Como en las mejores películas de suspense, Hassan Nasrallah aparecía el pasado martes de forma totalmente inesperada entre las multitudes agolpadas en la zona sur de Beirut celebrando la festividad de la Ashoura. Rodeado de guardaespaldas armados hasta los dientes, avanzaba a empujones y por su propio pie en medio de una palpitante marea humana que apenas podía dar crédito a lo que veía. Héroe para unos, villano para otros, Nasrallah estaba “desaparecido” desde 2008 pero demostraba no haber perdido ni un ápice de su indiscutible carisma. El líder del Partido de Dios, vestido de riguroso negro, se abría paso entre las aguas, saludando a la muchedumbre enfervorecida.
Desde la tribuna, su puesta en escena no decepcionó. Proclamó al mundo que Hezbollah estaba aquí para permanecer. Levantó su dedo índice para recordar que su grupo contaba cada día con más armas y miembros, que su entrenamiento era cada día mejor, que su arsenal estaba siendo renovado, jaleado con fervor por sus seguidores. Solo aquí es posible imaginar un discurso así.
En menos de cinco minutos, los necesarios para evitar que un misil surcara los cielos azules del Líbano e impactara en el maltrecho Beirut, Nasrallah descendía de nuevo las escaleras del podio no sin antes avisar que reaparecía en unos momentos en una pantalla gigante para continuar con su discurso. Protegido por un enjambre de guardaespaldas cada vez más nerviosos, el gran líder sonreía ampliamente sin dejar de agitar su mano. “Os veo en unos minutos-dijo Nasrallah- don’t go away”, tal como Liam Gallagher le suplicaba en la canción a su chica antes de volver a cagarla.