Generalmente desconfío de las palabras, sobre todo de las escritas, que no puedo matizar con una mirada o con un gesto; no es mi oficio; me cuesta hasta poner un título a mis cuadros y si lo hago es para poder nombrarlos, mas allá de las medidas y la técnica. Por otro lado no creo en la necesidad de dotar a mis obras de una carga literaria que explique lo que salta a la vista (o debería). Sin embargo hay un asunto del que sí me gustaría escribir. Mi trabajo con la pintura durante los últimos decenios me ha llevado por dos caminos paralelos que recorro simultáneamente, sin retroceder ante la posible incoherencia, navegando entre dos aguas, en una dicotomía esquizofrénica.
Uno es el paisaje, la visión exterior de cuya necesidad nos liberó la aparición de la fotografía a finales del siglo XIX. Después de los años de aprendizaje y de imitación de la naturaleza ante ella, la búsqueda de la objetividad absoluta me llevó al uso de la fotografía para una serie aún no agotada de playas que unen la pintura con las arenas, donde la visión hiperrealista se funde con efectos que pretendo sean táctiles, en un afán de posesión total de la realidad exterior. Son también las playas de mi infancia y juventud , de los espacios libres en los veranos añorados en Galicia, cuya belleza quise revivir desde la lejanía.
El otro camino es el de la figuración de lo interior, de lo intuitivo, de lo irracional y de lo sublime, de lo que busca plasmar lo inexplicable. Son composiciones que reflejan la música de los sueños, coreografías utópicas de cuerpos inventados, expresiones del Eros o planteamientos de las relaciones y experiencias existenciales; armonías donde lo visual se expresa más libremente, y las incongruencias de la improvisación ayudan a entrever o adivinar leves e inciertas verdades. Este no es terreno de la lógica, es el reino del misterio que con el tiempo ha ido definiéndose en una gramática personal con las reglas de la relatividad que, sirviéndome a mí, espero que sea de alguna utilidad a los demás.
Habrá quien diga que soy inseguro, o dubitativo, pero me son necesarias ambas vertientes; la primera es como un reto que no puedo dejar de afrontar y que me ayuda a definir y concretar la segunda. Alternándolas renuevo ímpetus y ambiciones, evito en gran medida repetirme o aburrirme. Lejos de mi intención el querer justificarme ante los seguidores de las ortodoxias integralistas del sistema del arte, que extrañamente quedan un poco desconcertados y en algún caso ignoran despreciativamente la dicotomía de mi trabajo; digo extrañamente ya que la libertad debería ser la característica principal del arte actual ¿Es acaso inevitable que las revoluciones se institucionalicen y creen nuevas academias? Pido humildemente disculpas por hacer lo que me pide el cuerpo.