7 de mayo
Se cumplen ya casi dos meses de confinamiento. Las muertes y contagios por el Covid-19 han bajado sensiblemente en Nueva York. La chepa de la curva, según los distintos gráficos, está cada vez más achatada: hasta hace bien poco se dibujaba la curva con la protuberante joroba de un camello, pero últimamente es ya como el lomo de una ballena.
La casi paralización de la ciudad empieza a dar sus frutos. Hay razones para el optimismo. Se acerca el verano. Con las altas temperaturas este tipo de virus suele remitir. Así pasó con el SARS, con el MERS, con tantas otras infecciones virales que se contagian por vía respiratoria. Algunos incluso piensan que el coronavirus terminará por desaparecer antes del otoño. Los expertos, sin embargo, no lo ven tan claro. Anoche entrevistaron en la CNN a Laurie Garrett, periodista especializada en pandemias. En 1995 un libro suyo, The Coming Plague, ya avisaba que la llegada de una plaga devastadora era solamente cuestión de tiempo. Veinticinco años después, el pasado 31 de enero, esta nueva Casandra virológica publicó un artículo en donde denunciaba inequívocamente la negligencia criminal de Trump. El título en inglés no se andaba con chiquitas: “Trump has sabotaged America’s Coronavirus response”. Ya para entonces el pronóstico era muy pesimista. La administración había desmantelado toda la infraestructura pandémica dejada por los otros presidentes y, sobre todo, por Obama. Agencias, comités, protocolos, todo se había tirado por la borda. Garrett concluía con una declaración premonitoria: “La próxima pandemia ya está aquí; pronto sabremos el coste que acarreará la irresponsable negligencia de la administración Trump”. Han pasado algo más de tres meses. El coste en vidas humanas y en gasto económico es ya pavoroso. Y estamos, según ella, solo al principio de la pandemia. Durante la entrevista con Anderson Cooper y el Dr. Gupta la periodista ofreció un panorama de lo más sombrío. No pensemos en volver a la normalidad en unos meses, empezó por decir. El virus no se va a esfumar como por ensalmo. Solamente una vacuna o un medicamento resolverían el problema, pero debe tenerse en cuenta que una vacuna, caso de darse con ella, tardará un mínimo de 36 meses en comercializarse. Y no pueden olvidarse otras variables. La vacuna tiene que ser asequible a todo el mundo y hay que distribuirla por los cinco continentes, tarea nada sencilla. Se necesita, por lo pronto, personal sanitario cualificado, además de la voluntad de los países más ricos en correr con todos los gastos, tal como se hizo en su momento con la viruela o con la polio. Mientras tanto, nuestra vida, según la experta, estará mediatizada por el virus en casi todo, desde los desplazamientos en avión hasta cualquier tipo de reunión, sea multitudinaria, familiar o de trabajo. Nada será ya igual. Ni en la casa ni en el bar ni en la oficina. No parece hablar por hablar. Ms. Garrett da otros datos interesantes. Por ejemplo, el virus afecta especialmente a pacientes con problemas cardiovasculares y, más aún, a aquellos que tienen la tensión alta; de ahí que la mayor mortandad se dé en pacientes con diabetes o con obesidad…
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Cuando más metido estaba en la entrevista me llaman por Skype, pero no me importa la interrupción, pues se trata de mi amiga Arlene. Siempre tiene algo divertido qué contar. A los pocos minutos le pido si puedo grabar la conversación.
Arlene: ¿Para qué? ¿Para enseñárselo después a tus amigotes?
JL: Nunca haría una cosa así sin tu permiso. Me parece muy interesante eso que decías hace un momento.
A: ¿El qué? ¿Lo de la maldición binaria? No es nada original, la verdad, pero el binarismo como forma de pensamiento es desastroso. Empobrece el discurso, lo degrada, lo hace imposible.
JL: Es mejor que el pensamiento único, ¿no te parece?
A: No estoy tan segura. Crea menos ansiedad por lo menos. Sabes a qué atenerte. El de arriba dice esto y los demás a obedecer
JL: ¿Incluso si dice un disparate? El de arriba puede ser un tirano, un idiota, un loco… ¿Te imaginas que Trump no tuviera a nadie que lo contradijera?
A: Pues a lo mejor se amansaba y escuchaba más a los demás. A veces lo provocan demasiado. El binarismo político lleva a cuestionar siempre cualquier propuesta que se haga, buena, mala o regular. Da igual de qué asunto se trate. Ya sea la bajada de impuestos, la salud pública universal o la madre que los parió a todos, el partido colorado dirá que sí y el partido azul que no. Si uno afirma A, el otro tiene que afirmar por fuerza B. Es horrible. Nadie acepta que pueda haber otras alternativas. Ahora tienes a todos los republicanos piando por volver al trabajo, caiga quien caiga, mientras que los demócratas quieren tenernos encerrados en casa hasta que no caiga ni uno solo. ¿No hay un término medio? ¿No hay nadie que busque una especie de conciliación de contrarios?
JL: No lo sé. A veces la dialéctica hegeliana no funciona. ¿Se puede llegar a una síntesis entre la bolsa y la vida?
A: Hegel es una cosa muy decimonónica. Estamos ahora en otra cosa.
JL: ¿Ah sí?
A: El pensamiento multiforme. Ni A ni B ni C. Todas las letras del alfabeto. ¿Por qué quedarse con una sola alternativa?
JL: Bueno, primero toca acabar con el virus y luego la vuelta al trabajo. Los científicos están todos en contra de la reapertura precipitada. No barajan un plan B o C.
A: ¿Estás seguro? Hay algunos que ponen en duda tanta precaución. A los suecos no les ha ido tan mal con sus medidas. En ningún momento han parado el país. Todo ha seguido funcionando igual. Los más agoreros hablaban de miles y miles de muertos. No ha sido así, que yo sepa. En todo caso, lo nuestro en EEUU es política binaria, pugilística. O esto o aquello. Nueva York no puede seguir parado en su totalidad. Vamos a la ruina económica. El problema es complejísimo como para reducirlo solo a dos opciones: o confinamiento o vuelta al trabajo. Yo veo un haz casi infinito de posibilidades; cada uno en su propio terreno debe decidir. El gobernador en su estado, el alcalde en su ciudad y el comerciante en su tienda. Más sabe el loco en su casa que el cuerdo en la ajena, como decía mi abuela.
JL: Que cada uno haga lo que le venga en gana, vamos. Lo tuyo no es binarismo, sino la teoría del caos.
A: (Risas) En el fondo y en la forma soy libertaria. Ni Ying ni Yang. Ni día ni noche. Ni cielo ni infierno. Eso son paparruchas patriarcales. El mundo es muchísimo más rico y diverso.
JL: Pues ahora estamos en medio del túnel. Se ve todavía muy poca luz.
A: Exageraciones. Tonterías. Además, somos nosotros mismos quienes hemos apagado la luz. Nos hemos hecho demasiado flojos. Solamente de sarampión morían miles de niños no hace de ello ni cincuenta años.
JL: Ya. Y hace cien años el remedio que se aplicaba para la gripe era una buena sangría y el 50% de los niños europeos no pasaba de los cinco años. Las cifras del pasado no me sirven. Estamos en 2020 y en 2020 la mortandad por este coronavirus es espeluznante. ¿75.000 muertos en menos de dos meses? ¿Te parece poco?
A: Me parece muchísimo, pero mis tres sobrinos se han quedado sin trabajo y yo misma estoy en una situación precaria. Los adjuntos pendemos de un hilo, como sabes bien.
JL: Sí, es verdad. Es terrible. La bolsa es muchas veces la vida.
La conversación se torna de pronto personal. Arlene pasa enseguida a contarme un chiste y luego una disparatada historia que le pasó a un tío suyo. Me río. Con Arlene termino por reírme siempre. Es muy chistosa mi amiga dominicana. Algún día escribiré más de ella. Nos conocemos desde hace 32 años, aunque estuvimos sin vernos durante mucho tiempo. Nos unen los libros, el carácter revoltoso, la soledad. Muy al principio la desee, pero nada pasó entre nosotros cuando podía pasar. Ahora solo queda lo mejor que puede haber entre dos personas, que es una cómplice afinidad de espíritu.
8 de marzo
Los predicadores y los agoreros del fin del mundo están aprovechando bien la coyuntura. No hay día en que alguno no se descuelgue con alguna jeremiada. Ya lo habían avisado desde hacía mucho tiempo, imprecan desde su púlpito. El mundo no podía seguir así, con tanto materialismo, con tanto egoísmo, con tanta falta de respeto por la naturaleza. El primer culpable de la pandemia es naturalmente el capitalismo, ese sistema depredador que acaba con todo. De poco vale decir que cualquier otro sistema no lo ha hecho mucho mejor y, en la mayoría de los casos, ha sido sencillamente catastrófico. El marxismo está de vuelta, en una versión idealizada, sin ningún rigor: hay que acabar con el abismo entre ricos y pobres, con las leyes del libre mercado, con la oferta y la demanda, con los grandes consorcios, con el interés bancario. ¿Revolución a la vista? Eso parecería si nos atuviéramos a lo que dicen muchos sabelotodo. La juventud está cansada de tanta explotación, de tanto consumismo, de tanto despilfarro, aseguran. Desde luego el bucolismo hippie nunca ha perdido su encanto. A mí todo el espíritu de Woodstock, con sus melenas, su espiritualismo oriental y las drogas psicodélicas, me pilló muy niño, y ya en mi veintena lo que se estilaba era el punk, algo mucho más cínico y nihilista. En España, bien es verdad, prendió durante la llamada transición una acracia lúdica entre la juventud más rebelde, pero aquello fue un fruto tardío, como tantas cosas en España, que se agostó en los ochenta con la heroína y el SIDA. El amor libre y el espíritu de la comuna no fueron nunca el ideal de mi generación. Yo creo que ahora tampoco. Ahora los jóvenes me parece que tienen una ensaladilla de marxismo pret-a-porter, políticas de género y un buenismo que es muy de encomiar, aunque echo en falta a veces un espíritu más crítico o, si se quiere, maldito. El día necesita de la noche y el sí vale muy poco sin la posibilidad del no. ¿Y este virus? ¿A qué se opone? Los predicadores y los sabelotodo lo tienen muy claro: es el justo castigo a tanto exceso. Pero ni siquiera en eso aciertan. En Nueva York los que más mueren del virus son también los más pobres, los más necesitados, los humillados y ofendidos de la sociedad. Ya lo dice nuestro refranero: “al miserable y al pobre, la pena doble.”
9 de mayo
Miro a la ventana y está nevando. ¿Puede ser posible? Me manda un mensaje mi hija: “es la primavera más horrible de mi vida”. Le contesto que en la mía, mucho más larga, es simplemente la primavera más rara. Y luego, en inglés, le pongo una lista de sinónimos: weird, spooky, eery, strange…