Ante un cardo escarchado
el gran silencio.
Ante árboles de Kiarostami,
un jirón de niebla.
Ojalá hubiera nacido Dios
anoche.
No ha de servir,
por eso dejamos el pueblo atrás
desvaneciéndose
como si no fuéramos a volver nunca
bajo una niebla que borra
lo que existe,
los hombres
nuestros hermanos.
No somos mejores
sino distintos.
Pájaros más frágiles
que tú y que yo
cantan emboscados
en los pinos
que apenas vemos.
Seda vieja
la niebla hace dudar
de los campos
y de las Escrituras.
¿Y ese rumor lejano
como si fuera el universo
acrecentándose?
Coches, dioses, aeronaves…
Contrafuertes
palabras
de un mundo extraño
que nos ha permitido todo esto.
Seguimos
por un camino
entre lomas labradas
primorosamente
por los hijos de Horacio,
seres que callan mucho más
de lo que dicen.
Yo no sé si ha nacido
un dios rabiosamente humano.
No lo necesito.
Escucho los latidos
de quien conmigo va
en silencio
como los árboles
que desde lejos
nos hacen señas:
al niño que fuimos
al cadáver que seremos.
Árboles como mujeres
de niebla
echarpe que cubre la lengua
escarcha
cristal de hielo
que doblega las plantas silvestres
no los cardos
y nos obliga a escuchar
el gran corazón del tiempo
lo que sólo descubrimos
mientras nos vamos.
Fotos: Corina Arranz