La figura de Dionisio Ridruejo sigue siendo, aún hoy en día, objeto de controversia, desde su postura de hombre señero de la Falange a crítico con el régimen de Franco, hasta el punto de vivir un exilio y reiteradas detenciones por sus posiciones políticas. Despierta admiración que ese cambio se produjera en una sociedad inmovilista, donde se aplaudió al Caudillo bajo palio y se mantuvo un silencio cómplice por parte de intelectuales de peso ante la falta de democracia en España.
Dionisio Ridruejo nació el 12 de octubre de 1912 en El Burgo de Osma (Soria), en una casa que se alzaba triunfante frente a la Plaza Mayor, a la derecha del Ayuntamiento y frente al hospital de San Agustín. El Burgo de Osma permanecía anclado en el pasado, en un mundo que dejaba ver el castillo en ruinas y la respetada villa episcopal, con ese vetusto aire blasonado de las ciudades de Castilla.
El padre de Dionisio, Dionisio Ridruejo Marín, era castellano antiguo. Su estatura, sus facciones, correspondían a aquellos viejos celtas que poblaron la península. Había trabajado duro, hasta dejarse la piel en el negocio familiar: “Casa Ridruejo. Tejidos. Muebles, paquetería, quincalla”. Su muerte, a los 71 años, dejó huérfano al pequeño Dionisio cuando contaba tres años. Dicen que aquellos hombres que pierden a su padre en la infancia van moldeando una personalidad dura, agreste, y convierten sus actos en una reafirmación de la ausencia paterna. Ridruejo creció con esa ausencia y su vida fue un empeño en vencer las adversidades y un continuo esfuerzo para madurar antes de tiempo.
Crece en un hogar de mujeres; se forma como hombre con las presencias femeninas que pululan por la casa. El cine se convertirá, en 1919, en una afición temprana. El futuro escritor contempla las imágenes como si de ellas naciera un mundo nuevo, como si en las películas mudas se gestase un universo de sueños que alimentara su felicidad truncada desde niño por la ausencia de su padre. Su madre, Segunda Jiménez Ridruejo, va regalando al niño un amor grande, aunque no quiere dejarse llevar por las emociones, y Dionisio lo entiende con fervor. Su figura debe guardar siempre la compostura del padre ausente.
Podemos fechar el final de su infancia en el otoño de 1922, cuando finaliza el curso en el último de los internados a los que acudió: primero, el de los hermanos maristas; después, el de los jesuitas, y por último el de los frailes agustinos del Real Colegio de María Cristina de El Escorial. El paso por estos centros educativos determina su madurez, lejos del útero materno, convertido en discípulo de los hombres de la Iglesia, que le instruyen en unos valores que poco a poco conforman su ideología, reaccionaria y poderosamente intransigente. Tal vez, si el peso nefasto de la Iglesia no hubiese hecho mella en Ridruejo, su trayectoria no hubiera derivado hacia el falangismo. Tuvo como profesor a Antonio Machado, cuya influencia pesó sobre él, porque el humanismo del poeta fue calando en su espíritu inquieto, en su amor por la literatura y por la poesía. En Segovia tuvo lugar el encuentro entre maestro y profesor, una relación importante porque sirvió de base para conformar al hombre de letras que sería después. En Valladolid encontró la intransigencia de profesores que enseñaban la letra con sangre, lo que le dejó huella, pero también le sirvió para hallar el refugio de la poesía, salvavidas en ese páramo de tristeza y de dolor.
Su última experiencia de esos años de formación fue la de su encuentro con los agustinos de El Escorial. La llegada al divino monasterio le hizo sentir el peso de la España intolerante a la que años después serviría con afán desmedido. Fue entonces cuando el escritor cimentó su alma de poeta, en los reductos de esa fría ciudad, árida y granítica.
Entra allí en el cenáculo literario de Leonardo Catarineu, famoso por su afición al boxeo, por sus duchas de agua fría y por ir sin abrigo en pleno invierno escurialense. Empezó a trabajar en la revista Ensayos, junto a otros hombres del futuro franquismo. Seres que van a cincelar un espíritu rígido que aterra aún en nuestra historia del siglo XX como Antonio Tovar o Gerardo Salvador Merino. Son hombres inteligentes que creen en la idea de Dios, de la Iglesia y de un Estado fuerte que restrinja la libertad para preservar el orden, adalides del futuro fascismo español que ya beben en las aguas de José Antonio Primo de Rivera sin haberlo conocido todavía.
Ridruejo se convierte en redactor de la revista Ensayos y tiene el honor de asistir en primera fila al entierro de la reina María Cristina, celebrado en El Escorial el 8 de febrero de 1929. Es en la Biblioteca del Casino de El Escorial donde Ridruejo pudo leer a Dumas y se interesa por la obra de Nietzsche, por Zaratustra, que simbolizaba al hombre superior en el que quería convertirse. Le apasiona Stendhal, sobre todo Rojo y negro, obra maestra donde aprende el don de la descripción corta, pero brillante; también La cartuja de Parma. Fue leyendo a muchos autores, a veces dejaba las clases a un lado, porque la vida de los libros era más real que cualquier ciencia, que cualquier manual con números o accidentes geográficos. Leyó a los grandes: Lorca, Juan Ramón Jiménez, Alberti… Supo que en la obra de estos poetas estaba la verdadera luz de la inteligencia, la melodía poderosa que palpitaría para siempre en su interior.
Empezó a escribir relatos en la revista Ensayos. El primer cuento se tituló ‘Algo que quizá sea un cuento’, al que siguió ‘Estrella de cuatro picos’. Luego vinieron otras lecturas importantes para él, como la de Unamuno, que encendió en Ridruejo la duda ante un Dios que permitía el dolor, un Dios omnipotente que dominaba todo, pero que dejaba que el mundo entrase en franca batalla, condenando a muchos seres a la ruina moral y física.
Llegó el año 1931. La quema de las iglesias con el advenimiento de la República le pareció una sinrazón de un mundo que se había ideologizado hasta el tuétano. Fue entonces cuando sus amigos, los integrantes de la revista Ensayos, hasta hacía poco tiempo simpatizantes de una España de izquierdas, se pasaron a la derecha más conservadora. La República, tan victoriosa, ya no les ofrecía la paz que esperaban. Ridruejo la rechaza porque piensa que en sus fauces se esconde la misma sinrazón que critica. Sus amigos se acercan a las filas de los monárquicos y a las de Acción Nacional, un poderoso grupo que acaba de salir a la arena política bajo el patrocinio de Acción Católica.
Acción Nacional cambió pronto de nombre y se convirtió en Acción Popular, matriz de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA). La defensa de la religión seduce a Ridruejo, ahora en busca de Dios, porque ve que los valores no los proporciona el caos reinante, sino el orden y la disciplina, peligrosamente cercanos al mundo dictatorial que llegará después. La CEDA pesa en el país. Los hombres de ese movimiento destacado de la derecha española proclaman la idea de cruzada, una falsificación de la historia en la que incurrió el fascismo y posteriormente Franco.
Dionisio Ridruejo no aprecia en la CEDA la superioridad del hombre, un ser que se distinga de los demás, el hombre fuerte por fuera y por dentro que elimine la zafiedad de la masa que campa a sus anchas por todos los rincones del país. Sin embargo, el fascismo, con su ideología vistosa y llena de símbolos, con la influencia del futurismo de Marinetti, con la estética de los camisas negras de Mussolini, le parece que encarna sus aspiraciones. Ridruejo deja de lado el fascismo pendenciero y matón y se centra en la teoría, la que esgrimen José Antonio Primo de Rivera y Ernesto Giménez Caballero, seductora y convincente. Este último se proclama fascista en 1929 y dos años después se asocia con Ledesma Ramos para dar vida a un partido que dejaría huella: Falange Española.
El nacimiento de la Falange
Dionisio Ridruejo se encontró con José Antonio Primo de Rivera el 29 de octubre de 1933 en el famoso y fundacional mitin del teatro de la Comedia de Madrid. El líder de la Falange era un hombre apuesto y soberbio que manejaba la palabra con facilidad. Tenía aire de señorito por su ascendencia; su padre, Miguel Primo de Rivera, había sido el creador de la una dictadura que evolucionó hacia la dictablanda.
A Ridruejo le fascinan los uniformes, la presencia de Julio Ruiz de Alda, un héroe de la aviación, y también de Alfonso García Valdecasas, un intelectual del círculo del filósofo José Ortega y Gasset. También le seduce la idea de un partido que reconocía la injusticia social y pretendía dar vida a un espíritu de Contrarreforma en la línea del espíritu católico ortodoxo que triunfó con Felipe II. Veían a España en manos de herejes, de ateos, de hombres peligrosos por su sentido de la libertad. Querían acabar con todo eso.
José Antonio no elude la violencia si es necesario. Mira a la Italia de Mussolini, con los matones que imponen su autoridad. Para Primo de Rivera, “no hay más dialéctica que la de los puños y de las pistolas cuando se ofende a la justicia o a la Patria”. Se hablaba de Estado autoritario, pero también de “movimiento poético”, un eufemismo para referirse a la ideología fascista, donde lo poético no existía ni siquiera en las sombras de la mirada limpia y astuta de Ridruejo. La presencia de Ridruejo en la Falange no fue motivo de ruptura con sus amigos, que habían apostado por la CEDA. Algunos habían pensado incorporarse a la Falange, pero lo consideraron un camino demasiado extremo y lo rechazaron.
Los tiroteos y la violencia en Madrid no lograron que el poeta se apartara de la Falange. Al contrario, su compromiso se hizo más estrecho cuando el movimiento político buscó la confluencia con las JONS (Juventudes de Ofensiva Nacional Sindicalista), de Onésimo Redondo y Ramiro Ledesma. Dionisio se acerca más y más a Primo de Rivera. Célebre fue el encuentro en Segovia donde el soriano ejerció de anfitrión. Visión de la noche de la ciudad amada, con la presencia de Agustín de Foxá. Hombres de la derecha, imbuidos de una mirada, de un mundo superior, alejada de los pobres de espíritu y de los seres sin personalidad. Como si el mundo fuera obra de Zaratustra y su pensar a martillazos.
A finales de septiembre de 1935 Dionisio Ridruejo recibió una circular firmada por José Antonio. Debía presentarse en el centro falangista de Madrid el día 30 de ese mes para tomar parte en una intensa campaña de propaganda. Le ofreció la jefatura del Sindicato Español Universitario (SEU) en Segovia. Lo que pretendía Primo de Rivera era anclar la Falange allí e ir extendiendo su poder por si un día llegaba al poder.
Pero Ridruejo se instala en Madrid porque sabe que, para destacar, era necesario estar en la capital de España. Se suma a la redacción del periódico El Debate, precedido por una recomendación del marqués de Lozoya. Allí se integra en la vida cultural de la ciudad, recita poemas ante un grupo selecto de oyentes: Samuel Ros, el periodista Xavier de Echarri y el escritor Xavier de Salas. En su interior fueron fraguando los Sonetos a la piedra. En el escritor soriano ya anida la melancolía escurialense, el ámbito monacal que quedó impreso en su memoria para siempre. Como si preguntase por Dios, Ridruejo destapa en los versos sus dudas religiosas, pero también la decisión de adscribirse a un credo conservador, porque siente que el progresismo está violentando la sociedad. Lo que el poeta no logra entender es el exceso que suponen todos los radicalismos, el que va a perpetrar el falangismo y que él ha elegido porque veía en él una suerte de superioridad moral, para cambiar por completo la sociedad.
La noche del 3 de diciembre de 1935, Ridruejo participa en la creación del himno de la Falange, cuando falangistas armados fueron componiendo el Cara al sol en el bar La Cueva de Orkompón. Estaban presentes José Antonio, Michelena, Alfaro, Sánchez Mazas (padre del escritor Rafael Sánchez Ferlosio), un pianista y dos hombre de acción, Aznar y Aguilar. Dionisio Ridruejo llegó a los postres, acompañado de Foxá. Él sería el autor dos primeros versos de la tercera estrofa, que fue completada por José Antonio:
Volverán banderas victoriosas
al paso alegre de la paz.
Traerán prendidas cinco rosas
las flechas de mi haz.
Pilar Primo de Rivera le abre las puertas de su casa y Ridruejo pasa a ocupar un lugar prominente del fascismo español: al lado del jefe, del señorito que había fraguado la idea de la Falange. El líder siempre aparecía acompañado de otros. Ridruejo y él nunca estaban solos, hasta que una noche, José Antonio le dijo que esperase. Entonces le contó que se sentía solo, había fraguado la idea del fascismo español, pero no tenía la sensación de sentirse cercano a nadie en realidad. La confidencia a Ridruejo parecía, sin duda, una declaración de amistad profunda en un hombre de muchos conocidos y pocos amigos. El posible entendimiento de José Antonio con políticos de derechas, como fue el caso de Calvo Sotelo, se fue deshilachando, cada vez más lejos la Falange del Bloque Nacional, constituido por cedistas, monárquicos alfonsinos y carlistas. Primo de Rivera emprendió su andadura solo, rompiendo un posible pacto con José María Gil Robles, el gran líder de la derecha española.
En las elecciones de febrero de 1936, la Falange obtuvo un 0’7 % del voto general de los españoles: solo cuarenta y cuatro mil españoles votaron al partido de José Antonio, lo que le hizo perder el escaño de diputado y su correspondiente inmunidad. La violencia se hizo más frecuente. Falangistas e izquierdistas llevaban a la práctica la dialéctica de los puños y las pistolas. Los falangistas mataron al escolta de Luis Jiménez de Asúa, uno de los redactores de la Constitución. Por ello, Primo de Rivera acabó en la cárcel el 13 de marzo. Fue encerrado en la Cárcel Modelo con un rosario de acusaciones en su contra: tenencia ilícita de armas, romper el precinto que sellaba el local de la Falange, injurias contra el director general de Seguridad…
Ridruejo visita a su jefe en la cárcel y comprende que su lugar se encuentra al lado de la Falange. No se percata de que ese fervor hacia el líder no dejaba de ser una posición extrema en una España abocada a la guerra incivil, como muchos acabaron por calificarla años después.
El estallido de la guerra
En 1936 los incidentes empiezan a extenderse por todo el país y una atmósfera cada vez más virulenta se cierne sobre de la vida de todos los españoles. En mayo de 1936, tras un tiempo en Madrid, Ridruejo regresa a Segovia. Está empeñado en seguir las consignas de José Antonio para reclutar más adeptos a la Falange. En la ciudad castellana se pone en contacto con Fernando Sanz, comandante de artillería. Pero en Segovia sólo se podía contar, si estallaba un conflicto armado de envergadura, con algunos militantes de Falange. La encarcelación de Luis Hermosa, jefe provincial del Movimiento, multiplicó la responsabilidad de Ridruejo en la organización.
Todo se precipitó en el 13 de julio de 1936 con la muerte de Calvo Sotelo a manos de gente de izquierda, en represalia por el asesinato del teniente Castillo. El día 18 estalla la revuelta. El poeta se halla en Segovia, pero se traslada a Madrid para asistir al funeral de Calvo Sotelo, que transcurre sin incidentes. Viste camisa azul. Ridruejo es un orador de la Falange, un hombre con capacidad para publicitar al movimiento falangista y para defender a los sublevados. Pone en marcha un pequeño periódico La Falange.
En noviembre escribe ‘Defensa y elogio de Madrid’, donde habla de la necesidad de conquistar la capital de España para la causa revolucionaria de los golpistas. Lo peor para el poeta será la noticia que llegó poco después, cuando Primo de Rivera, su querido José Antonio, fue trasladado a la cárcel de Alicante, condenado a muerte y ejecutado el 20 de noviembre de 1936. Detrás de todo ello, quedaban sombras oscuras, ya que Franco no parecía interesado en conservar a un hombre que podía hacerle sombra, a un hombre cuyas ideas no eran iguales a las suyas. Dionisio empezó a darse cuenta de que la figura de Franco era la de dictador, la de hombre con sangre en las manos.
El panorama empezó a ser desolador, Julio Ruiz de Alda fue asesinado el 22 de agosto en la Cárcel Modelo de Madrid. La misma suerte había corrido Fernando, hermano de José Antonio y Fernández Cuesta, el secretario de la Falange, seguía preso en manos de los republicanos. Mientras las grandes figuras del movimiento habían muerto o habían sido detenidas, Dionisio Ridruejo comienza a ascender y se convierte en un hombre clave de la Falange española.
Dionisio escribe, porque vive ya su sed de poesía, esa entrega a la palabra en circunstancias adversas, enamorado de Áurea, una mujer que desataba la pasión del joven falangista, a la que dedica poemas como el que aparece en Primer libro de amor, donde expone su desatado impulso por una causa que el tiempo transformará en gran desengaño:
La sangre sobre el mundo derramada
y el mundo sobre el alma caminante,
ancha la tarde con quietud errante,
herido el cielo, nuestra voz segada.
Así comienza el poema, en tiempos de guerra, donde la vida ya no vale nada y todo se juega a una sola carta, como el amor que Dionisio vive, enfrentado a un mundo de enemigos y adversidades, pero Castilla, la idea de los Reyes Católicos, esa búsqueda de la centralización, pesa sobre el joven exaltado:
Con la sed de Castilla en la mirada,
henchida del fervor agonizante,
vencía en calma el huidizo instante
nuestra pasión secreta y desposada.
Vive la pasión en la clandestinidad, porque la guerra lo es todo y el amor ha de ser una sombra en un mundo donde reluce el sol, donde fulge la luna al anochecer, pero siempre hay un instante para el roce, para la caricia de dos enamorados:
¿Qué eternidad de fuego nos ceñía
en tan ilimitado señorío
por todo el horizonte desgarrado?
Sobre abismos tu mano socorría
la plenitud del ser con dulce frío
y era raíz del vuelo aventurado.
Áurea parece el cenit que impulsa a Ridruejo a ser más falangista que nunca, a buscar el liderazgo, a sustituir a su querido José Antonio, sabiendo que su principal rival en este empeño solo es Manuel Hedilla, que está solo y no le secunda nadie en su afán de liderar Falange. José Antonio escribe a Dionisio desde la cárcel, se confiesa ante él, en la soledad inmensa de la celda, donde el tiempo corre, con la certidumbre siempre de una probable muerte.
Mientras Dionisio vive la pasión con Áurea, en Valladolid, en la primavera de 1937, ella lo mira, orgullosa del liderazgo que lleva en su mirada, de su uniforme falangista, y él le dedica versos de enamorado:
En el camino recto y amparado
por riberas de trigo adolescente,
íbamos juntos, cada cual ausente,
juntos en otro reino entresoñado.
Bellas palabras para la dama que vive su amor por el caballero, porque los versos del poeta parecen envueltos en el clasicismo del Renacimiento, el que pide para España, tan iluso y equivocado, sin saber que la conduce al abismo de la dictadura.
La entrega de la Falange a Franco
Con la llegada de dos falangistas mallorquines a Valladolid, los comandantes López Bassa y Orbaneja, se empieza a fraguar la idea de entregar la Falange a Franco. Quieren tantear a Ridruejo, por el peso que tiene, pero éste no cederá al franquismo que se está gestando en España. Empiezan a sucederse los acontecimientos que harán que Ridruejo abandone para siempre el partido. EL 17 de abril de 1937, con la Guerra Civil ya en marcha, Hedilla es sustituido por tres hombres de poco peso, y sin embargo, nombrados por la Junta: Aznar, Dávila y Gracerán.
Aznar cuenta a Ridruejo que Franco está detrás de todo, lo que exaspera al poeta, mas cuando descubre que en la Junta Política del Partido Único, solo está Hedilla como figura relevante, los demás son títeres de Franco, hombres de paja para liderar un partido que ya no es la sombra de lo que fue: Miranda, González Bueno, Giménez Caballero y López Bassa. El 18 de abril de 1937 el Consejo de la Falange devuelve a Hedilla su cargo, que se apresura a incorporar a Ridruejo, al general Yagüe y a Pilar Primo de Rivera a la Junta Política. Este será el camino de no retorno, porque Franco se entera y manda detener a Hedilla, lo que causa conmoción en los antiguos falangistas como el poeta soriano.
En señal de protesta, Ridruejo renuncia a su cargo de jefe provincial y se marcha de Salamanca. Empieza a fraguarse una Falange auténtica, con el espíritu de José Antonio en la memoria. Serrano Suñer, el cuñado de Franco y su persona de confianza, nada entre dos aguas: por un lado, escucha a la nueva Junta de la Falange y a los hombres puestos a dedo por Franco, y por otro se reúne de forma clandestina con los antiguos falangistas, entre los que se haya Dionisio.
Serrano se convierte para Dionisio en un hombre de valor, que puede ser escuchado. Para el cuñado de Franco, el alzamiento tenía un sentido alternativo a una posible dictadura de la izquierda, además había sido muy amigo de José Antonio, lo que le acercó más a los dos hombres. Mientras tanto, a Hedilla le conmutan la pena de muerte y se exilia. Para Ridruejo, el mundo era ya un extraño puzle donde el poder de Franco lo asolaba todo.
La herencia de José Antonio, leída por el recién liberado Fernández Cuesta (estaba preso por los republicanos), contenía dos nombres: Serrano Suñer y el propio Fernández Cuesta, lo que suscitó las sospechas de Ridruejo ante la mentira que empezaba a reinar en la España del Generalísimo. Puso en manos de un experto los documentos y al confirmar que eran auténticos, sintió una gran decepción porque Primo de Rivera no pensó en él en su testamento.
El acercamiento a la democracia
Los problemas para el poeta llegan años después, cuando cansado de ver la falta de libertad de su país, descreído de la Falange y del franquismo, empieza a reivindicar la democracia como alternativa a una dictadura que se aleja cada vez más de las ideas en las que creyó antes de la Guerra Civil. Todo comienza en los años cincuenta, cuando Dionisio se da cuenta de que la dictadura es ya un arcaísmo que hay que superar, España debe abrirse a la democracia, la Guerra Civil debe ser superada, hay que reconciliar a los dos bandos. Sus ideas del pasado ya no valen, es consciente del atraso del país y establece contactos, con Tierno Galván, por ejemplo.
El poeta traza unas ideas base, entre ellas, liquidar el partido único, dar paso a la formación de corrientes, poner límite a la dictadura, admitir el derecho a huelga económica –aprobada por los sindicatos, previa democratización de estos–, liquidar todos los modos de discriminación y admitir a los exiliados y antiguos adversarios del régimen en la convivencia, en la amnistía política. Ridruejo comienza una actividad cultural incansable. A finales de 1951 salió en defensa de los artistas de vanguardia que habían expuesto sus cuadros con motivo de la I Exposición Bienal Hispanoamericana del Arte; en 1952 creó junto a Ruiz Giménez y Pérez Villanueva una publicación llamada Revista, donde habla de la necesidad de comprender las posturas del bando perdedor en la guerra y reivindica figuras como la de Unamuno o Miguel Hernández.
Fue promotor también de los encuentros poéticos que se celebraron en la Universidad de Madrid durante el curso 1952-1953 al amparo de Pedro Laín Entralgo, el rector. En el ámbito universitario, Dionisio prestó todo su apoyo a los estudiantes más activos, algunos de los cuales eran marxistas o comunistas. Se creó un Congreso de Escritores Jóvenes, el Sindicato Español Universitario (SEU), que derivó en enfrentamientos entre los inmovilistas del franquismo y los nuevos adalides de la libertad, entre los que se hallaba ya Ridruejo.
La Dirección General de Seguridad le detuvo en dos ocasiones, por su agitación social en pos de una liberalización democrática que el Régimen prohibía en todos los sentidos. Le retiraron el pasaporte, le insultaron y amenazaron, empezó a ser un hombre en clandestinidad, desde un origen de poder que ya no deseaba y del que se arrepentía. Las maniobras de Ridruejo, Tierno Galván y Gil Robles para destronar al Caudillo, empezaron a sonar demasiado, el poeta fue detenido por segunda vez el 16 de abril de 1957. Era ya un hombre sospechoso de tener relaciones con comunistas y de querer cambiar el régimen de Franco.
Ya en la cárcel escribe romances como ‘La carabanchelera’, un canto a favor de la libertad, tan lejos del hombre que escribió el Cara al sol:
Levantemos la voz españoles,
por el pueblo humillado clamad,
es la voz de los hombres unidos,
que despiertan a la libertad.
Esta vez marchamos juntos
los que ayer combatían
porque vuelve la vida
triunfando del rencor;
y con la paz ganada
tendrá la tiranía
en las viejas trincheras
su tumba sin honor.
En 1962, se celebró en Múnich el Cuarto Congreso del Movimiento Europeo, donde se dieron cita los democristianos, encabezados por Gil Robles y Álvarez de Miranda; los monárquicos liberales, capitaneados por Salvador de Madariaga; los socialistas, por Llopis. Ridruejo quiso ir, pero privado de pasaporte, tuvo que hacerlo de forma ilegal, a través de las montañas. En el camino, el poeta sufrió su primera angina de pecho, pero se recuperó y llegó a Múnich. Franco consideró el encuentro el “contubernio de la traición”, muchos de los participantes sufrieron represalias. Gil Robles salió para el exilio en Fuerteventura y Ridruejo hizo otro tanto en París.
Los últimos años
Su siguiente destino, Estados Unidos, fue un período de producción muy fructífero. Entre 1968 y 1970 ejerció como profesor de Literatura en la Universidad de Wisconsin, primero, y luego en Austin. Pero su dolencia cardíaca fue empeorando. Escribe allí un poemario titulado Casi en prosa, del que destaca este poema:
Un corazón que sube
una colina puede
partirse en dos. Un medio
es todavía un gamo
lleno de confianza.
Principio de un verso que ya revela el esfuerzo de vivir, en tan duras circunstancias, solo por defender la libertad y la democracia, que, en un pasado, no había sido importante para él. Su vuelta a Madrid supuso un afán imparable, se llegó a entrevistar con Don Juan en su retiro de Estoril, porque ya fraguaba, en silencio, la ansiada democracia. El doctor Vega Díaz aconsejó al poeta vivir tranquilo, dado los riesgos de su dolencia cardíaca, pero no hizo caso, fundó la Unión Social Demócrata Española (USDE).
Viajó a Suiza, desgastando su ya cansado corazón, estuvo en la Revolución de los Claveles en Portugal, en México asistió al homenaje que brindaron allí al poeta León Felipe. No se detuvo un momento, hasta que el 29 de junio de 1975, en el hospital Clínico de Madrid, moría Ridruejo, a los setenta y dos años. En su casa, estaban las pruebas de su Poesía Completa que más tarde editaría Castalia. En ellas dejó inconcluso un poemario, titulado Salvaciones y muchas cosas más.
Dionisio Ridruejo fue un hombre que supo reconocer sus errores, olvidando un pasado nefasto y asumiendo su compromiso con la libertad y con la historia. El 15 de abril de 1975, en un homenaje que le brindaron sus amigos en el hotel Mindanao de Madrid, dijo:
Nuestra voz es una, pero deben sonar otras muchas, todas las que el pueblo español tiene como suyas –digo voces y debo decir también lenguas– para sentirse dueño de sí mismo. Porque aquí, donde estamos juntos, la esperanza que me gana sobre todas no es la de ser un exponente, un dirigente o un indicador, sino, ante todo y sobre todo, el hombre que pueda sentirse completo incorporándose a la corriente emocional de un pueblo en pie que afirma su decencia en la práctica de la libertad –ésta que ahora tomamos porque es nuestra– para la realización de la justicia.
Su voz, su ética vital, sigue presente en estos tiempos. Un hombre puede arrepentirse de sus ideas extremas y comprender que la libertad es necesaria, pasar página. En el caso de Ridruejo, que destacó por su compromiso con las ideas de la Falange, supo encauzar los valores democráticas desde los años cincuenta, cuando comenzó a comprender el fracaso que toda dictadura supone. Sin duda, un heterodoxo de nuestro tiempo al que debemos recordar en estos tiempos de enfrentamiento social y político.
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Pedro García Cueto (Madrid, 1968) es doctor en Filología Hispánica y antropólogo por la UNED, profesor de Lengua y Literatura en Educación Secundaria en la Comunidad de Madrid. Crítico literario y de cine y colaborador en diversas revistas, ha publicado dos libros sobre la obra de Juan Gil-Albert y un estudio acerca de doce poetas valencianos contemporáneos que escriben en lengua castellana. En FronteraD ha publicado, entre otros, Dos visiones del exilio cultural español: Vicente Llorens y Jordi Gracia, Muerte en Venecia: el arte, el deseo y la muerte. De Thomas Mann a Visconti y Visiones del exilio y de los escritores a través del libro ‘Guerra en España’, de Juan Ramón Jiménez.