Valentina ha cumplido 5 años en mitad de este confinamiento. Lucía ha cumplido 9. Y Lara ha cumplido 4 años. Entre ellas no se conocen. Ni las niñas ni sus madres. Pero yo soy amiga de sus respectivas madres. Mujeres que, pese al confinamiento, le han dado vueltas a sus cabecitas para hacer resurgir ideas y hacer de los cumpleaños de las tres niñas días especiales. No es que en los cumpleaños anteriores no pusieran todas sus ganas. Estoy segura de que también fueron cumples maravillosos. Pero, en esta ocasión, las tres madres eran muy conscientes de que estos días son diferentes y de que los niños y niñas también están sobreviviendo como pueden a este momento histórico en el que estamos inmersos.
Mis amigas querían que sus hijas se sintieran aún más especiales. Que vivieran sus cumpleaños con la misma emoción o más si cabe. Decoraron sus casas con lo que tenían en ella, echando de mano de manualidades e imaginación. Se aliaron con la repostería casera, con la música, con las risas. Cambiaron los parques de bola por la tarde compartida, por improvisar un karaoke o hacer una yinkana en el salón. Por bailar con mamá y papá. Por jugar. Y estoy segura de que estas niñas han sentido lo mucho que sus madres las quieren. Y que no olvidarán fácilmente este cumpleaños diferente.
Porque estos días, aún cuando en mitad de este presente no nos damos cuenta del todo, nos están permitiendo conectar con lo importante. Celebrar la vida. Y eso, en este 31 días de confinamiento, no significa que omitamos las muertes y el sufrimiento, sino lo contrario, están tan presentes, tan omnipresentes, que nos hacen aún más valorar lo que tenemos. En mitad de este caos, mi amiga Bea se ha enterado de que será una niña la vida que crece en ella. Y Paula se ha enterado de que tendrá una hermanita con la que compartir aventuras. Ansias de vida. Energías rebosantes. La ilusión. Lo esencial. Lo invisible a los ojos que decía la tan repetida pero bella frase.
Mi amiga Cristina ha empezado estos días a darle alimentos a Mara. De la teta al plato. Y la bebé los devora con absoluta sorpresa. Sin juicios, agradeciendo. Porque esos alimentos son nuevos para ella. Y es feliz. Y su madre es feliz. Y ya veremos cómo salimos económicamente de esta, cómo pagamos esos alimentos. Pero ahora, de momento, nos agarramos al bocado, y mordemos la vida con la misma incertidumbre e incógnita pero también con el mismo entusiasmo con los que Mara, por primera vez en su vida, toma la calabaza, el plátano, el aguacate.
Volvemos a plantar lentejas en vasitos, volvemos a las tardes de cine en casa, volvemos a mirarnos a los ojos. Y a redescubrir a nuestro compañero o compañera de casa y de vida. Volvemos a elegirnos. La vida nos ha hecho parar, las prisas se quedaron en la puerta. Aún no hemos conseguido parar la mente, pero estamos en ello. En el reposo, en la vuelta a lo esencial, en la celebración de lo importante. Estamos en plena resurrección.