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Dorothea Rockburne parece haber sorteado el problema de hacer arte sobre el arte mismo

Dorothea Rockburne, hoy octogenaria, nació en Montreal y vive y trabaja en un gran estudio en Grand Street, en los límites del barrio de Chinatown de Nueva York. Ha formado parte durante décadas de la escena artística de Nueva York. Realizó sus estudios básicos en el Black Mountain College, una escuela alternativa de Carolina del Norte del que salieron algunos excelentes artistas y escritores a mitades del siglo pasado. La artista también muestra un interés activo en la literatura, especialmente en la poesía. Su obra, que nos llamó la atención los años setenta, suele exhibir una precisión que da muestra de su inquietud matemática; muchas de sus obras transcurren como soluciones a problemas matemáticos. Por lo tanto, aunque el arte de Rockburne es concienzudamente abstracto, también transmite algunos principios de particularidad que han surgido del exterior del arte. Al mismo tiempo, naturalmente, la obra pertenece al estilo minimalista y a la abstracción hard edge que se hacía en la época. En las cinco salas de su exposición en el Dia:Beacon, el museo de arte contemporáneo que está a una hora al norte de Nueva York, la vemos transmitir una inteligencia formal atípica por su aplomo y su logro.

¿Qué se puede decir sobre un arte tan implacablemente no objetivo como el que nos encontramos con Rockburne? Es una pregunta útil. El minimalismo, el movimiento al que la artista pertenece en parte, no alumbra materiales culturales más allá de la propia obra. En esa abstracción deliberada domina la resolución de los problemas formales. Las artes plásticas, como en las obras de Rockburne, estimulan la experiencia de las propiedades enteramente formales, o al menos eso parece al principio. Esto es una consecuencia del desarrollo artístico-histórico, en el sentido de que el minimalismo fue uno de los últimos grandes movimientos generales del arte. También es fruto de la propia proclividad de la artista a la percepción analítica al pintar, una fortaleza que muy pocas obras de arte presentan hoy. Rockburne viene de una época en que el formalismo estaba muy vivo, y pudo completar un conjunto de obras que se debería considerar entre lo mejor del arte estadounidense de los últimos tiempos.

Desde el punto de vista formal, las piezas individuales e instalaciones en el Dia:Beacon demuestran una considerable capacidad resolutiva e inteligencia intelectual. La experiencia acumulada de las cinco salas no solo transmite la propia querencia de Rockburne por las relaciones formales no objetivas, sino también el concepto, predominante en la época, de que menos es más. Hemos avanzado mucho desde la perspectiva renacentista respecto a obras como las de Rockburne. Sin embargo, el problema del arte abstracto es que solo presenta unas propiedades sobre sí mismo, las características innatas de la pintura. Durante un tiempo, esto ofreció una gran libertad, pero con el tiempo hemos ido agotando el interés que despertaba hacer arte sobre sí mismo. Sin embargo, la obra de Rockburne parece haber sorteado el problema, no solo porque el tipo de obras que ella realizaba se podían considerar parte de un desarrollo muy tardío en el movimiento abstracto, sino también porque su arte aporta pruebas de una independencia que no se encuentra con facilidad; esto se debe, al menos en parte, a que Rockburne es una artista ambiciosa que ha trabajado sobre todo entre hombres. Aunque es importante no atribuirles a las obras no objetivas una influencia de género, también es necesario reconocer que la suya ha sido realizada por una artista femenina, en un momento en que se cuestionaban y trascendían las limitaciones que suponía serlo.

Es más que probable que la gran instalación pictórica que se exhibe, creada por Rockburne en 1970, pero recreada para el Dia:Beacon el año pasado, se pueda ver como la más importante declaración del grupo de cinco salas. La instalación, que consiste en unos paneles de formas geométricas pintadas de negro y colocadas en las paredes y el suelo blanco, da hoy la fuerte impresión de ser una culminación de la pintura abstracta, que fusiona el interés en el arte instalativo que en aquella época solo estaba empezando (los visitantes del museo pueden entrar en el espacio de mayor tamaño). Rockburne entiende cómo la pintura abstracta hard edge ofrece a los espectadores una continuación y a la vez un respiro de ciertos tipos de tradiciones pictóricas, además de ser una demostración del fuerte interés gráfico que puede generar el arte geométrico solo por medio del color y la forma. El hecho de que se pueda entrar en la sala añade un elemento de interacción física, de una experiencia basada en el tiempo. Esto contemporiza aún más la instalación, y despierta el interés del público de Rockburne incluso hoy, a pesar de que la instalación pictórica se creó originalmente hace medio siglo.

Como hemos señalado, las formas de la instalación son bastante simples: dos cuadrados de pintura negra, a solo medio metro del suelo, más o menos, que transcurren en la izquierda; en la pared central, hay un cuadro negro con forma de rombo. Debajo, en el suelo, vemos un triángulo negro que apunta a la pared. En la pared derecha hay tres piezas, todas ellas divididas por una fina línea de aproximadamente 1,20 metros de alto. Esta línea, como todo lo demás en la instalación, se transfiere mediante la presión que ejerce el papel carbón sobre la pared en las distintas transmutaciones. Cada una de las esquinas de las láminas de papel actúan como puntos de articulación, lo que produce formaciones lineales en la pared geométricamente autorreferenciales. A la izquierda hay dos piezas finas de madera, junto a las cuales se encuentra una obra compuesta de tres paneles en cuya parte superior transcurren unas áreas pintadas de color amarillo y marrón y con bordes ásperos y serrados. La tercera obra, a la derecha de las otras dos, consiste en una larga lámina de papel que va desde el techo al suelo, y un pedazo de papel que también va desde una línea tallada hasta el suelo, con un panel de madera detrás. No se debería subestimar la sencillez del lugar, aunque la experiencia visual que resulte de él sea sumamente compleja. Cualquier obra del tamaño de una sala va a requerir tiempo para recorrerla, lo que produce una experiencia dotada de duración, además de ser percibida de manera instantánea. Así que la obra tiene lugar, también, como espacio tridimensional, que cobra un carácter activo al ser atravesado por el público. Al igual que nuestra percepción anima una pintura durmiente, nuestro movimiento genera las energías abiertas del espacio. En consecuencia, vemos que las formas y volúmenes de la instalación crean un intercambio físico, así como una respuesta visualizada a la imaginería. De modo que Rockburne está demostrando aquí un extraordinario talento como artista, al darle al público la oportunidad de descubrir cómo un entorno determinado por las pinturas puede hacer funcionar sus efectos visuales de forma tan cautivadora.

Las obras individuales, normalmente derivadas de ecuaciones matemáticas, transcurren en forma de papel plegado o como formas planas muy simplificadas. Estas obras se suelen presentar como superficies lisas, tan simples que se podrían considerar demasiado simples. Pero no es este el caso. Los planos, aquí, van pasando con el tiempo de la simplicidad a la complejidad. Uno percibe que la inteligencia que hay detrás de su creación tiene que ver con una percepción racional además de con un alumbramiento creativo. Pero la experiencia es fundamentalmente para los iniciados: a las personas que carezcan de sutileza no les interesará la obra (esto es un problema en la vida creativa contemporánea: el público general no entiende gran parte de ella). Pero, aun así, el arte tan bueno como el de Rockburne no debe verse como un objeto elitista, sino como la consecuencia de una creciente perspicacia y sofisticación sobre la querencia de la abstracción por la forma que se basa en sí misma. ¿Y por qué motivo? Porque pasamos a lo que venga después en el desarrollo visual. De hecho, se podría decir que, al menos en parte, nuestra actual obsesión con la política en el arte es un –inevitable– resultado del agotamiento de la innovación visual. Está empezando a dar la impresión de que Rockburne se encuentra entre las últimas practicantes de un arte abstracto que se puede interpretar como genuinamente innovador; el minimalismo, a pesar de su propensión a la forma de la que no cabe considerar una oferta de referencias culturales, parece ser ahora el último capítulo de la historia del modernismo.

Pero el movimiento sobrevive del mismo modo que la crítica del modernismo es su última manifestación. Esto significa que nuestras iniciativas son ahora tan históricamente conscientes que se deben aprender a propósito. El arte de Rockburne presupone un conocimiento de la abstracción que hace que su enfoque sea casi académico, aunque es más que probable que cuando elaboraba la obra para la muestra no estuviese pensando en el pasado, sea el inmediato o el antiguo. Su obra ilustra su independencia mental, pero también sugiere que la cultura ha estado al borde del abismo, una situación provocada por una larga, quizá demasiado, historia del arte. El buen arte acepta la distinción cuando un talento tiene conciencia histórica, ¡al menos en retrospectiva! Rockburne, sin duda, no se propuso criticar el modernismo, pero es así como interpretamos hoy su obra. Su creatividad evolucionó desde la mentalidad de principios de los años setenta, que estaba muy politizada. Aunque en su obra no es abiertamente feminista, sin duda Rockburne se ha beneficiado del espíritu de aquella época.

En Set (Conjunto, 1970/2018), Rockburne compone de nuevo una obra de suma sencillez que da lugar a una experiencia muy compleja. A la izquierda hay una obra en relieve que llega hasta el techo y que consiste en un rectángulo de papel marrón; de él sale una larga pieza de papel también marrón, con la misma anchura, que llega hasta el suelo. A su lado, hay un gran símbolo de la suma, situado a aproximadamente 1,80 metros de altura desde el suelo. Y junto a él hay un gran panel horizontal que llega hasta el borde del suelo, embellecido con dos polígonos triangulares negros en cada extremo, así como un rectángulo de papel marrón entre ambos, en medio de la composición. En conjunto, las tres obras proveen, como nos indica el símbolo de la suma, una presencia abstracta que da la impresión de haber sido generada por las matemáticas en la misma medida que la intuición. La precisión de la obra, además de las implicaciones matemáticas del título de la pieza, determina esta impresión. La mayoría de las veces, lo que sentimos ante el arte es emocional, pero la concentración de Rockburne como artista también adopta un enfoque determinado por la razón. Es lo que su obra suele hacernos sentir.

Una obra posterior, realizada en 1980 y titulada Egyptian Painting Stele (Cilindro de pintura egipcia), consiste en tres conjuntos de papel plegado, dos en la parte superior y otro en la inferior. Están formalmente vinculados, por los bordes laterales, mediante líneas negras rectas. La palabra cilindro se refiere a un monumento que transmite una especie de diseño o escritura; el título de Rockburne indica que proviene de Egipto. Aquí, la pulcritud del papel plegado y las líneas negras subrayan su enfoque racional. El trabajo con el papel plegado de la artista es exquisito. Podemos interpretar que esta pieza está determinada por lo histórico, sin embargo, su forma es un ejemplo de una abstracción muy reciente. Rockburne, que no se educó en Estados Unidos sino en Montreal, demuestra que su consciencia de la forma es una decisión lúcida, no un rapto emocional. Así que su obra muestra una contención que no vemos con frecuencia en la abstracción estadounidense, cuyos puntales han solido ser expresionistas. Con el paso del tiempo, me da la impresión de que la orientación analítica de Rockburne la situará en la lista de los mejores artistas de aquella época.

La última pieza de la que hablaremos, Locus (1972), está colocada a aproximadamente 1,20 metros desde un inciso recto en la pared. Consiste en un largo panel rojo, con un borde ligeramente irregular inclinado hacia dentro, a la izquierda, y un borde recto a la derecha. Hacia el extremo derecho de la pieza, hay un cuadrado pintado de negro con un borde derecho muy levemente desigual, junto al cual hay un fino rectángulo granate, cuyo extremo forma el extremo derecho de la composición. La extensión, en su mayor parte roja, se maneja de un modo deliberadamente pictórico; en él, un rojo profundo enmarca un rojo más claro, casi rosa, que representa una declaración sobre las primeras generaciones de la abstracción, cuya naturaleza era más efusiva. Aun así, Locus es un modelo de moderación y contención; sus propiedades están en plena sincronía con la producción general de la artista. Su aspecto más pictórico indica la voluntad de Rockburne de incluir en su trabajo la historia de la pintura estadounidense. Curiosamente, como muchas otras obras de las cinco salas, esta pieza transcurre en un plano muy bajo, que se levanta del suelo. Es tal la inteligencia de Rockburne, que la decisión de situar la obra donde está parece una táctica visionaria, en la que su ubicación se convierte en parte de la visión general.

Estas obras, realizadas hace unas dos generaciones, indican que Rockburne iba a la vanguardia de su tiempo. Su meticulosidad se manifiesta en todo el arte que vemos en la exposición. La determinación del logro de un artista parece volverse más posible dos generaciones después de que se haya realizado la obra. Así que podemos empezar a pensar sobre el conjunto de su trabajo como un verdadero logro. Uno tiene la sensación de que Rockburne, al trabajar en un periodo de auge del minimalismo, se benefició del rigor artístico del movimiento. Al mismo tiempo, al derivar parte de su trabajo del pensamiento matemático, dirige su mirada a una estética un poco distinta de la percepción de sus homólogos estadounidenses. El arte en esta exposición ha continuado hasta el presente con auténtica fuerza. Su logro, el resultado de la medida y la disposición instalativa producen una experiencia ligeramente distinta al arte minimalista que otros realizaban en la época. Esto se debe a que la particular fuerza de la obra de Rockburne reside en su descripción de una imaginación científica, a la par de sus percepciones visuales. Esto significa, por lo tanto, que la obra encuentra un importante efecto en el orden numérico que fundamenta sus piezas. La mayoría del buen arte actual se produce en los intersticios entre las culturas y los géneros, y las creaciones de Rockburne no son una excepción. En su búsqueda de la ciencia como precursora de su arte, nos da la oportunidad de ver algo extraordinariamente nuevo.

 

Traducción: Verónica Puertollano

Original text in English

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