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Diario ucraniano. He olvidado cómo hacer planes y suposiciones sobre el futuro

20.09.22

Como tenía un día para recuperar el aliento y volver a hacer mi mochila entre avión y avión, fui a visitar a mi tía a Francia para ver cómo sobrellevaba su condición de refugiada. Bueno, lo está sobrellevando. Con éxito desigual, como yo. En teoría me debería ser más fácil a mí, ya que conozco el idioma del país al que me he trasladado. Aun así, preparé mi mochila y me dirigí directamente allí, a ese terreno inestable en el que no sabes qué alegrías te deparará el mañana. Me fui en seguida, a principios de marzo. Conduje durante cinco días atravesando toda Ucrania –normalmente se puede atravesar del este al norte en menos de un día–, dormí en pisos de desconocidos elegidos al azar (mi gratitud a todas esas personas), sin saber cada día dónde iba a pasar la noche. Pero…

La comida que tu cuerpo anhela. El deseo de abrazar a quien amas. Calles familiares donde cada metro desencadena un recuerdo. Cosas que no son tan irrenunciables, puesto que, al parecer, la seguridad prima sobre ellas. Podrás soportarlo, siempre que no pierdas las extremidades en pleno ataque a una estación de tren. Hasta que de repente te empieza a doler el cuerpo de forma tan insoportable que cierras con llave tu cálido y acogedor piso, te echas a los hombros una pesada mochila y decides arrastrarte a lo largo de dos aviones, cinco trenes y doscientos autobuses hacia la tierra prometida, que se encuentra ahora en estado de entropía. Intentas agarrar un trozo de este paisaje antes de que se desmorone, mientras aún te recuerda en cierta forma a la vida que tenías.

Y así corro para tomar el primer tren a Santiago para luego enlazar con el vuelo de la mañana a París, y después sigo hasta Budapest. Todo va según lo previsto hasta la estación de trenes de Budapest. A partir de entonces ya estamos en el Salvaje Oeste y sálvese quien pueda, porque es difícil encontrar en Google algo sensato sobre el transporte hacia y a través de la frontera. Me paro en la estación, está oscureciendo y cae una ligera llovizna. Hete aquí que no veo una taquilla con una persona de carne y hueso, donde poder comprar un billete gratuito con un pasaporte ucraniano. Y el tren que tenía pensado está a punto de arrancar. Si no lo consigo, arruinaré la logística y pasaré la noche en un banco. Empiezo a sollozar de cansancio y desesperanza. Pero entonces pasan corriendo unos trabajadores de la estación y consigo preguntarles dónde hay una taquilla abierta. En la taquilla me dicen que se han cancelado los billetes gratuitos. Bueno, también podría haberlos comprado por internet y no preocuparme tanto. Una vez más me doy cuenta de que o bien es barato o sin nervios, ina combinación sólo al alcance de viajeros con un nivel extremo de zen (lo cual no es mi caso).

Mientras esperaba el tren, quise comprar un trdlo (así se dice en checo; en Hungría se llama como cualquier palabra húngara, completamente impronunciable). Pero no tenía forintos, y en el quiosco sólo aceptaban efectivo. Me quedé mirando tristemente el mostrador. Seguía lloviznando y continuaba anocheciendo. Después ya me fui. Entonces una mujer se apartó de la cola del kiosco y me pasó el dulce en cuestión. “Pues aquí tienes –me dijo–, he notado que lo querías. No son más que unos céntimos”.

Subí al tren y me adentré en la noche, abrazando mi mochila, comiendo un bollo de azúcar y recordando a aquella amable mujer. Así fue como ese acontecimiento me hizo entrar en calor en la frontera. Ese suceso y el hecho de que había enchufes en el tren.

 

21.09.22

En Ucrania todo es genial, excepto las estaciones de tren. Siempre hay un vagabundo durmiendo con la cara ensangrentada, siempre hay gitanos. Siempre hay una decrépita abuelita advirtiendo de que Jesús vendrá pronto, literalmente, “el año que viene” (y cito), en un pack muy completo que incluye el fin del mundo, y entonces el que sepa lo que es, no tiene nada que temer, mientras que a quien solo entonces se acerque a Jesús, Jesús le dirá “Yo no la conozco, ¿usted dónde estaba antes?”.

Me pregunto qué habría pasado si no hubiera sido por un puñado de judíos jasidim indefensos (hasta para el regateo eran un tanto ineptos), que empezaron su viaje en Budapest y encontraron apoyo y esperanza en mí, llamándome su Rebe particular, sin separarse un milímetro mientras yo negociaba los billetes de tren, taxis y hoteles, pues solo hablaban hebreo y el idioma de los dólares. En su compañía se me activaba automáticamente el rol de traductor y guía, aunque mi talento personal no era sino un hábil uso del Google Translate y un honesto deseo de ayudar.

Si no fuera por ellos, díscolos hijos de Abraham, la espera de largas horas en la localidad de Chop entre el vacío, el frío implacable, los habituales de la estación y la imposibilidad de salir por la noche habría sido cien veces más deprimente. ¡Y cómo lo agradecieron los mozos!

Dos trenes más por delante: primero a Leópolis y luego a Kropivnitskyi. Esa es la primera parada: la boda de mi hermana. Allí me será posible recobrar el aliento, lavarme, dormir en una cama normal… Supone un día entero de viaje. Llegaré a Kropivnitskyi ya mañana.

 

22.09.22

Cuánto mejor se respira en tu país de origen, cuando sabes que te lo puedes permitir todo porque todo lo tienes cubierto. Ya tienes en tu teléfono todas las aplicaciones necesarias para los taxis, para Correos, para el banco, para los trenes… Si yo viviese en algún lugar de Ucrania Occidental escupiría sobre todos los peligros y probablemente no me refugiaría en Europa. Pero mi casa está a 30 kilómetros de la frontera rusa.

Me bajo del tren muy temprano por la mañana. Aún faltan unas horas para poder registrarme en el hotel. Hacía mucho frío. Tuve que decidir durante mucho tiempo qué ponerme para viajar cómoda, para no asarme en España ni tampoco congelarme en Ucrania. Pero de algún modo fracasé. La mañana en Kropivnitskyi me recibió a una temperatura de +9, y mi chaqueta vaquera más mi sudadera no me proporcionaron el calorcito necesario. Aún no habían abierto los cafés y la mochila hacía que me dolieran los hombros. Tuve que pagar extra por un check-in anticipado.

¡Ah, este hotel! Aquí me alojé durante cuatro meses mientras trabajaba como intérprete en un proyecto superinteresante. Sigue siendo el mejor trabajo de mi vida. Y también sigue siendo el mejor hotel de mi vida. Una habitación tan acogedora y limpia. Todo está pensado, todo es cómodo. Incluso hay cocina, porque es un apartahotel. Podría componer un poema yo solita sobre lo mucho que me gusta este hotel. No creí que lo fuera a volver a ver.

Bueno, ¿qué se supone que debo hacer en Kropivnitsky? Estuve muy a gusto aquí, pero no creo que hubiera tenido excusa para volver. Si no fuera por mi hermana, si no fuera por la boda. Si no fuera por la guerra. Mi hermana vivió en Járkov los últimos años.

Y yo durante este he olvidado cómo hacer planes y hacer suposiciones sobre el futuro.

 

23.09.22

No hace mucho, en Santiago conseguí un billete gratuito destino A Coruña gracias al pasaporte ucraniano. El empleado de la estación tenía cara de ver las noticias con regularidad. Trató de ser solemnemente taciturno, de resultar comprensivo. Puede que sea todo imaginaciones mías, claro está. Nos miran de esa forma, como intentando imaginárselo y empatizar. Pero algo así, ¿en qué cabeza cabe? Yo tampoco podría imaginármelo.

Allá por 2014, cuando el Apocalipsis en versión reducida empezaba a desatarse en el Donbas y yo acababa de conseguir mi primer trabajo dando clases en una academia de idiomas como si nada, tuve a una alumna llorando a moco tendido en medio de una clase particular. Era de Sloviansk, su ciudad era un campo de batalla y las noticias que le llegaban de casa eran terribles. Mientras su madre se estremecía con el ruido que hacían los proyectiles al estallar, la estudiante intentaba dominar su nivel Pre-Intermediate de inglés. Pero no iba bien. Por supuesto que en aquel momento lo sentí por ella, pero ¿lo entendía? Recuerdo que todo aquello parecía tan lejano y tan completamente fuera de mi alcance… Solo de pensarlo me quemo y me invade la vergüenza.

Tercer día en Ucrania. La ciudad de Kropivnitskyi, en el centro de Ucrania. Alegre e inquieta. Suenan las alarmas tres o cuatro veces al día. Nadie les presta atención, siguen a lo suyo. Aquí quizá solo haya habido un bombardeo, en algún remoto rincón del extrarradio. La gente no se inquieta, llevamos seis meses con las sirenas antiaéreas, y todo el mundo se ha acostumbrado a ellas. Pero los restaurantes y supermercados cierran mientras dura la alarma. Estás tranquilamente sentado comiendo tu pasta con pollo y champiñones con salsa carbonara, disfrutando de la vida (yo desde luego, siempre disfruto cuando como). No te echan, puedes terminar de comer tranquilamente. Pero cierran la puerta principal. Te sientas y observas a la gente andar con aire despreocupado al otro lado de la ventana.

De hecho, estás sentado en otro magnífico restaurante comiendo las elaboradas fantasías de un chef, con un servicio impecable, donde la limpieza y el diseño de los aseos indican la alta categoría del establecimiento. Pero abres el periódico y se te ponen los pelos de punta.

No sé muy bien qué aspecto ofrece un país inmerso en una zona de guerra real, porque hasta ahora he tenido suerte. Uno donde las bombas y los misiles sean más frecuentes que la monotonía, donde la vida resulte una sucesión de contrastes, y se viva un poco al límite de lo absurdo.

En general, Ucrania se caracteriza por el eclecticismo y las contradicciones.

Digamos que por un lado tenemos el asfalto agrietado (debido al clima, se deteriora rápidamente y rara vez se repara) y las casas grises y destartaladas. Cualquier habitante de Kropivnitskyi me responderá airado con el comentario de rigor: en el centro tienen hermosos monumentos arquitectónicos, y ciertamente ahí están y lo son. Pero la periferia no es más que una oda a lo marchito.

Por otro lado: Correos renovado o Nova Poshta, por poner ejemplo. No hay nada más hermoso que Nova Pohsta. Por un paquete por el que habría pagado 23 euros en España, en Ucrania pago 3 euros (¡y eso que es más caro que el servicio postal público de Correos!) ¡y recibo el paquete al día siguiente! Esto va acompañado de una aplicación muy práctica y una sucursal en cada esquina. No es publicidad, sino que a mí me encanta.

 

24.09.22 

Las bodas, como acontecimiento, no dejan de ser un exorcismo. Las tradiciones y los desfiles no son my cup of tea (plato de gusto), que dirían los británicos.

Pero llorar por sucesos conmovedores… ¡eso ya es mi especialidad! Cuánto he llorado a placer con toda a mi alma. Ver a tu hermana menor casarse te parte el corazón. Yo le ayudaba a memorizar sus primeros poemas muy de mañana. Y luego ella termina la universidad, sienta cabeza con un marido y un perrito.

La boda, por un lado, es como un enlace normal, con unas cantidades ingentes de comida, brindis, bailes, concursos y todo tipo de rituales simbólicos, como el de la toalla nupcial, que sirve de alfombra a los contrayentes. Y, sin embargo, todos los demás brindis fueron para que viviéramos bajo un cielo pacífico, la victoria de los nuestros, etcétera. Bailes al son de las canciones de 2022. El pop ucraniano de 2022 consiste principalmente en remezclas o remixes con fragmentos de vídeos virales sobre temas militares y políticos. Para colmo, la boda termina a las 9 para que dé tiempo a volver a casa antes del toque de queda.

 

25.09.22

Tengo un ardor de estómago brutal. Ayer comí demasiado. Después también tuve fiebre. Me tiré todo el día acostada, no aguantaba de pie ni cinco minutos. Menos mal que no me pasó durante el viaje, que tengo el hotel hasta mañana y siempre llevo conmigo un analgésico milagroso, con cuya ayuda pasé una noche más liviana.

 

26.09.22

En las paredes hay perros jugando al póker, una Gioconda que masca chicle y los certificados de un curso de café para baristas. El interior de la cafetería parece más acogedor e invita a practicar mi actividad favorita: zamparse un postre. Pero desde hace un día no me entra ni un pastel en la boca, hoy me siento mareada por todo. Tengo que hacer ejercicio. Me estoy volviendo insoportablemente débil. Y eso que ni siquiera bebo. Comí hasta empacharme en la boda, sé que la recordaré durante mucho tiempo.

Un poco de footing por la ciudad y luego me voy a Kiev.

Kropivnitsky sigue igual de cutre, pero acogedora. Tal y como la recordaba a raíz de mi última visita. Resultan especialmente agradables los restaurantes exclusivos, en contraste con el deterioro general. Por todas partes la estética del brutalismo soviético se mezcla con ejemplos de la arquitectura barroca y neoclásica.

Solo que me duele tanto el estómago que quiero caer como un tronco en la litera del compartimento, y dejar que el tren me lleve hasta mis amigos de la capital.

 

27.09.22

¡Hola Kiev, hola taxi al precio del transporte público en A Coruña!

 

28.09.22

Estoy alojada con unos amigos en una urbanización muy pija. Es como una ciudad dentro de la ciudad, porque tiene de todo: cafés hipster, barberías, tiendas de alimentación de todo tipo, oficina de correos. Todos los logotipos pegan con el diseño general, así que vives como en una casita de muñecas. Es la esterilidad de la metrópoli, con hombres barbudos sentados detrás de sus Macbooks, bebiendo agua de filtro, codificando la info como si nada. Pero el barrio no es precisamente el más ordenado. Traspasas las puertas de la urbanización, y te topas con el barro y la prosa de los mercadillos callejeros, los puestos de shawarma, almacenes de depósito… A lo largo del camino hay erizos antitanque por todas partes. Han sido retirados de la calzada, pero no los han llevado muy lejos. La guerra aún no ha terminado. Resulta además que todo el país está en guerra.

 

29.09.22

Ayer nos echamos unas partidas con juegos de mesa, estuvimos hablando de la última precuela de Juego de tronos y del viaje de negocios de un amigo a Canadá. Casi todo era como antes, solo que ya nada será igual. Y ya mañana me voy a casa.

 

30.09.22

Aquí estoy en Sumy. ¡¡¡Por fin!!!

Me vino a buscar con flores a pie de andén, como siempre. Reconoció el vagón, me esperó para abrazarme, como siempre. Llevó mis cosas a casa, como siempre. Me cocinó un puré de patatas e hígado, como siempre. El regreso a Sumy es siempre igual de agradable.

Llegué ya de noche, pero enseguida tiré la mochila en casa y nos fuimos a dar un paseo.

Suena la alarma antiaérea, las linternas están apagadas. Pero hay gente caminando por la Sotnia, nuestra parte vieja peatonal, incluso sin linternas. Cualquier “sumita” tiene en su ADN dónde está cada uno de los charcos de la Sotnia y cómo sortearlo.

En el piso, todo aquello que uso solo yo se ha cubierto de polvo. Él lo ha dejado todo en su sitio y no se ha tocado nada.

Te mudas a otro país, abres una cuenta bancaria allí, compras platos en Ikea, adquieres nuevos hábitos alimentarios. Luego vuelves seis meses después, vas a lugares conocidos y el wifi se activa automáticamente. Entonces sabes que estás en casa.

 

02.10.22

Cuando imaginaba mi viaje, casi todo el tiempo pensaba en nosotros dos juntitos, tumbados en el sofá bajo una manta. Pero en la segunda imagen más recurrente me veía entrando en Holiday, mi café favorito de todo el barrio. Y aquí estoy al fin. ¡Dios, qué bien se está! Aquí sí que saben lo que es un capuchino. Otras cafeterías probablemente se ofenderán. Vale, tengo varias favoritas. Pero esta está más cerca de casa; es decir, no queda céntrico, sino en una zona residencial, donde no suele haber modernas y acogedoras como éste. Por eso es especial.

 

06.10.22

No me apetece nada escribir, solo quiero dormir en mi cama. Solo quiero quedarme en Sumy.

Hoy, justo en mitad de mi trabajo online, se ha ido la luz. Pero seguí con el internet de mi móvil. La estudiante se lo olía y estaba preparada, estamos en el mismo barco mientras yo siga aquí. Este es el menor de los problemas posibles en una situación semejante.

 

07.10.22 viernes

Vi a un compañero de la uni. “Nos habríamos mudado hace mucho tiempo si hubiéramos querido. Ambos trabajamos a distancia. Pero nos gusta estar aquí, no se nos pasa por la cabeza irnos a otro parte”. Algo que. si bien debería inspirar respeto, pero me parece un reproche a mí y a otros como yo.

Como si todo aquel que se marcha es porque quiera hacerlo. Todos escaparon adonde había más seguridad. Aquí, a 30 kilómetros de la frontera rusa, está claro que no la hay. Si bien todo está tranquilo, la calma es un mero espejismo. No nos bombardean con misiles como últimamente a Zaporiyia o Jarkiv. Pero a diario bombardean la frontera con nuestra provincia.

 

08.10.22 sábado

Yaroslav se despertó esta mañana con la noticia de que el puente de Crimea había sido volado. Los primeros memes fueron ya a eso de las 10. Las 15 cuentas, cuyas historias sigo con regularidad, se burlaron de todo el mundo hasta el punto de que su sentido del humor “quemó todos los puentes” entre nosotros y Rusia. Nadie quedó indiferente, todo el mundo publicó un chiste/una canción/una imagen/un pantallazo del ingenioso tuit de alguien.

 

09.10.22 domingo

De repente, todo el mundo se acuerda de Ucrania. Un camarero recibe a los clientes y les toma nota en ucraniano. Aquí se entiende, es la ley, además en la industria de servicios. Los clientes responden en ucraniano, ahora ya de forma automática. Como se han dirigido a ellos así, le siguen y responden de la misma forma. Después quieren aclarar algo sobre los postres, y se entabla una conversación. Si han empezado en ucraniano, es de tontos cambiar a la lengua de Mordor, tan habitual por estos lares. Y todos son tan cultos, conocen unos vocablos tan rebuscados. Aparentemente es genial, la ucranización está en pleno apogeo, augura un futuro brillante, la construcción de la identidad nacional. Pero ninguna de estas personas habla ucraniano en casa, y solos en la mesita de este café tampoco. Al mirarlos, uno tiene la impresión de que asiste a un club de conversación de lenguas extranjeras, donde se reúnen para practicar. Quizá algún día desaparezca esa sensación.

En la mesa de al lado hay una mujer con las uñas tan afiladas que parezcan armas blancas. Largas y puntiagudas, como si tuviera cinco lápices afilados en cada mano. Mueve suavemente sus lápices por el aire, mientras diserta sobre cosas mundanas. “¿Cuándo dijiste que se declaró?”. “En septiembre. Ya estoy planeando una sesión de fotos. Quiero una foto con un ramo, otra en la que estemos abrazados”.

A pesar de los pesares, la vida sigue.

 

10.10.22 lunes

Llovieron los cohetes por todas partes, pero Sumy se mantuvo al margen, Sumy tiene suerte de ser insignificante. Sólo la devastación en algún lugar de una provincia vecina afecta también a la nuestra. No conozco bien la estructura de la infraestructura energética del país, pero tengo la sensación de que la vida me obligará a investigarla. La electricidad estuvo cortada durante la mitad del día, el agua por más tiempo aún. Mi tía en Francia telefoneó, toda preocupada, pero yo estaba durmiendo a las 12 del mediodía como si nada hubiera sucedido.

 

11.10.22 martes

Una hermosa puesta de sol y buen tiempo en el día de hoy. Hice fotos con un carrete. No sé cuándo ni dónde lo revelaré. Puede que, como otras veces, el resultado sea menos impresionante de lo esperado. Esto siempre se parece a una ruleta: ya veremos. Ya he encontrado en Google un sitio en A Coruña que revela analógicamente y escanea. Quizá pase mis imágenes por el nuevo [un barrio de Sumy] o puede que las lleve a la calle Juan Flórez. Qué geografía más loca. Estas dos ciudades en las que vivo son como dos realidades paralelas. Mientras estás en una es difícil creer que la otra existe.

 

12.10.22 miércoles

Continúan los ataques contra instalaciones energéticas. La escasez de electricidad es cada vez más palpable en todo el país, Sumy incluido. Suele haber cortes eléctricos en todos los barrios, pero esta vez en nuestra casa aún no se ha cortado. O se mantiene esta racha de suerte o ya me tocará la china.

 

14.10.22

Di un paseo por la noche en total oscuridad. De noche nunca se encienden las luces. Al menos en el parque infantil. Nosotros tenemos una linterna superpotente. Nos las arreglamos bien sin ella, pero para hacer fotos a las esculturas de dinosaurios necesitamos luz adicional. Hay momentos en que es la única diversión posible. Normalmente, cuando hace más frío, nieva mucho y se congela el estanque, colocan un tobogán. No creo que este año lo hagan. No habrá más que un parque oscuro bajo la nieve blanca. Aunque yo ya no lo veré.

 

15.10.22

Salí a un bar a ver dónde le gusta quedar a mi chico con un amigo. No es de esos que me encandilan, pero está bien que sigan abiertos establecimientos para todos los gustos. Incluso hay uno nuevo este año.

 

16.10.22

Fuimos de excursión por todo Sumy.

El guía turístico ha vivido durante muchos años en Italia, pero hace poco regresó a su ciudad natal y organiza excursiones. Hace tiempo que sigo su Instagram, donde anuncia periódicamente visitas a los diferentes barrios arquitectónicamente interesantes de la ciudad. A mi ciudad la quiero mucho. Decidí dar una vuelta por la calle Petropávlovskaya, muy cerca del barrio donde crecí. No es que vaya a recordar durante mucho más tiempo los antiguos nombres de las calles y los apellidos de los aristócratas que construyeron mansiones para sí mismos y escuelas para la plebe, cuya grandeza arquitectónica podemos admirar hoy en día. Pero cuando escuchas historias sobre el pasado durante mucho tiempo te invade la sensación de que estuvo aquí antes. De alguna manera te pone en contexto.

Sentada ahora en Lafit, otro de mis cafés favoritos. ¿Hay alguna cafetería elegante en A Coruña con postres bajos en calorías, pero que estén tan buenos como los dulces normales? Aún no he encontrado ninguno. En este café hay, como siempre, muchas mujeres con sus niños. Resulta que no todas las madres con hijos huyeron.

 

19.10.22

Pedí cita en el dentista. ¡Para mañana! Esto no es A Coruña. Me encanta A Coruña, en serio, pero tiene sus cosas.

 

20.10.22

Justo después del dentista, fui al café responsablemente, porque la dentadura no se estropea sola. Como tenemos problemas de agua en la zona, repartieron platos desechables. Hasta ahora nada ha roto mis queridas Vacaciones: ni el coronavirus ni los cortes de electricidad.

Pedí la bebida más suave que pude encontrar para mis dientes recién revisados, y consulté las noticias. Un mensaje en un informativo local ucraniano: WLos rusos no bombardearon nuestro territorio en todo el día. La noche del 20 de octubre fue tranquila”. Esto no ocurría desde hacía mucho tiempo. Todos los días lanzan proyectiles por la frontera. Y la frontera está a una distancia de 30 kilómetros. Sin embargo, nunca me he molestado en ir al otro lado. Ahora no siento el más mínimo interés ni tampoco lo lamento.

Cuando llamas y el abonado está ocupado, Vodafone dice en ucraniano: “El abonado está hablando. Esta llamada puede ser la que nos acerque a la victoria. Creemos en Ucrania”.

Hoy no habrá agua en todo el día. Lo advirtieron en las noticias Tenemos un millón de botellas para estos casos, lo aguantaremos.

El alumbrado público también estará limitado durante algún tiempo. Hay escasez de energía en toda a red y se están haciendo reparaciones. Están haciendo cortes programados, para que ninguno sea de improviso.

 

21.10.22

Fui al banco a cambiar dólares por euros. Antes pensaba que era imposible. Todas las instituciones y servicios se han revitalizado considerablemente desde el comienzo de la guerra. En las primeras semanas después del inicio era imposible ir al dentista o al banco. Entonces todas las tiendas cerraban bruscamente, y había que leer en las noticias locales dónde abría ese día un supermercado y en qué horario. Por el comienzo de la guerra me refiero al 24 de febrero. Por supuesto, soy muy consciente y nunca he olvidado que la guerra comenzó en 2014, pero creo que debería hacerse más hincapié al hablar de “la invasión a gran escala”.

Estoy acostumbrada a caminar en la oscuridad. Cuando se pone el sol, la oscuridad cae sobre la ciudad como si nunca antes hubiera existido. El sol se pone temprano, a las 5. Dado lo irregular de mi horario, salgo a pasear a eso de las 5. La catedral del centro se alza gris, como un fantasma en la penumbra. No recuerdo si alguna vez la había visto sin iluminación. Tengo unas cuantas rutas trilladas y conozco todos los rincones, así que camino sin linterna. Solo la enciendo para evitar charcos, especialmente el lodo sobre el asfalto más agrietado.

Al principio, las farolas se apagaban por motivos de seguridad. Al parecer, se trataba de camuflarnos para dificultar la puntería de los aviones enemigos. Luego empezaron a apagarlas por motivos económicos. Orcostán [referencia a Rusia, a cuyos habitantes los ucranianos llama ahora “orcos”] bombardeado el 40% (¡el 40 %!) de las infraestructuras energéticas del país y ahora luchamos contra ese déficit de electricidad.

 

22.10.22

Quedé con O. Cuando se es periodista (al menos cuando se es O.), la guerra no es una excusa para desentenderse, sino un pretexto para implicarse. Ella siempre ha estado en el ojo del huracán, y sus manos siempre arden de puro ocupadas. Sé que diría que exagero y que también le invaden la depresión y la apatía, pero de mi observación personal a lo largo de los años y por lo que cuentan los amigos, ella es una persona que necesita ser siempre útil. Frente a su concienciación y ciudadanía activas mi inercia y el instinto de conservación que prevalece sobre cualquier otra consideración resultan aún más evidentes.

 

23.10.22

Fui con Y. a Holiday. Suele costar esfuerzo arrastrarle a una cafetería cuando podemos sentarnos perfectamente en casa en el sofá, viendo una serie mientras picamos algo. Me lo tomo como un gesto de que se alegra mucho de que haya venido y quiere que esté satisfecha de la visita.

 

26.10.22

Busco una maleta nueva. Llegué al Eurobazaar sobre las 5, pero ya estaba cerrando. Ahora todo cierra demasiado pronto, las cafeterías también. Fui luego al outlet Manufaktura; si bien no había luz, la gente paseaba. Al parecer, algunas tiendas tienen sus propios generadores. Hay quien vende sus productos con linternas. En resumen, los centros comerciales funcionan, no como ocurría al principio de la guerra. Han revivido, pero ahora estos apagones son un fastidio.

No presté demasiada atención a las lecciones sobre la historia de Ucrania en la escuela, pero capté el concepto general del mito nacional. Cuando era niña, tenía la idea de que nuestra principal característica era que habíamos sido despojados, forzados, perennemente invadidos, algunas veces desde Oriente, otras desde Occidente. Es una visión muy simplificada de los procesos históricos, pero se integra a la perfección en los acontecimientos de este año en términos emocionales. Nos viene encima una avalancha de problemas que se desploman sobre nuestras cabezas.

Acabamos de superar el primer shock, nos hemos adaptado, se han abierto negocios, se han desarrollado aplicaciones para las alarmas antiaéreas, se están organizando puestos en los refugios antiaéreos. Hay casi más eventos. Incluso mucha gente ha regresado del extranjero. Ahora estos ataques al sector energético. El suministro de agua se corta periódicamente, los pisos se congelan y no puedes encender la calefacción sin electricidad. Cuando se enciende la calefacción, también da problemas. No tenemos acceso a internet debido a los apagones; no hay WiFi en casa, ni en teléfono móvil, porque las torres eléctricas tampoco funcionan. Esto hace más difícil comunicarse con los seres queridos virtualmente, más difícil trabajar online, más difícil estudiar a distancia. Muchas escuelas y universidades se han pasado al aprendizaje online, y ahora solo es posible si tanto el profesor como todos los alumnos disponen de internet. En resumen, el Apocalipsis.

 

29.10.22

Aún no he podido conseguir los billetes. El tiempo apremia, pensaba volver antes de que el frío arrecie. Pero cada vez que me siento a comprar los pasajes me desanimo por la complejidad de la logística. Otra vez dos aviones (que es lo más fácil), de nuevo un montón de trenes. Incluso pensar en los hoscos guardias fronterizos hace que me escuezan los ojos. Aunque el motivo principal es que no quiero ir a ninguna otra parte. Porque vuelvo para estar sola; sola en un piso vacío. Es cierto que tengo amigos y algunos conocidos allí. Pero me voy a dormir sola y sola me despierto. Tengo que hacer la compra yo sola, cocinar sola, tomo las decisiones yo sola, y si me invade la preocupación ante un acontecimiento importante, es en soledad.

 

31.10.22

Últimos encuentros, la última salida. Saldré de mañana. Tengo un vuelo desde Polonia comprado para el día 4, estaré un par de días paseando por Cracovia. No he estado nunca en Polonia, necesito darle una alegría a esta nueva huida. Pero todavía hay que llegar a Cracovia. Los trenes son Sumy-Kíev, Kíev-Leópolis, Leópolis-Przemyśl. El tren Przemyśl-Cracovia lo compraré in situ, y si tengo suerte, es gratis.

Me he comprado un anillo con los contornos de Ucrania. Me calentará el alma.

 

01.11.22

Tenía dos tabletas de Nurofen Exprés Forte, tres frascos de Clorhexidina, seis paquetes de hormonas, 30 comprimidos de Valovir y toda una bolsa de medicinas cuyos nombres no intentaba recordar porque papá se los llevaba a un amigo y no era asunto mío. Para ser Hunter S. Thompson, por algo hay que empezar. Tenemos muchos más medicamentos de venta libre en nuestras farmacias que en España. En España se necesita receta para todo. Basta mencionar a las personas equivocadas que vas de Ucrania a España para que se apresuren a convertirte en una mula. No fui a la universidad para eso, pero la familia es lo primero. Papá me pidió que me llevara las medicinas y se las enviara por correo a un amigo suyo en Extremadura. Pero esa no fue la carga más engorrosa con la que me obsequió. También me pidió que le enviara a su amigo el imprescindible bastón de madera hecho a mano, en el que papá había tallado un caballo, una serpiente y la inscripción latina motus vita est. Un poco para animar a su amigo cojo a moverse más. O simplemente en plan de broma. El bastón no cabía en el mi maletín como equipaje de mano, tendría que empuñarlo por toda Europa.

Y así yo, como un mago errante, con un “cetro mágico” en una mano y un smartphone más mágico aún en la otra (no es fácil viajar sin Google maps, y triste hacerlo sin hacer acopio de fotos), con la mochila a cuestas y la maleta –que al parecer hay que controlar con el pensamiento, una vez que te fallan las manos–, salí acompañada de mi fiel escudero hacia la estación de tren. La estación está a cinco minutos de casa, así que Sancho Panza y yo no tuvimos que andar mucho.

He aquí el eterno adiós antes de que parta el tren… El tren empieza a moverse y es como si se hubiera roto el cable de sujeción y estuvieras volando hacia el espacio exterior. Solo que, cuando me iba de viaje de negocios, siempre teníamos una fecha exacta en la que nos volveríamos a ver.

Un día muy largo me llevó a Leópolis. Dormité casi todo el rato. Si no duermo en el tren, me mareo. Apostada en el andén con mi equipaje, había olvidado mi bastón en el tren y me había alejado mucho de la estación, cuando de repente me acordé. Corrí hacia el tren, que aún no se había alejado. El revisor me dijo: “Señora, se ha olvidado el bastón”.

Al cabo de un rato, ya con mi bastón, me arrastré hasta el tren a Polonia. Tardé una o dos horas en llegar, pero me tiré otras cuatro dentro el tren, mientras nos revisaban los papeles a todos los pasajeros. En Przemyśl el aduanero miró mis documentos, asintió sin más y me invitó a entrar en la Unión Europea.

A la salida de la estación volví la vista hacia el lugar donde, según el navegador, se encontraba Ucrania. Pensé que debería haber respirado aliviada a este lado de la frontera, pero me costaba respirar. Hasta pronto, hogar, ¡ya te echo de menos!

 

Traducción del ruso de  Amelia Serraller

 

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