La duración de la dictadura instaurada por Obiang Nguema nos permite observar de manera continuada los efectos de su profundo enraizamiento en la sociedad guineoecuatorial y hacer reflexiones que puedan ser compartidas con los interesados en nuestras desdichas.
El acaparamiento casi exclusivo del poder por determinadas personas de la etnia fang y la ebullición económica que supone para un minúsculo país la explotación de petróleo y gas ha permitido el cambio de esquemas mentales del resto de ciudadanos guineanos, reconocidos súbditos de un dictador cuyos servicios didácticos son disputados incluso por el Instituto Cervantes, todo hay que decirlo. En efecto, los guineanos no se quedan impasibles ante el manejo partidista de los activos dinerarios del país y ajustan sus costumbres e intenciones a comportamientos que supongan el disfrute de estos dineros oscuramente manejados por el clan de la dictadura.
Un aspecto llamativo, pero que necesita ser consignado, es el comportamiento de las personas de las etnias de la periferia del poder, lo que en Guinea se suele denominar minorías. La causa de este comportamiento tiene sus verdaderas raíces en el afán de supervivencia que todo ser humano debe poseer. En Guinea, las oportunidades del desarrollo y promoción social están tan supeditadas al juego laudatorio de la política que sobra cualquier mecanismo de promoción de los individuos. Basta confirmar el apoyo al régimen y a su parafernalia para asegurarse la promoción social, con independencia de cualquier credencial académico o formativo. Si esto no fuera la realidad, no se entendería que un analfabeto pudiera ser general o que un individuo que no tuviera ni siquiera el bachiller pudiera ser ministro de educación.
Asentado este hecho, los ciudadanos guineanos saben que el aborrecimiento de la meritocracia se suple con conductas aborrecibles que potencian el clientelismo y robustece la corrupción, pues el acceso a los medios de vida se asegura con el afianzamiento en la complicidad con los sujetos detentores del poder o en la reclamación del parentesco. En un caso ordinario, como la confección de una lista para decidir sobre los elegidos para una beca de estudios en el extranjero, por ejemplo, gozan de más ventaja los relacionados con los miembros prominentes de la dictadura, que en la actual Guinea son de un entorno geográfico determinado. Este hecho del predominio étnico se intenta suavizar con la inclusión de personas determinadas de las otras etnias en puestos de cierta relevancia, personas a las que rápidamente se instruye en los manejos truculentos y poco opacos de la dictadura. Sin ningún género de duda, los ndowés, annoboneses, bubis y bisios que tienen cargos de cierta relevancia en el desgobierno de Obiang son miembros de la actual dictadura, sujetos a las acciones legales pertinentes cuando hubiere lugar.
Pero tenemos que decir que la percepción que tienen de ellos y de su puesto muchísimos conciudadanos suyos está muy lejos de la posición en la que están por su relación con la dictadura porque es a través de ellos por la que muchos nativos de su etnia entran en relación con un círculo de promoción o la provisión de un beneficio para la supervivencia. En el caso de las becas, sólo por la mediación de estos hombres de las etnias las listas de los elegidos no están compuestas en su totalidad por personas de unas determinada etnia. O sea, se constituyen en la única ventana por la que sus paisanos pueden gozar de unos derechos ciudadanos. La consecuencia de este hecho es que pese a que su desempeño y su relación con una dictadura corrupta y criminal los hace aborrecibles, su estatus, conferido y sostenido por el régimen, de que son la única puerta por la que sus paisanos pueden «comer el dinero de petróleo» hace que pasen de ser unos apestados a indispensables. El empobrecimiento impuesto al resto de la población que no comulga con el régimen favorece este hecho llamativo y es el que priva a muchos ciudadanos guineanos de la capacidad de enjuiciar los actos de sus ciudadanos. Este hecho se ejemplifica en la vida del difunto Miguel Abia Biteo, cuyo deceso causó malestar entre muchas personas de la etnia bubi, quienes se apresuraron a incluir una entrada en wikipedia sobre su vida y muerte, en la que se le presentaba como un mártir de una dictadura que había contribuido a robustecer. El difunto era una puerta por la que algunos bubis se asomaban a la prosperidad negada a los otros ciudadanos de su etnia.
La realidad es que nadie quiere quedarse atrás en el disfrute de los bienes del petróleo guineano. Y este sentimiento caló hondo entre la clase política del país desde los primeros compases de la andadura democrática. De ahí nació la peculiar forma de hacer oposición de los Nze Mokuy, Buenaventura, Mecheba y otros vivos y muertos. Es una manera de hacer oposición en la que no se pide el relevo de la cúpula de la jerarquía política, sino que, dócilmente, se somete a ella a cambio de beneficios económicos. Esta realidad debe ser inmediatamente relacionada con el encuentro público que tuvo lugar el 22 de marzo en Madrid, en el que se unieron políticos guineanos para abordar el tema de la democratización del país. La celeridad del encuentro y la satisfacción de sus organizadores, además de la reticencia de los diversos medios que dieron cuenta de aquel evento, hacen creer que en el ánimo dolorido de los guineanos, testigos de la dictadura y exiliados, pasan factura los años transcurridos lejos de la prosperidad personal y colectiva, lejos de la promoción, muy lejos del dinero del petróleo, sobre todo si atestiguan el desenfreno de la clase política a la que se tienen que enfrentar.
No hay ninguna razón por la que se les debe negar a nadie, sean políticos o ciudadanos de a pie, la posibilidad del disfrute de los beneficios de su país. En lenguaje ya corriente, todos tienen derecho a comer el dinero del petróleo. Pero el asunto es que cualquier reivindicación de unas personas constituidas en partidos políticos siempre será mediatizada por el hecho de que la razón de su existir es la caótica situación del país. Salvo un replanteamiento de su actividad, y ajustarla a la idea de que su meta principal es comer el dinero del petróleo, siempre se les asociará a un ideal cívico que exija o promueva la erradicación de la dictadura con todas sus consecuencias.
Pero en los tiempos actuales hay un gran riesgo de que esta hambre de muchos años, esta impotencia que se siente cuando un profesor universitario tiene que ceder el puesto a un vulgar ladrón, impidan mantener este idealismo de hace muchos años. Entonces corremos el riesgo de que de esta reunión salgan las ideas de una claudicación, y con las prisas, todo quede como con los primeros opositores, coge el dinero y calla. Y porque, francamente, si hubiera habido algo distinto, un plan distinto para enfrentarse a la dictadura de Obiang, habría partes desconocidas, ocultas, del mismo. Y los preparativos habrían sido más largos, mucho más. Y, por supuesto, no sería algo que tuviera que ver con el mismo dictador.
El resto de las alharacas que hay en torno al asunto es lo de siempre, de toda la vida, de algo que la Historia ha aportado rotundos ejemplos: la lucha atroz por el poder, un hecho en el que toman parte guineanos y extranjeros y en el que las facultades humanas más preciadas acaban por ser desterradas. Nuestro drama, el drama de los guineanos, es que nuestro petróleo, y el dinero que produce, está tan a la vista que hay muchos que no disimulan su deseo de comerlo en solitario, o, como mucho, desde la poltrona abetunada del poder.
Barcelona, 2 de abril de 2014