Peter Brook decía: “Puedo tomar cualquier espacio vacío y llamarlo un escenario desnudo. Un hombre camina por este espacio vacío mientras otro le observa, y esto es todo lo que se necesita para realizar un acto teatral”. En Dios no tiene tiempo libre las palabras del director londinense parecen recrearse en la mínima escenografía de esta obra dirigida por Lucía Etxebarría que nos narra la vida de Elena, Alexia y David, personajes que Rafael Fuentes tilda de agónicos por vivir eternas contradicciones y luchas internas que no hacen más que sembrar preguntas sin respuesta y respuestas sin pregunta en los espectadores del Teatro del Arte.