Cuando mejor luce la lápida de Quevedo, es después de la lluvia; tanto como a la luz de las velas, o en las noches de luna llena. Le gusta mojarse a la escritura en piedra, como le pasa a las plantas. Los baños de luna y la luz de las velas también resaltan su belleza centenaria.
Aunque elogiemos la lluvia y la sombra -por su luz tamizada- no hay como quedarse en la cama, las mañanas que arrecia el agua. En este deseo coincidente e irrealizable vuelven a ser niñas todas las generaciones. Conmueve el instinto humano de no salir de sus madrigueras, como hacen las bestias en las mismas circunstancias. Algunos seres más inteligentes que el hombre, se quedan dentro de sus guaridas durante todo el invierno. Con este proceder cuidan de sus vidas.