El presentador, impecable de blanco y con sus mocasines rojos, da paso a la actuación de magia. Las potentes luces dibujan sobre el escenario el perfil de una jaula cubierta por una tela negra. El mago es una especie de primo Jorgito al que la chaqueta le viene grande y que jodía a todos las Navidades con los trucos que había aprendido con el Magia Borrás. El humo desaparece, la tela se levanta. Del interior de la jaula emerge el embajador de España, cual Venus de Botticelli elevada desde los sucios y espumosos mares de Beirut, rogando a las libanesas que dejen los autógrafos para más tarde.
Estamos en el Club Saint Georges, junto al puerto. El Instituto Cervantes celebra su gran día tirando la casa por la ventana. El selecto público permanece a la espera de que algún conejo o leona de la selva se escape también de la jaula, pero lo único que obtenemos a cambio es un discurso de bienvenida y gratitud para todos aquellos que quieren aprender español. “Gracias por hablar español” reza en un cartel. Me imagino a Putin agradeciendo a los dichosos y apestosos extranjeros su esfuerzo por escribir en cirílico, “Es lo mejor que podíais hacer miserables ratas de cloaca occidentales”.
No hay quien eche al mago del escenario, el tío se ha traído consigo todo un zoológico, está sacando ahora un pato de detrás del altavoz, así que decido socializar un rato. Por inercia de mis tiempos más rebeldes me dirijo primero al baño a ver que se cuece por allí, pero solo me encuentro a una momia en salto de cama y que tapa la mitad del espejo con un cardado inenarrable. Mira una bolsa de imanes para el frigorífico que han regalado a los invitados y que incluye varias palabras en español. Me sonríe bobalicona y me enseña una ficha con la palabra “cariño” llevándosela al corazón. No cielo no, la tuya es lamesables y deberías pegártela un poco más abajo…
Fuera del baño de caballeros tropiezo con el gran follador del barrio cristiano. Los dos convenimos en que la noche no va a funcionar, no hay nada digno que llevarse a la boca, mucho menos un buen rabazo de obrero sirio.
Nunca pensé que pudiese alternar con tanta gente en Beirut, a mí que acabaron echándome de una residencia de niñas del Opus por negarme a seguir inflando globos en los cumpleaños de todas esas putas. Allí andan todos, los fieles, los insatisfechos, los borrachos, los escoltas, los diplomáticos, los militares de Marjayoun, las alumnas con sus vestiditos a la última, los más puteros…Me presentan a una de ellas, traductora jurada en español, o lo que es lo mismo en este país, ella te jura que te traduce en un idioma similar al español. Más allá, una rubia de metro cuarenta y con dos triángulos con estampado de tigre sepultados entre sus enormes tetas infladas capta mi atención. Los de Marjayoun, hartos de ver cabras, colonos sulfurados, y congestionados por tanto esperma acumulado durante meses, hasta creen haber ligado. La fulana se ha traído a un proxeneta quien debidamente la fotografía con cuanto hombre uniformado se pone a tiro. Comprendo la animación de los que no han sacado a pasear el pajarito últimamente, pero se me escapa el gesto pasmado del resto de asistentes: catalogar de tía buena a una pava que necesita un taburete para chupártela…Manías de una. La culpa la tendrá, al final, mi padre, quien de pequeña me repetía por activa y por pasiva “como no te comas toda la verdura te quedarás enana y gilipollas y aun encima suspenderás todas”.
La paz portuaria se ve interrumpida por unos chillidos procedentes del escenario. El primer expulsado del Operación Triunfo libanés berrea como una gallina degollada vestido con traje y chaqueta rollo ibicenco gay. Las entregadas fans de la primera fila hasta podrían describir como es la hilera de pelos que le baja, perfumada, del ombligo a la polla. El tío no solo se atreve con Enrique Iglesias, sino con un violín de pega que alguien debería partirle en la cabeza antes de desterrarlo a Irán el resto de sus días.
Aprovecho para inspeccionar el embarcadero con sus fabulosos yates. Las luces rojas de los nuevos rascacielos iluminan la húmeda Corniche, el Holiday Inn destrozado a bombazos nos contempla sumido en una tenebrosa oscuridad. Detrás de las vallas, a escasísimos metros, el coche de Hariri voló por los aires hace apenas 5 años y en el altavoz retumban los Hombres G con su indiferente Voy a pasármelo bien. Esta noche acepto rendirme sin condiciones ante esta tierra y su fastuosa capacidad para devorar como un Saturno enfurecido a sus hijos, escupirlos de nuevo, y obligarlos a vivir. Ahora solo faltaría la voz del gran Bowie meciéndonos entre las estrellas con su Moonage Daydream.
Pero hoy es el día E…
Las distinguidas invitadas comienzan a largarse y el DJ, venido desde Amman, se decide, exclusivamente, por la música española: las Azúcar Moreno, Radio Futura, Miguel Bosé, el Sufre Mamón…La del retal de tela de tigresa se acerca peligrosamente al embajador. Como tropiece con sus enormes tacones y le caiga con una teta encima tendremos que llamar a urgencias. Nadie tiene ganas de marcharse, hemos convertido el refinado garito en una vulgar verbena. Un tanga blanco brinca a mi lado meneando un exaltado culo latino, como está el Cervantes… La Guardia Civil se marcha en busca de experiencias más salvajes, el embajador resiste. Nos lleva con él a un increíble tejado desde el que se refleja una ciudad que aspira a mostrar sus mejores galas, coqueta y olvidadizamente altiva ante el Mar Mediterráneo. Una imagen que no puedo soportar demasiado tiempo. Beirut es la puta de otro. Todos estamos aquí para exprimirla hasta que llegue el momento de tirarla a la basura.