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Mientras tantoDonald en el cajón de los muñecos

Donald en el cajón de los muñecos


 

Cuando era niño tenía un cajón donde metía todos mis muñecos. Allí estaban los clicks, los Airgam Boys, los Geyper Man, los de Star Wars. Estaban también He-Man y Skeletor y algunos cowboys sin abolengo, que eran mis favoritos. Si yo conservara ese cajón, aún me resistiría a meter a Trump en él. Hay gente que tiene una facilidad maravillosa para catalogar muñecos. En España a Trump ya lo tenemos examinado en profundidad. Trump está sentenciado en viñetismo sumarísimo a dormir en el cajón de los muñecos, desde donde se le puede manejar con comodidad y jugar con él a que es un villano que merece morir y caer despeñado por precipicios tras fragorosas luchas con heroicos caballeros, progresistas en su mayoría.

 

Claro que el progresismo español, al menos una parte, también proviene de la viñeta. Hoy en España los principales gobiernos capitalinos se desarrollan en viñetas «de humor negro», dicen los propios humoristas. La diferencia es que son viñetas serias. Viñetas para adultos en las que, ante el menor chirrido, sus personajes rápidamente empiezan a echar muñecos al cajón, el lugar común. Un enorme cajón español de muñecos de todo tipo. Y ahora están entretenidísimos porque cada mañana Trump aparece bajo una forma distinta, a pesar del color de su tez y de su pelo y de sus morritos de sheriff paleto inamovibles. No basta con echarlo ahí y olvidarlo hasta que se quiera volver a jugar con él, sino que hay que meterlo (es el presidente de los Estados Unidos) todos los días. Qué lejos queda ya, casi en los ochenta, el eterno discurso antimacarthiano de Meryl Streep.

Hay una idea generalizada de que Trump va a poner al mundo a luchar sobre el barro en bikini (pensándolo bien no estaría nada mal), en vez de entre las cuerdas de un cuadrilátero, entre los muros del Río Grande y de la inmigración que ya existen aunque esto ya lo gestionaran por lo bajinis otros señores ocupantes del despacho oval que ahora luce recargado y del color de un sol con sonrisa para colorear. Tanto que Trump, en sus apariciones, parece nervioso, más concentrado en la presentación, en la pose epatante, terror de los demócratas, en el anuncio del combate por el título de los pesados que en el meollo y la problemática del gobierno; como si él sólo estuviera allí para mostrar su rubieza marchitada y sus ojillos casineros y ya recubiertos de pícaro.

 

Todo el trumpismo parece un intento espectacular, sonado y hortera, de regresar a unos principios fundacionales podando el árbol aquel del Merry Mount de Hawthorne desde Twitter y desde un puritanismo de portada que incluye al asesor personal en las reuniones de gabinete. No es que corra peligro la democracia americana (está supuestamente en origen protegida frente a cataclismos), más bien corre peligro la democracia europea con un posible destape real de Trump que le haga enseñar a ésta impepinablemente todas sus vergüenzas. Posibilidad de la que, quién sabe, puede que provenga buena parte del ruido ensordecedor que yo voy a esperar no sin cierta inquietud a que remita antes de echar a Donald en el cajón de los muñecos.

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