Empezó la violación
W. L. Tochman, Como si masticaras piedras
No es necesario decir algo todos los días
No es necesario
No lo es
Y sí callar
Y sí que es necesario escuchar todos los días
A veces nos asomamos a un abismo, aunque no sea lo corriente
No todos los días vemos pozos
Ni mucho menos pozos negros.
No todos los días leemos a Dostoyevski,
ni siquiera a Murakami.
No todos los días
aunque nos gustaría
pasar días enteros en las ramas
leyendo
aburriéndonos a morir
sin hacer nada
sin pensar
como si fuéramos primos lejanos de Walter Benjamin
y nuestro complejo de culpa fuera manejable.
No es ncesario leer periódicos todos los días
No es necesario comprar periódicos todos los días
No es necesario
No es necesario sintonizar la radio todos los días
En los ramales del dial donde hay hombres opinando
En los ramales del dial donde hay mujeres opinando
En los ramales del dial
Donde no saben qué hacer con el silencio
Por ejemplo escuchar a los que tienen algo que decir
Aquí al lado
a la vuelta de la esquina
en la calle Tucumán
en la obra
que ha crecido como el bosque de Birnam
y a la puerta de los teatros de Lavapiés
y en la frontera entre Portugal y España
donde haya fosas comunes que no fueron desenterradas todavía
y en la montaña de Velez
donde desaparecieron
«Alja: nueve meses
Amar: cuatro años»
no lejos de Mostar.
Escribe W. L. Tochman
a quien conoceré mañana
en Como si masticaras piedras.
Sobreviviendo al pasado en Bosnia:
«Al otro lado del monte Crvanj (cerca del lago Boracko)
está la sima de Borisavac.
Desde hace siglos los lugareños cuentan que la sima no tiene fondo;
(…)
Abajo hay huesos;
los reflectores están encendidos,
la gente está trabajando».
No es necesario leer todos los días
No es necesario leer
No es necesario
pero en el autobús 146
que me lleva casi todos los días
a mi trabajo en el diario ABC
trato de leer
todos los días
aprovechar el trayecto
aunque a veces
como si masticara piedras
tenga que esconder la cara
y morderme los labios
para que nadie se dé cuenta
de que lo que estoy leyendo
por ejemplo
esta preciosa mañana de junio
me provoca tanta rabia
y tanta pena
y tanta emoción
que llorar parece una manera demasiado pueril
de acompañar
a W. L. Tochman
y a Jasna
y a la forense Ewa Klonowski
a la sima de Borisavac.
Mi hermana
en su patio de la calle de la Castaña
desde donde no se ve con facilidad el mar
para verlo hay que subir a su taller
va colgando globos de porcelana
mensajes para el invierno
para el patio interior
que es el mar
para la higuera imaginaria
por donde se deslizan palabras como caracoles
silenciosos
silenciosas
y una radio encendida
conecta el mar de Alcabre
y los bosques de Bosnia
una oscuridad resplandeciente
un invierno en el que refugiarse
de nuestros peores instintos
donde cultivar el fuego
de nuestros mejores instintos.
Escribe W. L. Tochman
en la página 42 de Como si masticaras piedras:
«—Has crecido –le dice a Mubina.
—He envejecido.
—He comido en casa de tu padre más veces que en la mía –le dice a Mubina por si no se acuerda.
—Lo sé, erais amigos.
—¡Y qué amigos! Pero no pude hacer nada, hija.
—¿Nada?
—Estaba aquí, vi cómo se lo llevaron.
—Lo que pasó ya no importa. Pero ¿dónde están los huesos de mi papá?
—¿Quién sabe? –el hombre baja la voz.
—Mamá y yo queremos enterrarlo.
—No sé nada.
—Sin huesos, no hay duelo. Así no se puede vivir.
—La guerra es terrible –dice el amigo de mi padre–. Pero ha acabado bien. Nos hemos separado; vivimos unos al lado de otros, pero no juntos. Tu visita significa que el tiempo cura las heridas. Ahora está bien, está bien. Podemos tomarnos un café, incluso hacer negocios juntos, pero por la tarde cada uno se va a su sitio».
Mañana martes, a las 19 horas, en la Casa del Lector, acompañaré junto a mi querido Ramón Lobo al reportero polaco W. L. Tochman, nacido en Cracovia en 1969, en la presentación de su estremecedor libro Como si masticaras piedras, que acaba de publicar Libros del K.O., traducido por Katarzyna Olszewska Sonneberg.
Foto: Marta Armada