El grupo humano conocido como los fang son originarios de las regiones interiores de la zona continental de Guinea Ecuatorial que durante años se conoció como Río Muni. Es un grupo humano consciente de su identidad, cuyos ecos menos aprehensibles se reflejan en relatos míticos como el de los inmortales que pueblan el Engong, donde los habitantes se rivalizan en la ejecución de hazañas a cual más llamativa. Un acercamiento de los fang a fuentes escritas les hace proceder de grupos humanos procedentes de Egipto tras el aflojamiento de las cadenas que los sojuzgaban en las tierras de los faraones. Debe ser un objetivo de ellos ahondar en estas fuentes en una búsqueda certera de su identidad.
El interés continuo de diversos actores sociales guineanos por los fang descansa en la pertenencia de la totalidad de la estructura del poder guineano a esta etnia, hasta el extremo de que la cúpula del Ejército casi está compuesto de efectivos de la misma, con la llamativa particularidad de que casi todos ellos tienen vínculos de parentesco con el dictador Obiang, fang de padres originarios de Gabón. La necesidad de identificar las relaciones de los fang con los resortes guineanos es que la cúpula del poder dictatorial intensifica su nefasta influencia sobre el resto de los guineanos con el recurso doloso a sentimientos enraizados en las costumbres y creencias de los hombres de su etnia, favoreciendo, valga la redundancia, los elementos favorecedores de su poder. Lo que nos ocupa concretamente es la posibilidad de experimentar y personalizar un auge económico y social recurriendo a prácticas ocultas de dicha etnia. En efecto, de un tiempo a esta parte, y por oleadas más o menos intensas, ha crecido en la comunidad guineana la certidumbre de que la comisión de actos criminales con resultados de muerte es la manera más cierta de asegurar el éxito económico y social, actos cometidos, además, bajo la inspiración de miembros prominentes del poder central, al ser posible el mismo dictador Obiang.
En la realidad de la Guinea actual se ha asentado la certidumbre de que el asesinato de personas, máxime del círculo familiar, es una práctica muy común entre muchos guineanos para asegurarse los puestos de trabajo, delitos cometidos para satisfacer las necesidades misteriosas del dictador en plaza, quien se refuerza con el uso de amuletos, o brebajes, preparados con partes sustraídas de la persona eliminada. Ya va siendo noticia corriente escuchar entre los guineanos que tal persona asesinó a un miembro de su familia para ser rico. Y, efectivamente, suelen reportar casos de muertes misteriosas, o llamativas, en el seno de la familia de la persona señalada. La seguridad del goce de un puesto económicamente ganancioso es ofrecer al dispensador de cargos un miembro de tu familia.
La reiteración de estas noticias y hechos y el recrudecimiento de la represión contra los guineanos hace necesaria una disección filosófica de los mismos, o sea, someterlos a la luz de la razón. ¿Un guineano cualquiera, sea o no de la etnia fang, asegura su puesto con la «entrega» de un miembro de su familia al régimen? ¿Es esta la vía para asegurar un puesto de trabajo que permita un nivel de vida determinado? Inmediatamente podríamos decir no, que es la respuesta que corresponde a las interrogaciones, pero la realidad exige matizaciones. Se impone un somero buceo por la realidad nacional: Guinea Ecuatorial es un país verde en su totalidad, con una riqueza biológica considerable, diversificado en flora y fauna. Algunas zonas guineanas están entre las de más alta pluviosidad del mundo entero. La «verdura» aludida es para destacar su riqueza maderera y la posibilidad de una agricultura fructífera. Por el carácter archipiélago del país, la pesca guineana es abundante y daría de sobra para una exportación seria. Guinea dispone en su subsuelo de minerales que no se han explotado y dispone del «oro negro» y de gas, cuya explotación está en manos de compañías extranjeras. En contraposición a esta riqueza real y potencial, los guineanos apenas son un millón de cabezas, por lo que lo que la realidad impone que la renta per cápita sea de las más altas del mundo.
La realidad del país de Obiang es que todo este dinero generado por los recursos del país, y no por gestiones administrativas, está en manos de la familia que lleva toda su vida en las jerarquías del poder, siendo un miembro de ella actualmente el presidente. Y su particular manera de ver el mundo no le permite gestionarlo de manera que llegue con equidad a todos los guineanos, siendo el país uno de los más atrasados del mundo en cuanto a las atenciones a la población. Este dinero está en manos de unos cuantos, que lo obtienen directamente por ser quienes son. Teniendo la posibilidad de gestionar o hacerse con la cantidad resultante de la venta de recursos, los halcones del poder, todos de la misma familia y de la misma etnia, no tienen que matar a nadie para seguir siendo inmensamente ricos. Su dinero, inicialmente, no proviene de la venta de órganos extraídos de cadáveres o de rogativas llevadas a cabo por curanderos. Viven y se benefician de recursos conocidos. Además, la gestión arbitraria del país hace que esta misma jerarquía política se vea inmersa en negocios ilícitos, como el tráfico de drogas, que aumenta su caudal personal hasta unos límites insospechados. Ejemplificando esto con un hecho conocido, hubiera sido imposible que los ferraris, el jet personal y la mansión de Malibú incautados a Teodoro Nguema, hijo del dictador, hubieran sido adquiridos con la venta de riñones, fémures o hígados de personas asesinadas en Guinea.
¿De dónde nace, pues, el mito de que esta riqueza de origen conocido se mantiene con la comisión de crímenes, reales o virtuales? En la negativa de los actuales detentores del poder en compartir esta riqueza con sus dueños, el resto de guineanos. En la concepción crematística del poder. En la creencia de que el poder, los cargos públicos, son para enriquecerse. Esta negativa a compartir el poder, o de someter su acceso a métodos racionales, la democracia, ha posibilitado el recurso a cualquier tipo de argucia para mantener el statu quo, y ha posibilitado la creencia en prácticas misteriosas que de ningún modo se han probado como generadores de riqueza. Así, de la misma manera que en Guinea las elecciones son fraudulentas y se impone el voto público, se ha instituido mecanismos para hacer creer a la población susceptible del modo de acceso a esta riqueza, fomentando el recurso a la irracionalidad. Y a propósito de esto, es bien conocida la afición del dictador por el mundo esotérico, pero surge ahora la pregunta: ¿cómo afecta la comisión de crímenes en la percepción de la población, alejada, por su parte, del pensamiento racional? La respuesta es que la intención del régimen es que el pueblo asuma la culpa del que manda, en nuestro caso, del dictador Obiang. Si un determinado ciudadano entiende que podría mantener su puesto con la comisión de un asesinato, con la «entrega» de un familiar, sería la única manera de que en un futuro no pueda recriminar a su jefe los crímenes que comete para mantener el poder. Ambos serían cómplices, merecedores, de la acción represiva de la justicia. Y es que queda demostrado, incluso no se precisa de demostración, que el ejercicio corrupto de un cargo público es suficiente para el enriquecimiento.
Es en este punto donde se debería preguntar por la razón oculta tras los asesinatos promovidos por la dictadura. Y la realidad es que, pese a la escasa relación entre el hecho referido y sus posibles consecuencias, sí queda demostrado que los asesinatos cometidos en la dictadura, promovidos por su cúpula, crea una inhibición vital en el seno de la sociedad, miedo, toda vez que el asunto se relaciona con un hecho fundamental de la naturaleza humana, la lucha por la supervivencia. Es decir, no por falaces los argumentos con que se justifican los asesinatos dejan de ejercer sus efectos entre los guineanos. Y es que nadie, ni el opositor más valiente, quiere morir.
Queda en este artículo la parte que demostraría, de manera sistemática, toda la falacia que sostiene la comisión de asesinatos con fines mencionados, y es que esta práctica no solamente es conocida en Guinea, sino también en Gabón, país vecino regido igualmente por una oligarquía familiar y corrupta y donde hay testimonios del dolor causado por la práctica aludida. Demostrada su invalidez para asegurar una prosperidad material, urge a las poblaciones afectadas, y a los miembros adultos de la comunidad fang, la toma de medidas para desacreditar las fuentes que propagan falacias que los mantienen subyugados. Esta apelación a esta comunidad descansa en el hecho de que sus individuos constituyen más del 80% de la población guineana y difícilmente podrían coadyuvar en la erradicación de la dictadura si son presos de la creencia de que se podría asegurar el latrocinio consentido por la misma cometiendo asesinatos. Sería la primera vez que la ruta equivocada condujera al camino deseado.
Barcelona, 18 de noviembre de 2014