La cuestión catalana es mucho más antigua que el periodo que aquí se recoge, pero los últimos acontecimientos, los que se han desarrollado entre el 6 de septiembre y el 10 de octubre, han sido los que han protagonizado la mayor crisis constitucional, política e institucional desde 1981. Ha sido algo más de un mes, resumido en diez días clave, que han tenido a Cataluña y a España, a Cataluña y al resto de España, a catalanes y a españoles, a catalanes y al resto de españoles, con el corazón encogido y con el cuerpo en tensión. La historia no ha terminado. La declaración que esta misma tarde ha realizado Carles Puigdemont, que no se decide por la independencia porque posiblemente no puede hacer otra cosa, avisa de que seguirán corriendo ríos de tinta, aunque quizás más atemperada, con un lenguaje menos ampuloso que el que hemos estado leyendo y escuchando en los días de mayor tensión. Aunque todavía habremos de esperar a lo que el Consejo de Ministros convocado decida mañana.
Ahora es el momento de hacer balance de las frenéticas fechas que dejamos atrás.
1.- El día 6 de septiembre tuvo lugar la aprobación en el Parlament de la Ley de Referéndum. Pasará a los anales como una de las sesiones parlamentarias más cuestionadas (siendo benévolos) o más bochornosas (utilizando calificativos más gruesos) que se recuerdan, especialmente por la imagen de aplastamiento de la mayoría parlamentaria independentista sobre las minorías, tal y como denunció el diputado de CSQP Joan Coscubiela en sus aplaudidas intervenciones. Ello llevó a Enric Juliana, cronista de la crisis catalana al que todos los días merece la pena leer, a afirmar que el independentismo había incurrido en un fracaso escénico.
La sesión parlamentaria se prolongó hasta la madrugada del día 8 de septiembre, cuando se aprobó la Ley de Transitoriedad Jurídica y Fundacional de la República, es decir, el diseño de la secesión de España y los primeros pasos como entidad independiente. De nuevo, los procedimientos (y el sistema democrático tiene mucho de fondo, pero también gran parte de formas) fueron objetivo de críticas por parte de Juliana, que escribía el día 8: “La pésima imagen del Parlament de Catalunya estos días añade más leña al fuego. Muchas personas comprensivas con parte de las reclamaciones catalanas están viendo mermados sus argumentos. Hay que escribirlo: el arbitrario trámite parlamentario de las leyes de ‘desconexión’ está dañando a la causa catalana. El visible naufragio de Carme Forcadell en la presidencia del Parlament es un aliciente para quienes exigen mano dura”.
Pocos días después, el 12 de septiembre, el Tribunal Constitucional suspendió ambas leyes, la que aprobaba la consulta y la que diseñaba la ruptura con el Estado español.
Pero el Govern hizo caso omiso: entonces se abría una época sin final definido de disputa de soberanías y legitimidades entre el Gobierno central y el de Cataluña. El segundo decía sólo responder a lo aprobado en el Parlament.
2.- 11 de septiembre, la Diada, festividad nacional de Cataluña. La política parlamentaria, la política con mayúsculas, aunque devaluada por la anulación de las minorías, procedimientos de urgencia, hurto de tiempo para analizar los textos por parte de la oposición, denuncia incluso de los hechos por parte de quienes dentro del Parlament velan por el correcto desarrollo de las sesiones, encontró la conformidad de las calles de Barcelona el 11 de septiembre. Si sobre cualquier manifestación se discute si hay tantos miles o cientos de miles de personas, respecto a la Diada de 2017 la polémica estuvo en si en ella se observó una cierta reducción del número de personas congregadas en comparación con años anteriores, en si a través de ella se podía leer una reducción del apoyo al independentismo. Pero éste se vio fuerte en las fotos publicadas, en las imágenes retransmitidas. La moral seguía estando alta. Podían seguir adelante.
3.- 20 de septiembre, la jornada de las detenciones. A veces, para mantener elevada la moral es necesario sufrir un ataque, o algo que se interprete como tal. A veces la fuerza se alimenta de derrota. Y eso fue lo que ocurrió el 20 de septiembre cuando se produjeron registros en varias consejerías del Govern, detenciones de catorce personas e incautaciones de papeletas. La magnitud del operativo hizo pensar que el referéndum, la consulta, el simulacro, se convertía en algo imposible. Pero la gente se echó a la calle. “La gente”. Esa expresión es imprecisa por naturaleza. Tendríamos que decir que una fracción de la población de Cataluña salió de sus casas a protestar por lo que creían un agravio, una injusticia, porque ellos sólo querían votar, o porque no creían justo que las fuerzas del orden del Estado central entraran a los edificios de su Gobierno para incautarse de nada, para detener a nadie. La moral independentista, o no necesariamente independentista, sino sólo partidaria del derecho a decidir, continuaba muy alta, muy predispuesta a salir a la calle.
En esa jornada no intervinieron únicamente las fuerzas del orden. También lo hizo el propio Gobierno interviniendo las cuentas públicas de la Generalitat, suspendiendo, de facto, la autonomía financiera de la Generalitat.
4.- 30 de septiembre y 1 de octubre. El Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, el día 27, ordenó a la policía que precintara los locales designados como centros de votación para el 1 de octubre para evitar los preparativos para la consulta. Pero los colegios, las asociaciones de padres, los vecinos de los barrios, las organizaciones que dan soporte al independentismo… se las ingeniaron para sortear la decisión de la justicia y entre el viernes y el domingo a primera hora de la mañana ocuparon los centros de votación para garantizar que estuvieran abiertos y preparar casi de incógnito los espacios para la votación. Los autodenominados en algunos casos ‘comités de defensa del referéndum’ organizaron agendas lúdicas para las familias y para los niños como tapadera que nunca fue tal de sus verdaderas intenciones. Los militantes y simpatizantes independentistas se organizaron para llenar los centros en los barrios menos partidarios de la secesión formando una red de interesante investigación y seguimiento. A las seis de la mañana los Mossos de Esquadra tenían orden de desalojar los colegios para impedir que se celebrara el referéndum. A esa hora los colegios tenían que estar llenos de gente, tanto dentro como en las puertas, para evitar las cargas. En la mayoría de los casos, la organización independentista tuvo éxito, puesto que en la mayor parte de los colegios se pudo votar. En otros cuantos, siempre demasiados, hubo abusos policiales cuyas imágenes han dado la vuelta al mundo y que, en no pocos casos, actuaron de fuerza movilizadora: llevaron a mucha gente a votar en protesta por la actuación de la policía. El otro éxito fue que finalmente la Generalitat dispusiera de un censo universal, que se pudiera votar en cualquier centro.
Un referéndum ilegal, una consulta que no justifica, por la ausencia de mínimas garantías, la toma de ninguna decisión política, sí, eso fue el 1-O; pero también una gran movilización de una parte importante de la sociedad catalana que no hay que pasar por alto porque llenó colegios, los rodeó en inmensas y entusiastas colas, y no los abandonó ni cuando se habían cerrado las votaciones, intentando proteger de la policía unas urnas llenas de votos cuya invalidez no se debe tampoco negar.
La organización social para hacer posible la consulta del 1-O no tiene precedentes. Sobre todo la ciudadana, la que no tiene que ver con la política institucional. Pero también la de los políticos, al no mostrar ningún miedo a ir a la cárcel, a multas multimillonarias, al suicidio político individual y colectivo.
Pero mientras unos ocupaban los colegios y preparaban todo para el referéndum, en la tarde del sábado, día 30 de septiembre, otros, y no pocos, se manifestaban por la unidad de España desde la Plaza Urquinaona hasta la de Sant Jaume. Fue un aperitivo que pocos medios recogieron de lo que luego se convertiría, el día 8 de octubre, en la gran manifestación unionista, en la de la mayoría (o minoría) silenciosa, según se la llama dependiendo de quién se refiera a ella.
5.- 3 de octubre. El día del “referéndum” ya se comentaba por las calles de Barcelona la posibilidad de una huelga, incluso que ciertos organismos controlados por la Generalitat habían decretado ya servicios mínimos. La huelga se terminó convocando por parte de organizaciones independentistas y de sindicatos minoritarios contra los abusos policiales del 1 de octubre. La jornada acabó con una gran manifestación que seguía mostrando que la insurrección y que la desobediencia al Estado y sus instituciones continuaba. La movilización independentista continuaba en pleno apogeo.
Coincidiendo con las concentraciones independentistas, el Rey Felipe VI pronunciaba un discurso dirigido a los españoles, con el que mostraba la gravedad de la crisis política. La gran dureza del discurso se manifestó en el severo gesto del monarca, en su lenguaje no verbal, sobre todo en el movimiento de sus manos, y sobre todo en sus palabras. Los analistas interpretaron que, con estas últimas, estaba dando su permiso al Presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, a utilizar todos los resortes que permite el Estado de Derecho para restituir la legalidad en Cataluña, es decir, a activar el artículo 155 de la Constitución y, por tanto, a anular la autonomía catalana. También se interpretó como un llamamiento al Partido Socialista para que abandonara sus veleidades y se aviniera a hacer frente común con Ciudadanos (firme partidario y demandante de la aplicación del 155 cuanto antes) y con el Partido Popular.
A Felipe VI se le criticó, no que reclamara la vuelta a la legalidad de quienes habían conculcado la Constitución, sino que no lanzara un mensaje de unidad que tratara de seducir a quienes quieren abandonar España ni que apelara al diálogo para resolver los problemas.
6.- 4 de octubre: 24 horas después del Rey Felipe VI, habló Carles Puigdemont. En apariencia, el de Puigdemont fue un discurso más conciliador, con su puerta abierta, su disposición al diálogo y la omisión de la expresión “declaración unilateral de independencia”. Pero, como explicó en la Cadena Ser Manuel Jabois, si Felipe VI no tenía intención de “vender” nada con su discurso ni de obtener el visto bueno de comunicólogo alguno, el de Puigdemont sí tenía una pátina marquetiniana, una intención de parecer bueno y aperturista.
7.- 5 de octubre: El ‘procés’ empieza a tocar el bolsillo. El día que habló Carles Puigdemont, el Ibex-35 sufrió su mayor caída desde el ‘Brexit’, es decir, desde el 24 de junio de 2016. Los valores catalanes, muy especialmente los bancos, Sabadell y CaixaBank, se llevaron la peor parte, culminando su peor comportamiento relativo de las últimas semanas. Ello, debido, no sólo a que el sector financiero siempre es más sensible a las malas noticias, porque éstas cotizan en la deuda que las entidades tienen en su balance y porque los tipos de interés indican lo caro o lo barato que se financian, sino también por la incertidumbre sobre lo que podría suceder con Cataluña: ¿llegaría a ser independiente?, ¿saldría del euro si eso llegaba a suceder y todos los activos de las empresas en Cataluña tendrían que redenominarse en la nueva moneda?, ¿quedarían los bancos al margen del apoyo del Banco Central Europeo? Todas estas dudas, así como la catalanofobia, la enfermedad que se ha agravado con el ‘procés’, provocaron salidas de depósitos que las entidades, primero CaixaBank y luego Sabadell, intentaron atajar cambiando su domicilio social de Cataluña a la Comunidad Valenciana. Después de estos dos buques insignia de las finanzas catalanas, siguieron otras, como Gas Natural, Colonial, Abertis, Cellnex… La gran burguesía catalana no hacía las maletas, pero borraba a Barcelona de su dirección postal, de sus consejos de administración y de sus presentaciones de resultados.
Fue éste un verdadero golpe en el bien forjado orgullo catalán y en su elevada autoestima, sobre todo por el ritmo que adquirió la retirada de empresas, el goteo imparable durante el jueves, el viernes, el fin de semana, y hasta el día 10 de octubre, el marcado en el calendario para declarar la independencia en el Parlament. Seguramente esta cuestión haría que una parte de la antigua Convergencia, del PdCat, liberal, pro-mercado, se pensara si seguir adelante, o no, con el órdago independentista. Seguramente, una parte de su base social quizás se lo estaría pensando mejor. Aunque no la que se siente más representada por la CUP.
8.- 7 de octubre. La escalada de la tensión, la inexistencia de puntos de encuentro entre el Gobierno de Madrid y el de Barcelona, el miedo a consecuencias violentas (han sido frecuentes los paralelismos con el modo en que se desmembró Yugoslavia), la convicción en que sólo mediante el diálogo se pueden resolver los problemas políticos, llevó a que el pasado sábado se produjeran concentraciones sin banderas de ningún tipo y con la gente vestida de blanco reclamando diálogo en las principales ciudades españolas bajo el lema “Parlem?, ¿Hablemos?”. ¿De qué? De todo. También de que la solución quizás resida en un acuerdo para celebrar un referéndum legal. O para buscar otro encaje a Cataluña dentro del Estado español. En defintiva, por fin salió a la calle la que Enric Juliana denominó “La España de los pingüinos”, en otra analogía con la antigua Yugoslavia.
9.- 8 de octubre. Tras la manifestación blanca (y la que al mismo tiempo se celebraba en Madrid, a pocos metros, en defensa de la unidad de España), tuvo lugar en Barcelona la gran manifestación de los colectivos anti-independentistas, la gran marcha de la mayoría o la minoría silenciosa, según quien hable, en contra del ‘procés’. Si la fuga de empresas minó la moral de los separatistas, el mismo efecto debió de tener en ellos ver la vía Laietana llena de banderas de España y un escenario al final de la marcha con los líderes de Ciudadanos, los del Partido Popular, el Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa y Josep Borrell. O, al menos, para lo que sí sirvió la marcha fue para hacer visible “la otra Cataluña” y para reforzarla, para que se hiciera fuerte y se mostrara como contrapoder. Pero quizás fuera ya demasiado tarde. Ésa fue la recriminación que realizó Borrell a las empresas que estaban sacando su domicilio social de Barcelona: ¿por qué no hablaron antes?, ¿por qué no advirtieron de las consecuencias antes? Del mismo modo: ¿por qué la Cataluña anti-independentista no habló antes?, ¿por qué no se organizó antes?, ¿por qué no trató de elaborar un relato alternativo? Ciudadanos, es cierto, nació contra el nacionalismo catalán, pero también lo es que la receta que propone no es integradora (y no hay más que ver su apelación continua y desde casi el primer momento a la aplicación del artículo 155 de la Constitución para suspender cuanto antes la autonomía catalana) y en ello coincide con el independentismo.
Tras el domingo, 8 de octubre, llegó el lunes, 9, festivo en Valencia. Graves altercados ocasionados por la extrema derecha nos hicieron recordar el pasado más negro de España. Sobre todo porque se sumaban a las declaraciones del portavoz del Partido Popular, Pablo Casado, amenazando a Puigdemont de acabar como Lluis Companys (detenido, no fusilado, no sean mal pensados).
10.- 10 de octubre. Llegó el Día D. La cita con la que Cataluña esquivó la anulación del pleno del Parlament previsto para el lunes a las 10 de la mañana con una declaración de Puigdemont a petición propia. Gran incertidumbre en las horas previas: ¿se producía la declaración unilateral de independencia?, ¿aplicaría el Gobierno el 155?, ¿Puigdemont sería detenido? Puigdemont declaró la independencia, pero inmediatamente la suspendió. Puigdemont, al ganarse la decepción de la CUP, declaró, más que una independencia suspendida, las elecciones autonómicas, porque sin la CUP está en minoría en el Parlament.
Lo que no sabemos, de momento, es lo que va a hacer Mariano Rajoy y el Gobierno de Madrid. Posiblemente, nada, posiblemente, esperar a que haya elecciones y a que se forme un tripartito unionista en Cataluña, sumando a Ciudadanos, PSC y PP.
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