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Acordeón¿Divide y provoca sectarísmos la rebelión?

¿Divide y provoca sectarísmos la rebelión?

Viñeta Los medios de comunicación oficiales represores

 

 

“Sí la gente tiene la determinación de vivir, la providencia está destinada a una respuesta favorable; y la noche está destinada a caer, y las cadenas, sin duda, a ser rotas”
Abu al Qasim al Shabi
(poeta tunecino que está inspirando las revoluciones árabes de 2011)

 

 

Es una de las principales bazas utilizadas por los cuestionados regímenes árabes, también por los más incrédulos sobre el futuro éxito de las revoluciones que están en marcha, y por los gobiernos occidentales que al perder las referencias y al haber quedado en evidencia por el trato que durante años han mantenido con dictadores corruptos y represores, buscan desesperados una salida fácil que les permita salvar aunque sea una mínima parte de dignidad. Pero hay signos desde el principio de las protestas que indican que, al menos en el origen, la intención de los ciudadanos que están saliendo a las calles de los países del Magreb y el Machrek es lograr la unidad nacional. En Túnez y Egipto se han enarbolado con orgullo únicamente los colores de sus banderas como símbolo de que las exigencias de la calle pretenden alcanzar un cambio que afecte a todos. En Libia , los revolucionarios adoptaron la bandera de la Independencia frente a la verde de la Yamahiriya que aún preside Muamar al Gadafi porque el país ha estado dividido entre el este y el oeste y la corriente de cambio no se ha desarrollado con la misma intensidad en todo el país.

       Especial atención sobre la cuestión sectaria se ha mantenido en países como Bahréin o Yemen donde las minorías y mayorías religiosas podrían haber adquirido un protagonismo que hiciera avanzar las revueltas en beneficio de sólo una parte de la población.

       Durante los últimos cuatro meses de protestas los países árabes han logrado mantener en una proporción bastante aceptable ese sentimiento de unidad nacional, de nacionalismo, utilizado solo cuando les interesaba durante las últimas décadas por los regímenes dictatoriales contra los que hoy luchan. Es cierto que hay países donde la evolución de ese espíritu no sectario ha sido más difícil de defender, como ha ocurrido en Bahréin. Pero incluso en este caso es interesante analizar qué papel han jugado las injerencias desde el exterior, los países que en la zona que han manipulado las protestas para jugar un papel activo en las revueltas como Arabia Saudí , Irán o movimientos políticos como Hezbollah. El archipiélago, situado en el Golfo Pérsico, tiene una población compuesta la mitad por extranjeros (inmigrantes asiáticos, indios…) y la otra mitad por bahreiníes de los que el 70% son de confesión musulmana chi.

        Durante los primeros días de las protestas en Manama, a mediados de febrero, participaban suníes y chíies para reivindicar derechos que afectaban sobre todo a los que eran considerados ciudadanos de segunda por el régimen (gobernado por la familia suní). Cuando existía la Plaza Lulua o de la Perla no había distinción religiosa, incluso se esforzaban por mantener eslóganes y discursos de marcado carácter unitario aunque evidentemente, por la composición natural de la población, había mayoría chíi. Ha sido más tarde, cuando políticos iraníes han criticado la entrada de tropas saudíes y emiratíes para dispersar a los manifestantes cuando la baza del sectarismo ha empezado a ocupar un papel importante.

       Una vez más, también durante las sorprendentes rebeliones populares, son los dirigentes a los que se están desafiando los que utilizan el enfrentamiento fácil entre creencias, de la misma forma que recurren a la violencia porque siguen el patrón habitual, el método con el que durante muchos lustros han logrado mantenerse en el poder, asentados en el miedo.

       En un intento a la desesperada, el régimen árabe que vive sus horas más bajas, el del sirio Bachar al Assad, ha intentado comprar a los kurdos (250.000 de 22 millones), excluidos del censo, no considerados ciudadanos desde principios de los años sesenta, para al menos evitar el levantamiento en sus zonas del país donde sobran los motivos para sumarse a la revolución. Siria, igual que Líbano, es un complejo mosaico de credos, hasta 18 confesiones entre las que los musulmanes suníes representan al 70% de una población gobernada con mano férrea por los alauitas que encabezan los Al Assad. “Durante casi 30 años, desde la matanza de Hama, la situación en Siria ha sido relativamente tranquila en el frente del sectarismo. Eso no significa, aún así, que la cuestión del sectarismo vuelva a tomar relevancia otra vez, en especial desde que el régimen del Baaz está amenazado, mientras sus principales instituciones de poder, como el Ejército y los servicios secretos, siguen estando claramente dominadas por un fuerte coro de alauíes que siguen formando la columna vertebral del régimen”, analizó recientemente el embajador holandés Nikolaos van Dam, autor de The struggle for Power in Syria, cuya cuarta edición está a punto de salir.

        Con el rechazo a la oferta del régimen los kurdos parecen haber logrado darle la vuelta a la tortilla y ahora forman parte del mismo barco que ese porcentaje que crece cada día de personas a favor de la caída del cruel y sanguinario régimen sirio. La oferta rechazada de dejar de ser apátridas ha permitido a los kurdos, organizados en 12 partidos clandestinos, una mayor aceptación social entre sus compatriotas.

 

Viñeta cómica El papel francés en lo que está ocurriendo en el mundo árabe        Mientras en países como Bahréin, Siria, Yemen o Jordania enarbolan la amenaza del sectarismo, de la supuesta incapacidad de las poblaciones árabes para respetar al prójimo, en Líbano salen a la calle para terminar con esa democracia de fachada impuesta en el Pacto Nacional de 1943, a favor del sistema confesional de la Constitución de 1926, que legitima la discriminación por confesiones de los ciudadanos. Basada en el equilibrio entre 18 sectas, además de los cupos basados en la demografía de la época de cada grupo, impone que la presidencia del país la ocupe un cristiano maronita, la jefatura del Gobierno un musulmán suní, la del Parlamento un chíi, y la jefatura del Ejército también un cristiano. Una farsa de equilibrios insanos que la nueva generación rechaza abogando por un verdadero sentimiento nacional, porque la bandera se convierta en única referencia del pueblo y de los dirigentes políticos, como han abogado en otras revueltas. Por eso en las calles de Beirut el grito de los manifestantes no es tanto el popular “El pueblo quiere la caída del régimen” sino “El pueblo quiere derribar el sistema confesional”. Exigen responsabilidades a los que se han enriquecido y les han oprimido aprovechando el sistema que lleva en vigor 68 años. “Revolución. Queremos el final del sistema sectario y que los líderes políticos que se asientan en él terminen en prisión”, exigen los activistas convencidos de que la única salida es “devolver el poder al pueblo”. En las pancartas de las últimas manifestaciones las referencias y vínculos son claros: “El pueblo quiere derrumbar el régimen corrupto… anular el confesionalismo político… recuperar sus derechos robados”.

       Líbano es el espejo de inestabilidad con el que amenazan los regímenes de la región que no son capaces de analizar que es precisamente en el país de los cedros donde se está intentando aplicar la revolución más avanzada: un Estado secular.

       La otra gran referencia sectaria de la región es Irak. Invadida en 2003 por Estados Unidos y el Reino Unido para terminar con el régimen de Sadam Husein, el país que a pesar del embargo económico y político (impuesto desde principios de los años noventa por la invasión de Kuwait) era la principal referencia en valores sociales para los países árabes desde el nacionalismo egipcio que murió con Gamal Abdel Nasser, se ha convertido en una nación dividida por sus confesiones religiosas. Si antes de 2003 era difícil encontrar a un iraquí que se definiera como suní o chíi, el enfrentamiento violento inducido por la potencia colonizadora y por las grandes injerencias que protagoniza en especial Irán, han transformado a la sociedad que solo ha podido empezar a levantar cabeza, a manifestarse en las elecciones legislativas del año pasado votando a la lista no sectaria de Iyad Alaui.

       Los árabes, que viven la religión con una intensidad e implicación en la vida política amplia, intentan encontrar un equilibrio. Robert Fisk escribió a finales de febrero en The Independent (21 febrero) una reflexión interesante: “(…) los musulmanes, a diferencia del Occidente cristiano, no han perdido su fe. Bajo las piedras y cachiporras de los esbirros de Mubarak, contraatacaron gritando Alahu akbar [Alá es Grande] porque para ellos esa fue en verdad una yihad, no una guerra religiosa sino una lucha por la justicia. Dios es grande y una demanda de justicia son del todo consistentes, porque la lucha contra la injusticia es el espíritu mismo del Corán”.

        Conscientes los más progresistas de la escasez de libertades que puede suponer que la gestión de un país se base en cuotas religiosas, lo que implica que la religión ocupe un lugar más importante que algunos de los valores por los que están luchando estos días (como la dignidad, los derechos humanos, el acceso a derechos básicos como la alimentación, sanidad, una vivienda, un empleo…), existe un enfrentamiento con los que seguirán pensando que la religión puede ayudar a gestionar el desarrollo de un Estado. La diferencia entre esas mismas ideas planteadas antes de que comenzasen las revueltas en el mundo árabe y a día de hoy es que, por lo que estamos comprobando en Túnez y Egipto (en pleno proceso de cambio o transición) existe un espacio basado en la democracia en el que todos tienen cabida y que su permanencia y desarrollo de sus ideas depende únicamente de la confianza que los ciudadanos depositen en ellos cuando acudan a las urnas. Si el pueblo no les quiere y se mantienen los principios de la revolución que terminaron con Ben Ali y Mubarak, tendrán que renovarse o morir.

        “Importante como las revoluciones populares que barren la región son, aunque puedan quedar en la sombra por la violencia sectaria, lo que convenga a las monarquías saudíes, quien porte la bandera suní. La reaccionaria monarquía saudí ganó su guerra fría contra los nacionalismos árabes como el de Egipto de Gamal Abdel Nasser de los 50 a los 70. El resultado fue un incremento del dominio saudí en la cultura y los medios de comunicación del mundo árabe. Los progresistas árabes y la izquierda sufrieron mientras florecía el fundamentalismo. (…) Mientras que los denominados moderados dictadores suníes vendieron todas las causas que importaban a los árabes, Irán pareció robar la bandera del nacionalismo árabe. Los dictadores suníes subestimaron a Hezbollah tras su victoria en 2006 contra Israel en Líbano. Jugaron la carta sectaria, advirtiendo sobre el creciente chiismo, llamando a los árabes chíies la quinta columna y advirtiendo sobre la amenaza de la chiización”, analiza Nir Rosen en un amplio artículo sobre la utilización del sectarismo por parte de las autoridades que ahora puede volverse en su contra.

        En la búsqueda de salidas, los que están saliendo a la calle miran con interés a Turquía. En una encuesta reciente de la Fundación Turca de Estudios Económicos y Sociales (http://www.tesev.org.tr) consta que el 66% de los habitantes de Egipto, Jordania, Líbano, Siria, Irán, Iraq y los territorios palestinos creen que es la mejor referencia como sistema político que combina la democracia y la religión musulmana, a pesar de que su Constitución es laica. La capacidad para mantener una actitud independiente y desafiante ante Occidente, de enfrentarse con argumentos a Israel, también influye.

        Durante las últimas semanas se han registrado enfrentamientos sectarios entre minorías religiosas en varios países de la zona. Ha ocurrido en el sur de Egipto con los coptos, también en Alejandría, pero la explotación de la manoseada causa de muchos de los supuestos males de la zona, apenas ocupa páginas de la prensa árabe: “El ciudadano árabe estuvo a punto de creerse que el inmovilismo era un destino inamovible (…) redujo sus demandas, se conformó con la seguridad y se ocupó de los problemas de la vida diaria, la educación de los hijos y las facturas del agua y la luz. Sin embargo, este conformismo estuvo acompañado por un silencioso sentimiento de opresión, incapacidad, frustración e ira” (www.boletin.org).

 

 

Viñeta Reconciliación palestina

 

Estado de las rebeliones

 

Siria

Bachar al Assad se ha desprendido definitivamente de la máscara del líder moderado y reformador que aún recuerdan algunos líderes europeos sorprendidos ante la brutal violencia con la que ha ordenado que se sitie ciudades como Deraa, en el sur del país, convertida en epicentro de las protestas que comenzaron hace seis semanas.

        A pesar de los esfuerzos del régimen por bloquear informativamente el país, de la negativa tajante a conceder visados a los periodistas extranjeros y la expulsión de muchos de los que residían y tenían permiso oficial para ejercer en Siria, las imágenes, muchas de ellas grabas por manos temblorosas pero decididas, siguen llegando a través de Facebook y Twitter, los blogueros utilizan Youtube para colgarlas en cuanto tienen electricidad.

       Miles de personas han abandonado en los últimos días el país por las fronteras del norte de Líbano y de Jordania. La mayoría son mujeres y niños, los primeros refugiados, que abandonaron sus hogares cuando los tanques rodearon sus ciudades para comenzar ataques similares a los que se han aplicado de forma indefinida en localidades como Deraa o Douma, al norte de Damasco.

        El régimen ya no controla la capital. Unas 10.000 personas salieron a la calle el último viernes tras el rezo, según los activistas de derechos humanos que ahora también cuelgan las listas con nombres y apellidos del más de medio millar de víctimas registradas en todo el país.

       Mientras la Unión Europea condena la violencia y a la ONU le cuesta aprobar nuevas sanciones contra el régimen sirio, la policía política entra en las casas de los supuestos organizadores y, como relatan a través de teléfonos satélites los ciudadanos asediados, mata a los hombres y secuestra a los jóvenes. El sistema se tambalea, consciente de que vive un momento de crisis absoluta, con cientos de miembros de partido Baaz presentando su dimisión, incapaces de asumir tanta sangre. Pero la contundencia, la orden de “disparar a matar” se mantiene.

       La Ley de Emergencia (vigente desde hace más de cuarenta años) ha sido supuestamente anulada por un decreto que obliga a los ciudadanos a pedir permiso ante el Ministerio del Interior para organizar manifestaciones, el Gobierno ha liberado a presos políticos, ha prometido concesiones a minorías como la kurda… pasos insuficientes, escasamente decisivos en una escalada de violencia y represión que los analistas de la región están convencidos de que alcanzará una resultado terrible.

       Jordania y Líbano contemplan el deterioro de la situación en Siria con terror. Las consecuencias serán directas porque afectarán a la población que aprovechará el momento para sus propias reivindicaciones. En Israel también analizan un escenario sin Al Assad, convencidos de que serán los islamistas los que se harán con el poder. “Siria ha sido durante mucho tiempo una enemigo previsible para Israel. Incluso un cambio de régimen sirio supondría un tipo diferente de problema a su desaparición”, señala el corresponsal diplomático de la BBC Jonathan Marcus.

       Bassam Haddad, co-editor de Jadaliyya, explicaba hace unos días la polarización de las protestas por todo el territorio en una entrevista con Democracy Now. El sentimiento de que las demandas iniciales ya no son suficientes, que la figura de Bachar al Assad y lo que representa forman parte del pasado del país para miles de personas, parece ser el motor de los que no están dispuestos a ceder la calle.

 

Viñeta cómica

 

Yemen, Bahréin, Arabia Saudí

Anulación por parte del presidente de Yemen, Saleh, en el último momento del acuerdo forzoso liderado por el Consejo Cooperativo del Golfo para que el máximo dirigente del país abandone el poder en el plazo de un mes y que la oposición forme parte de un gobierno de unidad nacional que prepare las primeras elecciones libres y la redacción de una nueva Constitución.

       Saleh intenta ganar tiempo desde que comenzaron las manifestaciones. Se ha reunido con los jefes de las tribus, ha hecho promesas a la élite del Ejército, ha lanzado mensajes de alarma ante el supuesto colapso económico total que supone que el país siga inmerso en las protestas, haciendo oídos sordos a los que le responsabilizan a él de la terrible situación económico-social que padece la población. “Los expertos creen que el presidente es consciente de que los vientos de cambio han llegado a su país y a su régimen, y que su comportamiento desde que estallara la revolución de los jóvenes en Yemen se contradice por completo con lo que dice y sus intentos por mostrarse como un presidente fuerte”, explicaba Arafat Madabish en la páginas de Al Sharq al Awsat (www.boletin.org).

       El vínculo entre lo que ocurre en Yemen, con la insistencia de Arabia Saudí en que Saleh abandone el poder cuanto antes, y los movimientos que se registran en Bahréin, donde continúan las tropas saudíes, es llamativo. Estados Unidos se ha plegado a los deseos de Riad, pasando de la condena al silencio, y desde el interior, la injerencia iraní concentra todas las críticas. “El presidente del Gobierno de Bahréin ha dicho que las tropas saudíes y emiratíes no abandonarán el país hasta que se haya disuelto el peligro iraní sobre los países del Golfo, mientras el titular de Exteriores, Jaled Ben Ahmad al Jalifa, ha manifestado que las tropas abandonarán el país en cuanto concluya su misión de tratamiento de cualquier peligro externo”, analizó en su editorial Al Quds al Arabi el pasado 19 de abril, insistiendo en que “la crisis sectaria es cada vez más grave (…) lo que podría provocar el fin de la seguridad y estabilidad de todos los países del Golfo, en forma de guerra regional, de violencia o de terrorismo” (www.boletin.org).

 

Viñeta cómica

 

Libia

Tras conocerse detalles sobre la ciudad sitiada durante semanas de Misrata, al oeste de Trípoli, el régimen y la oposición se mantienen en posiciones aparentemente inmóviles. Los movimientos en la frontera con Túnez inquietan por la posibilidad de que la tensión traspase fronteras y el régimen libio se atreva a atacar al país vecino en la escalada de locura en la que se mantiene el líder Muamar Gaddafi. Más de un mes después de que comenzase la operación de la OTAN, la información se limita a partes de guerra en los que los avances sobre el terreno son mínimos. Las fuerzas aliadas han fracasado tanto en la protección de los civiles que siguen muriendo como en provocar la caída de Gadafi que sigue manteniendo que “morirá en su país”.

 

Viñeta cómica

 

Kuwait

Las tímidas y no consecutivas manifestaciones que estamos observando en Kuwait se centran en una problemática que llevan años sin resolver. Tras la dimisión este mes del Gobierno para evitar el contagio de las revueltas árabes, el país se enfrenta ahora a una crisis por la incapacidad de aplicar reformas económicas. La posibilidad de perder inversiones extranjeras por los previsibles enfrentamientos entre un Parlamento dominado por los islamistas y las tribus, y un nuevo Ejecutivo capaz de evitar las protestas en las calles, es la principal preocupación.

        El temor al contagio de lo que está ocurriendo en Bahréin (una cuarta parte de la población de Kuwait es chíi) es cada vez mayor. “El emirato hace frente a diversos desafíos. Tiene la primera Constitución -la de 1962- que se dio en un país del Golfo, pero es una semidemocracia. Es un sistema parlamentario donde los partidos están prohibidos y los diputados no pueden aprobar al primer ministro, por lo que la oposición pide que el primer ministro –un sobrino del emir- no sea un Sabah”, analizó hace una semana Xavier Batalla en La Vanguardia.

 

Viñeta en la que una mano de Fatah estrecha la mano de Hamas

 

Acuerdo palestino

El 27 de abril, las delegaciones de las facciones palestinas Hamás y Fatah anunciaban desde El Cairo que han alcanzado un acuerdo para formar un gobierno de unidad nacional y convocar elecciones en el plazo de un año.

       Lo que el ex presidente Hosni Mubarak y su jefe de los servicios secretos, Omar Suleiman, no consiguieron en más de tres años, lo ha logrado la Junta Militar que dirige el país desde el pasado 11 de febrero.

       Los palestinos confían en el nuevo Egipto sin duda obligados por las protestas que en las calles palestinas, sobre todo en las de la franja de Gaza, se han multiplicado durante las últimas semanas. Hayan escuchado al pueblo o se hayan dado cuenta que ambos gobiernos (Fatah en Cisjordania y Hamás en Gaza) estaban en una situación cada vez más débil por el fracasado proceso de paz, la presión de Israel con la construcción de nuevos asentamientos, y el conflicto palestino-israelí relegado a una segundo plano por las rebeliones árabes. Lo cierto es que asumen un riesgo cuyo principal perdedor es el enemigo común de la región: Israel.

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