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Dignidad y grandeza

 

Los atletas paralímpicos son la verdadera élite del deporte. Cualquiera de sus logros convierte los festivales de goles del chulito triste o del majete feliz en una horterada pretenciosa. El brillo de sus medallas eclipsa balones de oro, eurocopas, copas del mundo y demás quincalla con la que se engalana el indecente trapicheo global entre el fútbol y su chusma abducida.

 

No sé qué piensan ustedes, pero para mí los Juegos Paralímpicos son un espectáculo excepcional. Durante doce días he admirado con un nudo en la garganta la grandeza de esta gente extraordinaria, la dignidad que habita sus cuerpos diferentes, sus miradas intensas y apasionadas, la inquebrantable voluntad de rebelarse contra los caprichos de un destino cabrón, al que humillan con energía y talento sobrehumanos.

 

Sebastian Coe decía en la ceremonia de clausura que hay que cambiar la forma en la que miramos la discapacidad y hablamos de ella. Sin duda. No sólo en el deporte, sino en todas las facetas de la vida. Para mí, propenso a veces a las majaderías existenciales, la valentía y el tesón de los mal llamados discapacitados son desde hace mucho una fuente constante de inspiración, un antídoto contra la melancolía gratuita y el lamento estúpido. Su ejemplo me ha ayudado en muchísimas ocasiones. Vaya desde aquí mi agradecimiento infinito.

 

 

El nadador británico James O´Shea. (Fuente: The Telegraph)

 

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