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Mientras tantoDos parejas de enamorados besándose en el Metro de Madrid

Dos parejas de enamorados besándose en el Metro de Madrid

La fábrica de historias   el blog de Iara Matiñán Bua

 

Agua enjabonada sobre la acera. Foto: I.M.B

 

Ayer la he vuelto a sentir. De nuevo. Esa sensación que extrañaba, que antes consideraba cercana y ahora, por más que me intento aproximar a ella, solo consigo alejarme. Dos parejas de enamorados entraron en el metro. En la línea 1 del Metro de Madrid. Pasarían inadvertidos si no fuera por sus miradas. Esas miradas que robaron mi curiosidad y consiguieron que el cronómetro de mis emociones marcara el 0:0:1. Sí.

 

Primero entró una chica de pelo ondulado color avellana, largo, piel blanca, casi diría transparente, con un lunar en el hombro derecho, o al menos eso recuerda mi memoria, y labios finos. Llevaba un pantalón negro acampanado y una blusa blanca de seda, atada a la cintura. No era atractiva, pero parecía una de esas protagonistas de películas alternativas, en versión original, que ponen en los cines Verdi de Madrid. A su lado, un chico alto, moreno y apuesto, con media melena negra, mandíbula marcada y traje azul marino la agarraba por la cintura. Lo hacía de una manera sutil, cariñosa y decidida. Como a todas las mujeres nos gustaría que nos sujetaran, o que nos aprisionaran.

 

La desconocida dejó caer su cuerpo sobre sus hombros, poniendo la comisura de sus labios debajo de su boca. Le susurró algo, pero yo estaba sentada delante de ellos y solo podía escuchar el barullo del metro. A los pocos segundos, él la besó. Quise mirar hacia otro lado, desviar mi mirada robada, dejarlos en su intimidad, pero la imagen me traía viejos recuerdos que me hacían sentir emociones dormidas. Poco a poco, la pareja se fue moviendo por el vagón. La chica buscaba un recoveco en una de las esquinas para hacerle carantoñas a su acompañante. Y él se dejaba guiar. Encontraron un rincón aislado. Una voz mecánica anunció la siguiente parada. Se escuchó el chirrido de los frenos; los pasajeros entrando y saliendo. Pero a ella le daba igual, empezó a besarle. Y continuó haciéndolo. Como si fuesen dos fantasmas invisibles escapando de la atención de los extraños.

 

En el vagón entró una segunda pareja. Se situó delante de mí. Siempre he creído en el destino y me preguntaba qué diablos me estaba diciendo. Así que me fijé en ellos. Él era mulato, y ella extranjera, diría que americana, hablaban en inglés. Él llevaba vaqueros y mochila azul y ella tenía el pelo color castaño, ondulado, con mechas rubias, ojos azules y piel blanca. Una barriga pequeña le salía por encima de su ajustado vaquero. Él se la tocaba suavemente, con su mano derecha, con una caricia que fue desde su tripa hasta su hombro. Rozándole el pecho. Al terminar de tocarla, se quedó jugando entre sus labios. Ella le besó. Fue un contacto pasional, impulsivo.

 

Las puertas del vagón se abrieron. Estábamos en Atocha. Las dos parejas salieron del vagón del metro. Y yo con ellas. Les saqué una foto de espaldas, sin luz y con mi descuartizada cámara de móvil. Quería grabar el recuerdo de aquella sensación a los que muchos llaman amor, o enamoramiento. Y a la que yo siento lejos, aunque a veces la he tenido cerca. Conseguí una imagen desenfocada para encapsular aquel momento en un bote de recuerdos reales. Al doblar la esquina y volver a mi casa, un hombre cerraba su negocio y vertía agua almacenada en un cubo azul al suelo para limpiar la acera, se deslizaba como si fuera pintura enjabonada. Me quedé mirando el líquido.

 

¿Adónde me dirijo?

No lo sé.

 

Imagen de una pareja de enamorados saliendo del metro en Atocha. Foto:I.M.B

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