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Dietas que contaminan

 

Come cui

 

Que la comida basura es un atentado contra la salud es algo ya de sobra conocido. Para hacerse una idea de las consecuencias sobre el organismo, físicas y psicológicas, de seguir este tipo de dieta, los amantes del morbo no tendrían más que echar un vistazo al documental de Morgan Spurlock, Super size me (2004), en el que recoge la experiencia personal de alimentarse durante un mes, en exclusividad y con alevosía, a base de productos del McDonald’s. En esos 30 días, Spurlock, cobaya de su propio experimento, engordó más de 11 kilos, sufrió bruscos cambios de humor y padeció apatía sexual y daño al hígado. ¡En un mes! ¡Y pensar en la cantidad de gente que se ceba asiduamente de esa manera inmisericorde durante toda su vida!

 

Lo que, sin embargo, no se conoce tanto es el hecho de que la comida rápida también afecte a la sostenibilidad medioambiental: un estudio llevado a cabo por investigadores del departamento de ecología de la universidad de Minnesota (EE UU), que salió publicado en la revista Nature hace ahora una semana, demuestra que las dietas a escala global vinculan la salud pública con el deterioro del medio ambiente. ¿Cómo? Pues comiendo; pero comiendo mal: la urbanización galopante y el aumento de las rentas disponibles (aunque de esto segundo muchos en este país no nos hayamos enterado) están provocando una transición en las costumbres alimentarias mundiales, en la que las dietas tradicionales se están viendo reemplazadas por otras con mayor contenido de azúcares y grasas refinadas y dominadas por el consumo de aceites y carnes. Los autores del trabajo creen que para el año 2050 estas tendencias dietéticas podrían convertirse en uno de los factores más importantes del incremento de las emisiones de gases de efecto invernadero como consecuencia de una producción de alimentos cada vez más costosa (estiman que esta sea la causa del 80% de esas emisiones), así como de la expansión de la deforestación y el aclareo de terrenos para usos industriales relacionados con dicha actividad. ¡Estos nuevos menús es que vienen con todo! Además de aumentar la incidencia en la población mundial de enfermedades del corazón, de diabetes tipo II y de otras dolencias crónicas que disminuyen la esperanza de vida global, el consumo de hamburguesas, perritos calientes y demás delicatessen de la nutrición en cadena contribuye decisivamente a acelerar el cambio climático.

 

Que apropiada coincidencia que estas conclusiones salieran a la luz justo el mismo día en el que EE UU y China (los dos países más contaminantes del mundo, recordemos) anunciaban el histórico acuerdo de reducir sus emisiones de efecto invernadero para limitar el cambio climático, si bien, lo cierto es que ese pacto, aunque ambicioso, no acaba de parecer del todo realista. Por un lado, porque no se espera que el congreso de EE UU (que caerá en manos republicanas en 2015) vaya a ratificar ninguna legislación en los próximos años que garantice su compromiso de reducir para 2025 en un 26% sus niveles de emisión de 2005, y por otro, porque China, aunque por primera vez en su historia reconoce oficialmente el problema global de la contaminación ambiental, no se ha aventurado a nada más que a que sus emisiones dejen de aumentar en 2030, pero no aclara cuál será para entonces esa cantidad, ni si a partir de ese momento se mantendrán en ese nivel o disminuirán. ¿No avanzarían más hacia la consecución de esos objetivos los presidentes Obama y Jinping si promoviesen campañas de mejora de los hábitos alimenticios de la población en sus respectivos países?

 

Pues este podría parecer un factor secundario, pero según los científicos, los regímenes alimentarios alternativos que ofrecen beneficios indiscutibles para la salud (siempre que fuesen mayoritariamente adoptados a escala global, claro) podrían reducir las emisiones de gases de efecto invernadero derivadas de la agricultura, además de acotar la pérdida de superficie forestal y las extinciones de especies asociadas a ella. Es por eso que señalan el desarrollo de soluciones dietéticas (y agrícolas por extensión) a la relación íntima entre salud y medioambiente, como uno de los retos más importantes a los que se enfrenta la humanidad en los próximos años.

 

Algunos colectivos, repartidos por muchos lugares del planeta, ya se han adelantado y llevan años trabajando para desarrollar algunas de esas soluciones alternativas a las que hacen referencia los investigadores de Minnesota. Grupos de consumo, comercio justo, huertas urbanas, agricultura sostenible… Sirva un ejemplo de lo más significativo: en Brasil, un país en plena expansión que se ha situado en pocos años a la cabeza de las economías mundiales, se vive un conflicto agrícola de gran calado político. El gobierno de Dilma Rousseff se ve en la difícil encrucijada de mantener un equilibrio que contente por igual a los grandes productores agrícolas por un lado, con un modelo de negocio más tecnológico y gravoso para el medio ambiente (abonos químicos, semillas mejoradas, maquinaria, pesticidas, etc.), pero uno de los sectores que más gasolina inyecta desde siempre en el motor económico brasileño, y por otro a los pequeños agricultores, en teoría objeto de su vocación, que siguen basando su sistema en determinadas prácticas tradicionales (especies autóctonas más adaptadas, abonos naturales, etc.), pero que no siempre pueden generalizarse en un país tan grande y tan diverso como este gigante sudamericano.

 

Determinados grupos sociales, ONGs o iniciativas universitarias canalizan ante el gobierno la experiencia sobre el funcionamiento de las comunidades rurales, sus problemas y sus oportunidades. Una de ellas es la institución Agroecología y Agricultura Familiar, AS-PTA (Asesoría de Servicios y Proyectos en Tecnología Alternativa), cuyo fundador, el ingeniero químico Jean Marc von der Weid, expone las claves de la agricultura familiar, con la que llevan trabajando desde hace más de 30 años, en una reveladora entrevista para la revista Agro i Cultura. Una de sus afirmaciones le pone el perfecto corolario al artículo: “No hay soluciones mágicas y con validez general en agricultura, […] cada lugar tiene una solución específica, al igual que cada sistema productivo tiene un diseño específico del lugar en el que se aplica”.

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