Dos poemas de Mariano Peyrou, en Diciembres iniciales.
CONVIVENCIA (1998)
Parecen más, pero sólo
son veinticuatro horas. La primera
puede ser azul pálido, sal,
horizonte; la segunda es sin duda un
cesto vacío; la tercera, dos cestos vacíos
o un cesto por la mitad (es casi lo
mismo); para la cuarta desembocamos
en cualquier otro plano, por ejemplo en el
recuerdo del día en que se arranca
un pedazo de corcho de un árbol con
la idea de regalarlo a la vuelta del campo;
en la quinta jugamos al ajedrez, yo
suelo ser alfil; la sexta y la séptima
son un resbalar jabonoso y lunático;
la cera de las velas, todos los atributos de la
cera de las velas abundan en la hora
octava y sellan lo que será la primera
parte siempre que estructuremos a partir del número
tres (se recomienda el tres, es tanto más
justo y cómodo, a la humana medida);
entonces la novena, o nona
si uno tiene mal gusto, será otra vez
azul o rosa pálido pero menos, y algo de
hastío, de círculo, como cuando
estamos sentados en esos lugares desde los que
es tan evidente que la tierra es redonda,
y así la décima puede consistir en preguntarse cómo
es que tardaron tanto en darse cuenta;
todo va rodando por el círculo
enjabonado: claro, es tan fácil pensar así ahora,
autocrítica en la undécima; y atravesamos
la duodécima dudando si no hubiera sido
mejor trabajar con el dos, al fin y al cabo
la decimotercera parece algo nuevo
o recién barnizado; la decimocuarta confirma que
la estructura es binaria: ahora se ve que son las horas
las que nos vienen buscando; por ejemplo la
decimoquinta, una rubia que baila
y nos pide bailar; no importa
qué hayamos contestado, ya van
dieciséis y se intuye la costura, se siente la proximidad del ombligo;
la decimoséptima es la hora de entender, incluso
la televisión se justifica; Bach
sabía de todo y la decimoctava lo trae con su brisa,
las matemáticas son sólo el esqueleto;
una medusa se evapora en la arena,
ya es la decimonovena y sin embargo hace frío,
soledad, desde tan cerca no te veo mientras
la vigésima nos sigue empujando cruelmente,
nos sigue la vigesimoprimera, corremos
escapando del tiempo
que no quiere alcanzarnos sino hacernos correr;
durante la siguiente sufriremos un breve
ataque de epilepsia sentimental,
y la vigesimotercera traerá la voluntad de
equilibrio, para esto recomendamos la puesta
de sol o el amanecer (son las dos
puntas del mismo ovillo) pero con
mesura porque la vigesimocuarta será
un semáforo y una banda
de Moebius sobre la que ya no
hace falta jabón para que sigamos
deslizándonos siempre por el mismo día,
deslizándonos siempre por el mismo día
hasta que algo alguna vez se rompa y sea mañana,
que es el ayer del próximo amor.
CONVIVENCIA (2022)
Parecen más, pero sólo
son doce meses. En enero
nos miramos un rato: un laberinto no para salir.
En enero te espero / como cada febrero,
le escribí a la amiga que me escribe,
y febrero sube y baja, baja
y sube, da luz a una esperanza y la
inestabilidad nace en seguida, cuando
llega marzo, cuando miramos atrás
suponiendo y creyendo que ya ha pasado algo:
la ilusión de que lo insignificante
significa, todo
parece inflado como el tiempo.
En abril nos miramos
un rato, miramos lo que pide
no ser visto, vemos lo que no queríamos
mirar. Pasan las encinas y los verdes del campo,
lo lejos-cerca de mirar el campo desde un
tren, porque se mueve, o desde un collado,
porque está alto. Mayo vuela hacia afuera
y me propone mi mejor autorretrato:
melancólico y risueño. Vuelo hacia
mayo, mayo vuela hacia ti, tú
miras. Dos más dos son
junio, seis por tres son junio, logaritmo
en base junio y no quiero ni sé
seguir, pero se trata de seguir, la esperanza
con su aritmética sexy. Ahora
nos fijamos en un detalle mínimo
que marca la diferencia entre lo igual
y lo diferente, o que los iguala: julio
cae con su invierno y asciende
con su asombro, mi asombro, tu
desilusión. Julio acaricia y rasca.
Julio olvida, tiembla con su siempre-nunca
y su agosto, cuando te suelto, me
sueltas, y así podemos soltándonos retroceder
hasta septiembre. Septiembre, lleno
de meses, de años, cuenta
los meses hacia atrás, cuenta
los años hacia adentro. La marea
de octubre trae de todo: un zapato
de antes de que se inventara el pie, un
beso de antes de que se inventara la memoria,
una red, una botella llena de mar y de octubre.
Paseo por la orilla de octubre metiendo
los pies en la red a ver qué pasa. No
quiero pedir ayuda y no sabría.
Amargado y cobarde es ahora
mi mejor autorretrato, renovado en
noviembre, y ahora toca morir en secreto: todos
sabemos hacerlo, sabemos también nacer
de nuevo preparándonos para el final,
esquivar el final y mirarnos otro rato soñando
con lo que vemos y se acerca lejos.
Mariano Peyrou nació en Buenos Aires en 1971 y vive en Madrid desde 1976.
Ha publicado los poemarios:
La voluntad de equilibrio (Fundación María del Villar, 2000)
A veces transparente (Bartleby, 2004)
La sal (Pre-Textos, 2005)
Estudio de lo visible (Pre-Textos, 2007)
Temperatura voz (Pre- Textos, 2010)
Niños enamorados (Pre-Textos, 2015)
El año del cangrejo (Pre-Textos, 2017)
Posibilidades en la sombra (Pre-Textos, 2019)
y, en distintas colaboraciones:
Emergencia, con Carlos Forns Bada (Galería Estampa, 2012)
Estratos, con Mar Lozano Reinoso (Piezas Azules, 2022).
También las obras de narrativa:
La tristeza de las fiestas (Pre-Textos, 2014)
De los otros (Sexto Piso, 2016)
Los nombres de las cosas (Sexto Piso, 2019)
Lo de dentro fuera (Sexto Piso, 2021)
y los ensayos:
Tensión y sentido. Una introducción a la poesía contemporánea (Taurus, 2020)
Oídos que no ven. Contra la idea de música intelectual (Taurus, 2022).
Los dos poemas para esta nube habitada pertenecen al libro
Diciembres iniciales, editado por Pre-Textos en 2022.
https://www.pre-textos.com/escaparate/product_info.php?products_id=2194