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Dios, patria, mártir (ley)

 

Veamos. ¿Encontraríamos normal, o sea, aceptable, que un ciudadano albanés residente en Londres desde hace 18 años y que vive trabajando de repartidor de pizza quisiera matar a otro residente en Londres que fuera de una provincia fronteriza de su mismo país porque el primero lo considera separatista? Antes de reflexionar sobre ello, preguntemos si puede darse. ¿Podría darse el hecho de que un español con 20 años de residencia en Londres tenga motivos para desear la muerte de un catalán residente en la misma ciudad por motivos del separatismo de segundo? ¿Debemos considerar normal que un paquistaní musulmán, por ejemplo, residente desde hace diez años en Londres apuñale a un inglés residente porque le considera de una religión del demonio? ¿Cuál de los supuestos debemos aceptar? ¿Son sólo supuestos o son hechos que pueden sorprender nuestra cotidianidad?

 

Primero, hemos de decir que son supuestos que pueden ocurrir en la actualidad. Y segundo, hemos de decir que nuestra evolución vital y humana no nos permite otorgar aceptabilidad a ninguno de estos supuestos. La lógica que nos ha llevado hasta aquí nos exige que digamos que son la manifestación del fanatismo, la sinrazón y la barbarie. ¿Qué recorrido hemos tenido para encontrar a miles de personas que podrían considerar aceptables los supuestos de arriba? ¿Qué se ha estado diciendo a las sucesivas generaciones? Es lo que los hombres y mujeres deben preguntar, sobre todo cuando uno no puede tomar parte en una disputa, pues también las comunidades son cerradas. Por ejemplo, difícilmente los negroafricanos pueden ser parte de ninguna comunidad europea, aunque esto sea otro asunto.

 

En la presentación en Barcelona del libro los Nazis Negros no solamente no aceptamos la acusación que los autores del libro querían verter sobre un grupo pequeñísimo de negros que abrazaron el nazismo, sino que fue la primera vez que mostramos en público nuestra perplejidad sobre el carácter violento de la comunidad, o civilización, europea, capaz, incluso, no solo por haberlo demostrado en innumerables ocasiones durante la historia, sino de trasladar esa violencia a otrsa comunidades. Creíamos, viendo las llamativas muestras de derramamiento de sangre en África, que si persistíamos en denostar la violencia de los europeos teníamos que encontrar justificación a la violencia africana. Y no tuvimos suerte hasta que dimos con la clave. En ambos sitos, y por las mismas instituciones, se predicó lo mismo: Dios, patria, martirio. Es con este trinomio que los supuestos aludidos arriba se justifican, pues muchos millones de personas en el mundo, a lo largo de miles de años, han crecido en la convicción de que la plenitud de la vida pasa por la asunción de este triduo de ineludibles para todo ser humano civilizado. Y es que con otros esquemas de pensamiento se diría que no formaba parte de nada que podamos llamar civilizatorio el fanatismo de matar por Dios o por la patria, pero la realidad nos desengaña.

 

Como ya hemos dado muestra de que no nos someteremos a la draconiana imposición de asumir como buena la imperiosidad del mentado triduo, nos sentimos libres no solamente de no sentirnos culpables por menciones más o menos veladas de nuestra parcialidad, sino que denunciaremos cómo todo el aparato social civilizatorio se aleja de cualquier razonamiento lógico, la única forma de justificar los criminales intentos de sostener el poder. Para nosotros, hasta que las comunidades no dejen de tener como meta la defensa de Dios, la patria y el martirio, las turbulencias violentas serán el pan diario de los pueblos, tanto de los que con estas ideas comulgan como los que las rechazan de manera rotunda. Si quisieran parar a pensar, verían que ningún país del mundo tiene el derecho insoslayable de tener incorporado a su territorio una comunidad determinada. Es decir, y para no citar casos humeantes, no hay nada que pueda sostener la idea de que Casamance debe ser parte de Senegal, sobre todo si los de la primera comunidad quieren constituirse en entidad política autónoma. Y porque no debería pesar sobre ninguna comunidad la obligación de ser parte de un país determinado, salvo cuando la combinación de Dios, patria y martirio (a veces llamado ley) se hace presente y aparece el dolor. Hemos de terminar señalando la paradoja de que sea Cataluña la que está atrapada en las trampas del Dios, patria, martirio, habiendo mostrado recientemente sobrada tolerancia con el furor fanático de unos musulmanes. Puede que el desenlace de los hechos actuales tenga mucho que ver con cómo ciertas ideas repetitivas se percibían. Cuando leemos sobre los millones de hombres y mujeres que murieron en la Segunda Guerra Mundial, masivas muertes justificadas, recordamos que a Guzmán se le llamó el bueno porque, en pleno furor homicida de aquellas épocas, echó la daga con que cortarían el cuello a su hijo. No es por nada, pero hay hechos que fijan la historia de manera definitiva. Maten si quieren, pero no busquen cómplices.

 

Barcelona, 10 de octubre de 2017

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