gana.
Recomiendo el¡ documental ‘Deudocracia’, que está colgado en la Red, y que explica con claridad los mecanismos de la crisis del euro, en relación con los excesos y la impunidad del capital y, sobre todo, con el chantaje de la deuda. La deudocracia. El filme documental explica conceptos muy interesantes, como el de la deuda odiosa, y aquí es esencial el papel de la propaganda, esto es, de los medios de comunicación de masas, porque, ahora como en el siglo XIX, son los poderosos quienes deciden qué países pueden permitirse el lujo de no pagar la deuda y cuáles otros serán esclavizados durante generaciones para pagar intereses absurdos.
Estos conceptos son indispensables, creo yo, para entender lo que está pasando estos días en Grecia. El FMI y Bruselas -es decir, y Alemania- imponen una austeridad suicida a los griegos. El pueblo sale a la calle. La Unión Europea no quiere salvar a Grecia; quiere salvar a sus propios bancos, que son los que poseen los títulos de deuda, sobre todo la banca alemana y francesa. Resulta muy ilustrador echarle un vistazo a la lista de acreedores griegos. Los indignados de Sol hicieron alarde de métodos pacíficos, y eso me enorgulleció, pero no me sorprende que la indignación griega haya tomado las calles con una explosión un tanto más violenta. El pueblo griego ve cómo su Parlamento y su Gobierno los condena por generaciones; cómo su independencia como Estado ha sido arrebatada por la Unión y por «los mercados», ese ente.
Portugueses, irlandeses, italianos y españoles podemos ser los próximos. Nuestra indignación sólo puede y debe ser solidaria. Y pensar en el largo plazo: pueden ganar la batalla que ahora se juega en Grecia, pero lo que debemos ganar es una guerra. Como dice mi amigo Pablo Terradillos, el mundo se divide entre quienes piensan que hay una guerra y quienes no. Se nos había olvidado entre tantas comodidades pagadas a crédito, pero siempre fue una misma guerra: la de los poderosos contra la de los sometidos. Una guerra que se libra en cada nación y que se libra a escala global. Una guerra que, desde los 70, los de arriba venían ganando por goleada. Ahora que la indignación irreprimible, en medio del descaro absoluto del capital -esas agencias de calificación de riesgo, esos bancos que siempre ganan-, ha estallado en toda Europa, pero también en el mundo árabe y en muchos otros rincones del planeta, puede ser el momento en que el marcador comience a dar la vuelta. Sólo de algo tengo certeza: la batalla que hoy se libra en Europa es vital. Y es la primera vez desde hace mucho tiempo en que siento que podemos ganar esta guerra.
* Ya lo había colgado en este blog, pero insisto con el vídeo ‘Españistán’, divertidísimo y pedagógico, sobre la burbuja inmobiliaria en España, que explica muy bien cómo, en los tiempos de las vacas gordas, los españoles vivimos del futuro, hasta que ese futuro llamó a nuestra puerta a reclamar su dinero.