Martes, puente del Pilar. En las taquillas ubicadas en la entrada principal del CosmoCaixa hay una pantalla en la que informa de las exposiciones y actividades temporales, y sus diferentes sesiones diarias. Cuando la familia llega, después una excursión de hora y cuarto en tren y metro, el reloj marca las 13:30 y ya están agotadas casi todas. Afortunadamente, quedan plazas para “Explora los cinco sentidos” (a las 16:30 horas) y “Planetario en familia” (17:30 horas). L y D acuerdan comprar las entradas para las dos, y así antes podrán visitar el Museo y comer algo antes de la primera sesión.
Comienzan el recorrido del museo la exposición “Dinosaurios del desierto de Gobi”. M está feliz porque le gustan mucho esas criaturas que “vivieron hace millones de años y que ahora sólo están en la imaginación, no existen y no hacen daño”. S se emociona cuando ve el primer esqueleto, con un “hala” y el dedo índice apuntando por encima de su cabeza, le enseña a sus padres y a María el motivo de su asombro: el esqueleto completo de un Tarbosaurus erguido, al que precede un pendón que explica los hábitos de vida del “gran cazador de Asia”. No han terminado de ver bien el impresionante dinosaurio cuando S corre a ver un vídeo en el que se recrean las costumbres del Oviraptor. Su madre se queda cerca: las barreras que protegen a las osamentas no son a prueba de niños menores de 2 años. Mientras M que va de la mano de su padre, escucha con atención lo que él le va contando cuando se detienen frente a cada una de las piezas que se exponen: fósiles de huevos, crías de dinosaurios, conchas, caparazones de tortugas. La niña no quita los ojos de las piezas ubicadas dentro de cajas acristaladas y bombardea a su padre de preguntas.
S sigue explorando e invitando a su familia a que apure el paso. L lo coge en brazos para poder ver las extremidades anteriores de un Deinocheirus de 72 millones de años. La ruta continúa entre Protoceraptos, nidos de huevos, restos de huesos de un Saurópodo, un esqueleto completo de otro Tarbosaurus.
Dejan atrás los esqueletos de Mongolia para ver la sala dedicada al clima. Las piezas que más les llaman la atención a los niños son un globo terráqueo que muestra las diferentes temperaturas según la zona del planeta, un cubo de hielo de dos metros de altura y una maqueta que muestra cómo el calentamiento global puede hacer que en 2035 se inunden las zonas aledañas a los afluentes y canales. No han terminado de ver todo cuando llega la hora de comer. L le dice a D que es mejor no esperar a que los niños se impacienten. Suben al restaurante. 3 menús por 37 euros. S se queda dormido mientras sus padres recargan pilas con un par de cafés.
Vuelven a los espacios permanentes del centro. En una de las salas de “Ciencias del mundo” se recrea a través paneles rotulados los primeros seres que poblaron la tierra y la evolución de algunos de ellos. Luego llegan a unas salas más interactivas donde se puede ver cómo se forma un remolino o como se produce la explosión de un volcán. M toca botones, acciona palancas, prueba todas las instalaciones posibles. S se despierta y se suma a la experimentación a la que también han sucumbido sus padres.
Están tan entretenidos que casi olvidan que deben estar a las 16:30 frente a una sala cercana a la entrada principal, para que M entre a “Explora los cinco sentidos”. Cuando se acercan al lugar ya hay un grupo de niños de entre 3 y 6 años. M entra a la actividad. 45 minutos después, todos entran al Planetario. Constelaciones, primero, mundo microscópico de una “Nano Cam”, después. En vez del espacio exterior, se verá aquellos seres que apenas miden micras. A M no le entusiasma la idea, pero a medida que van a pareciendo las imágenes en 3D va cambiando de opinión. D y L van turnándose con S, un poco inquieto. El viaje ha valido la pena.