A don J. le gusta huir:
Estaba acostumbrado a la fuga y estaba entrenado para la fuga. En el miedo y el sobresalto veía mejor.
A don J. le gusta buscar:
A pesar de que parecía que con el tiempo las verdaderas bellezas cada vez se mostraban menos, como si viajaran en plena noche y por caminos secretos.
A don J. le gustan los lugares:
Montones de nieve, cubiertos de gris, en los más escondidos patios traseros.
A don J. le gustan las miradas:
Quería acariciar a todos, estos ojos y estas pupilas, y tocarlos levemente con los labios.
A don J. le gusta el tiempo a su lado:
El tiempo de las mujeres lo vivía él más bien como una gran detención. No contar sino deletrear. Ya no hay números. Detenerse, los lugares y las distancias no encarnan ningún tipo de medida. El tiempo significaba una y otra vez: teníamos tiempo. Estábamos en el tiempo, junto al tiempo. Protegido, llevados, narrados, acogidos.
De la mano.
A don J. le gusta preguntarse:
¿Dónde estáis, mujeres? Y solo ofertas y baratas como respuestas.
A don J. le gusta responderse:
Con estas mujeres todavía se podía vivir algo, sabe Dios qué.
A don J. le gusta escribir:
La oscuridad de los ojos de las seis o siete mujeres se hizo más profunda, solo que ahora era una oscuridad distinta.
Y si la pregunta fuera ahora: ¿número o escritura?, contestaría: escritura. A ello contribuye también el hecho de que don Juan esté moviendo los labios como alguien que deletrea y los ojos como alguien que actúa.
A don Juan le gusta:
El que adelantó al otro nadando, ¿fuiste tú o fui yo? El que a veces se escondía delante del otro: ¿yo o ella? El que hablaba y hablaba: ¿ella o él? El que escuchaba, o miraba lejos, cerca, al otro lado. ¿Nosotros? ¿Otros? Y que uno ya no supiera esto: está bien así. Alegrémonos.
Labios.
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Texto elaborado con el Don Juan (2004) de Peter Handke.