El egoísmo. El canibalismo político. Los críticos de Facebook y de Twitter. Los bulos, las mentiras. Los sabelotodo, los agonías, los bocallena y corazón vacío. La ausencia de civismo. Las multas y los odios. El tonto de la película de zombies. Los abrazos no dados.
Los domingos, porque confinados o libres, son domingos. El hermanamiento en los balcones, las sonrisas desde lejos, los saludos con la mano. La solidaridad. Los yo te hago la compra o te bajo a la farmacia. Los mirarnos a los ojos, aunque sea a través de una pantalla. Los estoy aquí, contigo.
Tocado y hundido. La crisis. La cartera sin dinero. El frigorífico sin leche. La casa sin pan. El adiós al mundo conocido. La distancia social. Alejarnos. Las noches largas. Los aviones, los teatros, las piscinas llenas, los conciertos de verano… La vida, en pausa indefinida.
Las miradas hacia dentro. Enamorarnos. Jugar. Aprender. Crecer. Florecer. El hoy que cambia el mañana y nos hace (esperemos) mejores. Quedarse en casa, en familia. Redescubrirnos. Recordar por qué nos elegimos. Volvernos a elegir.
Los niños de la guerra, los que fueron colchón ante las crisis, los que nos criaron, los abuelos, muriéndose… Del virus o de pena. Y el adiós sin despedidas ni rituales. El miedo. La paranoia. Y una vez más, la muerte. La agonía.
Las siestas sin prisa. Y sin prisas también, los desayunos. Los memes y las risas. Lo absurdo, las improvisaciones, los bailes en el salón. Las manualidades. La belleza del caos. El tiempo. Cocinar bizcochos. Disfrutar de ti 24 horas. Estar vivos. Estar vivos, y sanos.