Toledo, 4 de septiembre de 2022
Ayer por la noche intervine en un acto de homenaje al poeta, y amigo, Ángel Guinda, convocado por la organización del festival mediterráneo de poesía Voix Vives en su sede toledana. El estrado donde actuamos estaba instalado en la vistosa Plaza del Ayuntamiento de Toledo, frente al Consistorio, la Catedral y el Palacio Arzobispal. Antes había quedado allí con un viejo amigo, fino y empedernido lector. En esa misma plaza levantaban sus toldos algunos tenderetes de editoriales poéticas. Mirando en la caseta de Amargord, mi amigo vivamente me recomendó la Obra Completa del argentino Héctor Viel Temperley (Buenos Aires, 1933-1987), edición de Amargord de 2013 que reproduce la que se publicó en Argentina diez años antes. Mi fraterno colega me sugirió especialmente la perentoria lectura de los tres últimos libros de este tan buen poeta hispanoamericano: Legión extranjera, de 1978, Crawl, del 82, y Hospital Británico, de 1986. Nada más regresar al hotel, tras el entrañable evento y un buen paseo nocturno por la zona del Plegadero, me dispuse a devorar esas selectas colecciones poéticas.
Quizá el libro con más resonancia de los tres sea Hospital Británico, que el poeta escribió a raíz de una operación cerebral que se le hizo en la clínica del mismo nombre poco antes de morir. Este libro lo quise asociar con La guarida iluminada. (Diario de sanatorio), donde el autor rumano Max Blecher, nacido en 1909 y que sólo vivió 29 años, narra maravillosamente su vida de enfermo, que ocupó toda su existencia. Sin embargo, Hospital Británico no tiene nada que ver con el testimonio de Blecher, escrito con “palabras aves con alas de sangre, palabras volando enloquecidas por los aposentos del corazón”, como él mismo declara en uno de sus poemas.
Para Santiago Sylvester, en un atinado comentario que se incorpora al final de la Obra Completa de Viel, los dos últimos libros, Crawl y Hospital Británico, están concebidos “como si todo el trabajo anterior hubiera sido preparación y adiestramiento”. Héctor Viel fue un hombre que siempre reflejó en su poesía un fervor religioso. Primeramente desarrollando una poesía religiosa entendida como celebración, para adoptar, posteriormente, una mística ya conformada como revelación. Y “de esto –insiste Sylvester- tratan los dos últimos libros de Viel Temperley: no sólo de ebullición religiosa, sino de iluminación.”
Son grandemente admirables los poemas de Hospital Británico: “Magenta es la barba de Cristo. Como rompiente de mar moja mi rostro: en mi nariz dibuja su nariz y en sus ojos cerrados pone mis ojos. En mi cara suda, su sangre corre por ella desde el pelo. / Así empapado estoy con Él, esperando su Resurrección.” Estos versos, del poema “Magenta”, pertenecen al libro citado, pero se mantuvieron inéditos. El poema lo difundió, muchos años después, Miguel Martínez Naón. Pese a los méritos indudables de Hospital Británico, yo prefiero su libro Crawl.
Es sabido que la materia que constituye la poesía (y todo escrito literario) es totalmente idéntica a la de la cadencia del lenguaje ordinario, conversacional. De forma que la técnica de escribir literatura no consiste sino en, simplemente, hablar. Pero lo cierto es que la poesía, sin dejar de ser un habla, es un habla especial. ¿Qué es lo que mueve, entonces, esta diferencia? La poesía es un arte; es un arte porque utiliza unos determinados recursos especiales, encarnados en una variada combinación de sus básicos elementos, fónicos y sintácticos, añadiendo atractivas figuras, llamativos tropos, seductores ritmos. Y de estos recursos, de este arte sabiamente combinatorio, está dotado con intensidad el contenido de Crawl: “Vengo de comulgar y estoy en éxtasis / aunque comulgué con los cosacos / sentados a una mesa bajo el cielo // y los eucaliptus que con ellos / se cimbran estos días bochornosos // en que camino hasta las areneras / del sur de la ciudad”.
Este volumen de la poesía completa de Héctor Viel Temperley incluye un detallado y amplio ensayo de la poesía del argentino escrito por Eduardo Milán, donde el crítico afirma que, más que comunicar, el poema es. “La realidad del poema puede comunicar o no comunicar, pero su designio pasa antes que nada por ser”. Comunicar es un concepto; puede estar en el fondo intencionado del poema. Pero el poema, sobre todo, es forma, ente. “La lengua siempre es forma, no sustancia”, dictaminaba el mayor de los lingüistas, Ferdinand de Saussure.
Alameda de Cervera, 15 de septiembre de 2022
Ayer por la tarde, mi esposa y yo nos propusimos asistir a una procesión con motivo de la Fiesta del Patrón de un pueblo cercano a esta pedanía. Llegamos a la villa que era nuestro destino. Aparcamos el auto y caminamos hasta la iglesia desde donde salía el paso que sostiene al Cristo, Patrón de la ciudad, y nos sentamos en la terraza de un bar pegada a la verja que da acceso al templo que guardaba una bella imagen del Redentor. Muy lentamente, la procesión empezó a formarse: comenzaban a erguirse los estandartes y los báculos, a aposentarse en sus sitios las manolas, a dejarse ver los miembros de la banda de música con sus vistosos trajes. Sonó de pronto el himno nacional. Había mucha gente alegremente congregada. Pero a mí la cuestión empezó a decepcionarme, inclinándome a desdeñar esa exhibición repleta de esos consabidos elementos tradicionales chapados a la antigua. Observaba cariacontecido cómo se colocaba la corporación municipal, los presidentes de las cofradías, etc. En fin, me resigné a cenar un simple montadito una vez que inició su carrera la procesión, esperando a verla, en su curso definitivo, y no en las apreturas de la puerta de la iglesia, un buen rato más tarde.
Ese rato llegó y pude disfrutar del honesto y pleno desfile. Multitud de conciudadanos, medio pueblo, se alineaba en honor a su Patrón. Con sus limpios atuendos cotidianos, algunos pisando el pavimento descalzos, mostraban un fervor sonriente, sublimando el preciso recorrido, definiendo tranquila y saludablemente el itinerario de la marcha, proporcionando una exacta solemnidad a la población. Con un pequeño arranque de modesta teología, brotó en mí este pensamiento: La Iglesia Católica es perfectamente criticable por alguna de sus políticas, emanadas de esos prebostes, mandamases que constituyen su alta jerarquía, papas y notorios cardenales, que no dejan de ser líderes mundiales ejecutando decisiones injustas. Pero lo más hermoso de la gente sencilla, acogida en sincera creencia en torno a su Dios, es sentirse benefactoramente protegidos por su Patrón, por la divinidad que les es necesaria. Ínclita herencia de las antiguas civilizaciones, de esos dioses rurales, de esos manes, de esos penates, protectores del hogar y de la despensa. Divinidades familiares (y un pueblo no deja de ser un amplio hogar, un espacio común), que tanto provecho y confianza han donado siempre a las gentes que creen en la virtud, en la piedad y en el continuo y muy leal agradecimiento mostrado por los dones consuetudinaria y milagrosamente recibidos.