Una de las grandes decepciones de mi vida es el Diccionario de argumenos de la literatura universal, de Elisabeth Frenzel, publicado hace ahora algunos años por la editorial Gredos. Lo tengo en mi biblioteca en lugar destacado porque es un libro muy bonito, encuadernado en cuero rojo y con letras doradas, y lo he abierto muchas veces para consultarlo, aunque siempre con poco provecho. Los “argumentos de la literatura universal” que se reúnen aquí son todos bastante antiguos y se mueven por lo general en el ámbito de las literaturas germánicas. Así, por ejemplo, al artículo sobre Alberto Durero (donde aparecen listadas docenas y docenas de títulos de novelas, relatos breves, poemas, obras de teatro y libretos de ópera basados en la vida del gran pintor alemán) sigue uno sobre “el fiel Eckart”, un personaje secundario de la leyenda de Tanhäuser que aparece “nada menos” que en seis comedias de Hans Sachs. Siguen “Edipo”, “Eduardo III de Inglaterra” y “Eginardo y Emma”, una historia de amor que tiene como protagonista a una hija de Carlomagno.
No es el diccionario más extraño que tengo en mi biblioteca. Uno mucho más curioso es A Dictionary of Musical Themes de Harold Barlow y Sam Morgenstern, y su compañero, A Dictionary of Opera and Song Themes, de los mismos autores. Lo interesante de estos diccionarios es que no compilan palabras, sino notas musicales. El procedimiento es muy ingenioso: en la primera parte, se organizan los ejemplos musicales (sólo un pentagrama por ejemplo) por orden alfabético de autores, y en la segunda aparecen las notas de las melodías, que en inglés tienen nombre de letra, por orden alfabético. En la lista del final, todas las melodías aparecen en Do mayor o Do menor. Así, por ejemplo, las notas iniciales de la quinta sinfonía de Beethoven son Sol Sol Sol Mi bemol Fa Fa Fa Re. Por sus notas en inglés, buscamos en la lista final: G G G E bemol F F, y el código B 948 que nos lleva, por supuesto, a la quinta sinfonía de Beethoven. Nos suena una melodía, la oímos en la radio o en una película, no sabemos a qué obra corresponde. Vamos al diccionario, buscamos sus notas en la lista final, y ahí lo tenemos.
Otro diccionario pintoresco es The Dictionary of Science Fiction Places de Brian Stableford, donde aparecen lugares como “Kakakaxo”, un planeta similar a la tierra también llamado “Cassivelaunius I” (del relato “Segregations” de Brian Aldiss), o el Planeta de Koestler (de “Mutation Planet” de Barrington J. Bailey), así llamado en honor al filósofo británico, o “Mizora”, una civilización que vive en el interior de la tierra (de la novela Mizora de Mary Bradley). Lo curioso de este diccionario, que tiene cerca de cuatrocientas páginas a tres columnas, es que se interesa sólo por los lugares, sean planetas, ciudades, edificios, mares o desfiladeros, de esos mundos absolutamente imaginarios.
Un diccionario maravilloso es el Diccionario de Hermenéutica, dirigido por A. Ostiz-Osés y Patxi Lanceros. Es una fuente inagotable de información y de deleite. Por ejemplo, el artículo «Medicina y palabra» de Rof Carballo. Y muchos, muchos otros.
El Dicionario inverso de la lengua española Ignacio Bosque y Manuel Pérez Fernández también es una obra curiosa (aunque, si he de ser sincero, creo que jamás me ha servido para nada). Es un diccionario en el que las palabras se ordenan alfabéticamente no por las primeras letras de la palabra, sino por las últimas. Estas son, pues, las primeras palabras de la letra A: a, arrabaa, aba, baba, ababa, rebaba, caicaba. Como vemos, lo realmente extraordinario de este diccionario no es su carácter inverso, sino el carácter cuasi fantástico de muchas de las palabras que se recogen en él. No conozco ningún diccionario más rico, más variado ni más increíble. ¿Qué diablos es una «arrabaa»? Según el diccionario de la RAE se trata de un adorno que aparece en los arcos de las casas árabes. Pero la voz recogida por la RAE es «arrabá» y no «arrabaa».
Sea como sea, el diccionario más fascinante de todos es ése que describe Borges en «Tlön, Uqbar, Orbis Tertius», cuyo propósito no es otro que crear una realidad alternativa a la nuestra e imponerla.
Quizá sea este el propósito oculto de todos los diccionarios que existen.