Este invierno llegaron a mí dos textos que abordan el detrás de escena de la vida intelectual. Los leí hacia el final del día. En los minutos que me autoregalaba antes de que me venciera el sueño. Ambos los terminé de a pocos, en lecturas breves. Su recuerdo viene asociado al gesto de placer con el que yo estiraba el brazo para alcanzar la lámpara sobre la mesa de noche. Mientras afuera arreciaba el invierno, adentro de la casa estos libros se convertían en mi sala de entrada al descanso, mi pasaje al mundo de Sandman.
Un escritor rural
Como suele suceder con los títulos de escritores con curiosidad desbordada y gustos eclécticos, este título es engañoso. Yo diría que Un escritor rural es una colección de textos de aventuras. Las de un profesor peruano que enseña en una universidad de Vermont, rodeado de praderas.
La esposa del escritor es una española (gallega, se nos concede) que preferiría vivir más cerca de la ciudad. Nuestro autor prefiere la tranquilidad del campo. En esa interferencia de gustos se dan las aventuras del profesor. Es una vida donde lo más inquietante son sus cavilaciones. El escritor rural elabora ideas sobre la policía pueblerina, el aeropuerto que lo conecta con el resto del mundo, las dulcerías del camino.
Esas disquisiciones son lo más delicioso del libro. Este también deslumbra por el cuidado del lenguaje: las frases armadas con precisión, las imágenes presentadas con una intención poética.
Llegué al libro por fortuna: Luis Hernán Castañeda, con quien he compartido las páginas de una antología, informó en sus redes que tenía algunos ejemplares. Pedí uno y resulté afortunado.
(De Castañeda solo había leído antes el muy logrado texto híbrido que escribió junto a dos autores peruanos residentes en Francia: Cuadernos de Obrajillo (2018). Es un mezcla de diario, crónica y ficción en el que mucho tienen que ver Arguedas y Ribeyro. También lo recomiendo.)
Cuadernos
El cineasta argentino Andrés Di Tella revela en Cuadernos (2021) las fuentes literarias y cinematográficas que lo impulsan en la fabricación de sus películas.
El libro está hecho de búsquedas y de encuentros. Es un listado de influencias pero más que eso. En muchos pasajes, Di Tella parece estar conversando consigo mismo. Tal vez porque el libro es también un diario. Ese que escribió mientras filmaba o editaba sus películas. Acá hay detalles sobre cómo se hizo Montoneros, una historia (1994), La televisión y yo (2003), Fotografías (2007), Hachazos (2011) y 327 cuadernos (2015).
Di Tella especula sobre lo que han aportado al género documental otros autores. Para alguien que se dedica a enseñar cine, es una fuente valiosa. Sin embargo, el autor escribe pensando en lectores como él: seres interesados en entender las diferentes aproximaciones al arte de narrar. Desde los diarios de Ricardo Piglia (materia prima de sus 327 cuadernos) hasta el cine de Lucrecia Martel.
Encontré Cuadernos después de haber disfrutado tres documentales del autor. Supe de la existencia de los Cuadernos porque Enrique Vila-Matas cita el libro en un adelanto que se publicó acerca de Montevideo. Escribió: «Viví, en todo caso, la sensación de la que había hablado Andrés Di Tella en Cuadernos».
Mi libro, hermosa edición de los argentinos de Entropía, viajó desde Buenos Aires hasta California gracias a la gestión de mi amiga Teodelina Basavilbaso. Desde ahí debió haber llegado sin contratiempos a Nueva York. Quiso un error en la dirección postal, que el libro deambulara por ciertas calles del Bronx antes de regresar hacia la costa oeste. Desde ahí, en un segundo intento, llegó a mis manos.
Era lógico el entusiasmo con que comencé a leerlo. Sin embargo Cuadernos fue mucho más que una lectura esperada: fue una ventana hacia otro universo de películas, de libros, de influencias. El libro de Di Tella me hizo sentir, cosa que agradezco, la urgente necesidad de explorar.