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Diez años de Guantánamo

“A los prisioneros les gusta leer los libros de Harry Potter. También leen las novelas de misterio de Agatha Christie y, sorprendentemente, algunos devoran novelas románticas”. Así empezó la explicación del responsable de la biblioteca de la cárcel de Guantánamo cuando lo visité unos meses atrás. Curiosamente unos años antes el entonces responsable de la biblioteca me había dado exactamente las mismas frases y las anoté en mi libreta.

 

Cuando se cumplen diez años de la llegada de los primeros prisioneros a la cárcel de Guantánamo, en Cuba, siguen llegando novedades editoriales a la biblioteca. La Trilogía del Milenio, del escritor sueco Stieg Larsson, es una de las últimas adquisiciones. También ha triunfado la serie de libros infantiles sobre Como entrenar a tu dragón. Escritos por la autora británica Cressida Crowell, narran las aventuras de un joven vikingo, Hipo Horrendo Abadejo III, que debe cazar y entrenar a un dragón para completar el rito de iniciación de su pueblo. ¿Qué utilidad tiene para los prisioneros aprender a domesticar un dragón nórdico? Lo cierto es que la cárcel está rodeada de iguanas y resulta extremadamente complicado entrenarlas.

 

Los 171 prisioneros musulmanes de Guantánamo pasan los días sin más ocupación que comer, dormir y leer. Devoran el material de lectura que cae en sus manos. No tienen fecha para un juicio. No reciben visitas de familiares. Sus abogados viajan poco a la isla.

 

La biblioteca no es más que una caseta prefabricada con unas cinco estancias unidas por un pasillo central y se encuentra fuera de la cárcel, en una zona destinada a oficinas de los soldados que realizan las tareas más administrativas. Más que una biblioteca es un almacén de libros, revistas y DVD.

 

Los prisioneros no tienen acceso a la caseta, pero reciben en sus celdas listas con los libros, DVD, revistas y periódicos disponibles y una vez por semana pueden solicitar material de lectura. El bibliotecario se pasea por las celdas con un carrito y reparte los pedidos.

 

¿Qué se puede hacer cuando un bibliotecario vuelve a dar exactamente la misma explicación sobre la cantidad de libros (17.000 volúmenes),  DVD, revistas y periódicos (unos 5.000), idiomas (una docena) y hábitos de lectura de los reclusos que ya dio su predecesor unos años antes? Una posibilidad es volver a escuchar la descripción sobre el funcionamiento de la biblioteca y perder media hora. Otra posibilidad es observar e intentar encontrar algún detalle que se escape del guión oficial.

 

Me llamó la atención que alguien hubiera colgado en una de las paredes del pasillo de la biblioteca una portada de un periódico. En todas las fotografías de la portada aparecían manchas de tinta negra. El bibliotecario me explicó que uno de los prisioneros había tapado con tinta negra los rostros de las mujeres que aparecían en las imágenes. 

 

Entonces me percaté de que en las dos paredes del pasillo también se podía ver una exposición de unos cincuenta dibujos hechos por los prisioneros; algunos en blanco y negro y otros en color. El bibliotecario me contó que en el último año algunos prisioneros están tomando clases de arte y que los responsables de Guantánamo habían decidido mostrar algunas de las obras. En algunos casos, pocos, los presos no habían cedido los originales y se exhibían fotocopias.

 

Una de las imágenes más llamativas, hecha con un rotulador negro sobre un fondo blanco, muestra una torre de cuatro plantas construida sobre una roca gigante que, a su vez, aplasta un castillo. Transmite la imposibilidad de escapatoria. No hay esperanza: la única forma de salir de la torre sería lanzarse al vacío y morir. Intentar huir del castillo es una batalla perdida porque todas sus ventanas están cerradas con candados.

 

A la izquierda del dibujo de la torre, otro dibujo en blanco y negro revela una puerta, que parece de madera, que también está cerrada con un enorme candado. Probablemente se trata del esbozo de un dibujo a color que muestra una puerta de madera cerrada por varios candados.

 

En más de una docena de dibujos los presos evocan comidas familiares: mesas con manteles de tela, teteras, tazas, cubiertos de metal, pasteles y fruta; probablemente recuerdos de una vida ya muy lejana, ya que en Guantánamo la comida se sirve dentro de una caja de plástico, los manteles brillan por su ausencia y a los prisioneros no se les permite tener cubiertos con los que puedan intentar suicidarse o atacar a un guarda.

 

Otros dibujos evocan paisajes lejanos; la mayoría pueblos afganos, aunque también se muestran paisajes nevados, casas rodeadas de viñedos y playas tropicales con palmeras.

 

Uno de los cuadros recrea una mazmorra. Al igual que las celdas de Guantánamo, la estancia está prácticamente vacía y consta de una cama, una silla y un baúl. La celda del prisionero que pintó el cuadro solo tiene un estrecho colchón y una letrina. Sin embargo, el calabozo del dibujo es muy espacioso, a diferencia de las diminutas celdas de Guantánamo, de unos cuatro metros cuadrados.

 

El rosa es uno de los colores predominantes de muchas ilustraciones. Una de ellas muestra una gran caracola de mar de tonalidades rosadas sobre un fondo azul y reclinada sobre una mesa de madera. Otro de los cuadros tiene una pera verde que descansa sobre un libro con las tapas de piel verdes y el fondo está decorado con una tela rosa. Y en otro de los cuadros un prisionero pintó tres flores rosas, rodeadas de otras flores rosas y azules de menor tamaño, sobre un fondo verde manzana. Uno de los bodegones está pintado solo con distintas tonalidades de amarillo y muestra un jarrón y una copa de cóctel.

 

Muchos de los cuadros muestran árboles frondosos, montañas, el mar; espacios abiertos, en definitiva. El único espacio abierto de la cárcel de Guantánamo es un patio de unos veinte metros cuadrados rodeado de una cerca de alambrada verde de unos dos metros de altura y que impide que los presos puedan ver el mar, situado a pocos metros.

 

La alambrada no impide que los prisioneros puedan imaginarse el espacio que los rodea. Uno de los cuadros está pintado con tonalidades amarillas, rojas y negras, con el objetivo de recrear una puesta de sol. Cuatro palmeras aparecen en primer plano y una barquita navega por el mar, con una montaña de fondo. Un dibujo hecho a lápiz muestra una playa con una palmera y una barquita de pescadores, y al fondo el mar y una puesta de sol.

 

Ninguno de los cuadros lleva firma y en ninguno se representa a un ser vivo ya que pintar personas o animales es contrario a las normas musulmanas. Los cuadros que se exhiben son solo una pequeña muestra. Otras obras fueron censuradas por contener información sobre la identidad de los presos o porque estos pintaron cuadros “agresivos”, según los responsables de la cárcel. Las pinturas están realizadas con materiales muy básicos (tizas de colores) para evitar que puedan lesionar a alguien o autolesionarse.

 

Tomé fotos de todos y cada uno de los cuadros para elaborar una galería de imágenes para la BBC. En ese momento no se me ocurrió pensar que nadie lo había hecho antes; solo un periodista de la revista Slate había publicado una foto de una de las paredes con el conjunto de cuadros unos meses atrás. La BBC publicó una galería con una docena de imágenes, bajo el título El arte de Guantánamo y unos días más tarde cedí la totalidad de fotografías a la página web de noticias The Huffington Post. Varios lectores mandaron comentarios para indicar que en su opinión las ilustraciones contenían mensajes en clave para cometer un nuevo atentado terrorista. Para un lector, que uno de los dibujos mostrara un cuchillo de metal cerca de un plato de postre con una tostada era una señal inequívoca de que el prisionero estaba afirmando de una forma encubierta que quería matar a ciudadanos de Estados Unidos. Muchos lectores mostraron su indignación por el hecho de que los presos se entretengan y cultiven sus inquietudes artísticas con el dinero del contribuyente. Y algunos se mostraron sorprendidos porque nunca se les había ocurrido pensar que los prisioneros de Guantánamo tuvieran sensibilidad artística y pudieran pintar flores y teteras de plata.

 

La exposición de cuadros no es la primera iniciativa artística de los prisioneros de Guantánamo. En agosto de 2007 se publicó un libro con poemas inspirados en su experiencia en la base militar. Poems from Guantanamo: The Detainees Speak (Poemas desde Guantánamo, los detenidos hablan), que fue editado por University Of Iowa Press.

 

En la cárcel pude entrevistar al “asesor cultural” de Guantánamo; un hombre de mediana edad que nació y creció en Jordania, pero que ha vivido en Estados Unidos los últimos treinta años de su vida y trabaja para el Departamento de Defensa. Su tarea consiste en mediar entre los guardas y los prisioneros e intentar resolver los conflictos que se producen por diferencias culturales. El hombre prefiere no dar su nombre completo; en la cárcel todos lo conocen con el nombre de “Zak”. Se ha ido ganando la confianza de los reclusos y desde su llegada en 2007 el ambiente en la cárcel ha mejorado. Fue Zak quien propuso ofrecer clases a los presos para “mantenerlos ocupados”. Aunque las cifras varían de una semana a otra, las autoridades carcelarias indican que unos cuarenta presos toman clases de pintura y que un profesor acude semanalmente para impartir las lecciones. “Algunos han demostrado tener talento artístico y desde que toman clases de arte están más relajados”, me explicó en una reunión que tuvo lugar en una caseta de los soldados.

 

Cuando se cumple el décimo aniversario de la cárcel de Guantánamo es un buen momento para hacer recuento. Han pasado por la prisión unos 800 hombres. Cerca de seiscientos han vuelto a sus países de origen o han sido acogidos por alguno de los países que han firmado acuerdos con Estados Unidos. Ocho han muerto. Y 171 presos permanecen encerrados en la cárcel caribeña y han perdido la esperanza de recuperar la libertad.

 

Guantánamo cumplirá en enero su décimo aniversario en pleno funcionamiento a pesar de que el presidente Barack Obama ordenó cerrar la cárcel cuando llegó a la Casa Blanca. Abrir la prisión fue fácil; cerrarla es prácticamente imposible en el contexto político actual.

 

Las palabras “prisionero” y “prisión” siempre han ido de la mano; excepto en Guantánamo. Washington ha conseguido normalizar la palabra “detenido” a fuerza de usarla y son muchos los medios de comunicación que la utilizan sistemáticamente por considerar que es mucho más exacta y correcta. Los hombres que viven desde hace una década en una prisión de Guantánamo son detenidos y no prisioneros porque aún se encuentran en la fase inicial de un proceso. No son prisioneros porque en la mayoría de los casos no se han presentado cargos en su contra, no se ha celebrado un juicio y no se ha dictado una sentencia en la que un juez o un tribunal imponga una condena. Y aunque una detención es por definición una medida cautelar y temporal que como máximo puede durar unos pocos días, Guantánamo demuestra que hay situaciones provisionales que pueden durar diez años.

 

Obama no ha podido cerrar Guantánamo porque el Congreso de Estados Unidos y más de la mitad de ciudadanos de su país se opusieron a la medida. No consiguió el presupuesto necesario para cerrar la cárcel y trasladar a los prisioneros a una prisión del país. Los más críticos afirman que el presidente no se esforzó lo suficiente y que le ha faltado capacidad de liderazgo. Otros consideran que tras librar una batalla contra una crisis económica, un combate para impulsar una reforma sanitaria y varias guerras en el extranjero, a Obama ya no le quedan fuerzas para defender los derechos de un grupo de estranjeros a los que la opinión pública de Estados Unidos considera responsables de los atentados terroristas del 11-S.

 

Hay Guantánamo para rato. Es imposible recorrer los oscuros pasillos de la cárcel sin recordar un comentario que me hizo la periodista Carol Rosenberg, del Miami Herald, la víspera de mi último viaje a la prisión. Estábamos sentadas en una cafetería de Miami cuando Rosenberg, tal vez la reportera que mejor conozca la cárcel, afirmó: “Los 171 prisioneros que aún están en Guantánamo ya no saldrán vivos de allí; los dos últimos que han salido lo han hecho dentro de un ataúd”.

 

Emma Reverter es periodista y vive en Nueva York. Publica sus reportajes en BBC Mundo y en enero publicará un libro sobre los diez años de Guantánamo

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