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Mientras tantoDía de difuntos

Día de difuntos


 

Escribe Jaime G. Mora en esta revista de las noticias inventadas de Kapuscinski y de García Márquez. Gabo decía, a pesar de lo anterior, que él era periodista más que cualquier otra cosa, por lo que algo que le hubiera encantado redactar, y en realidad lo hizo, es, entre otras muchas cosas en el transcurso de cien años, la invención de la máquina de la memoria como enviado especialísimo en Macondo. Lo suyo era más bien periodismo mágico en el que uno se reconoce salvando una sucesión de abismos. Picasso dijo que el artista copia y el genio roba, frase misma que sacó de Oscar Wilde, lo que es un predicar con el ejemplo desde el principio hasta el final. Uno quiso ser, en una ocasión, artista o genio, Kapuscinski o García Márquez, e hizo crónica real del relato de terror ‘Día de difuntos’, de Edith Wharton, para un trabajo de periodismo. La profesora, periodista reconocida y escritora premiada, le llamó a uno a su despacho para elogiarle por su “maravillosa” crónica, y para saber más acerca de noticia tan asombrosa, y de cómo había logrado dar con ella después de un siglo, y para averigüar cuál era ese periódico al que se refería llamado ‘The Connecticut Star’. Si se hubiera sido genio se hubiese tenido preparada y documentada la respuesta para comenzar su camino hacia la gloria, pero, ni siquiera alcanzando a artista, joven e inexperto aprendiz de escritor, o de periodista, le confesó en aquella intimidad el verdadero origen de tan espectacular noticia, y entonces pudo ver el auténtico semblante de la aterrorizada Sara Clayburn que jamás volvería a Whitegates, su casa, como si esto fuera creer en uno, e igual que si de repente llevara cofia, se llamase Agnes y fuera su inquietante doncella. Uno pasó de pronto de ser un joven genio o un joven artista a una anciana seca de la isla de Skye aficionada a los aquelarres. Primero fue la desconfianza, luego el rapapolvo y después vino el acercamiento donde se olvidó la afrenta, se asumió el desconocimiento del relato que propició el engaño inocente, e incluso se volvió a elogiar el texto obviando la percha. Hoy en España algunos toman esta vertiente, el camino a la vieja casona de Connecticut, saltando del realismo mágico, o del periodismo mágico, a la política fantástica como si acarrease semejante estimación a la literatura. A Mas ahora se le suma Urkullu (mucho estaba tardando), quienes quizá piensen ya en su muerte y en sus fastos, con los periódicos mostrándolo todo sobre los genios del independentismo mágico, Íñigos y Arturos como Gabos, marcándose kapuscinskazos, como dice Jaime G., de fabuladores elevados a los altares de unas patrias que son, según escribe Carlos Fuentes, la fundación de Macondo que es la fundación de la Utopía, un lugar poblado por genios y artistas, y dirigido por fantasmas.

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