Soy dónde
“Soy el que camina con la dulce y creciente noche”
Walt Whitman
Soy viento de mar, que limpia.
Y montaña que sostiene y da vida.
Soy el águila que planea
y también el buitre (¿y qué?).
Soy el cardo y quizás dentro de un rato ya no,
y soy macachines o hierbabuena.
Soy liebre y comadreja,
gallineta y cólera aviar,
(¿y qué? ¿y qué?).
Soy nubes y tormenta, y olor a tierra mojada.
Pero a veces también soy sequía y tierra yerma,
trigo reseco y girasol que ya dejó de girar.
Soy música y cuerda desafinada.
Olor a estiércol y fertilidad.
Soy mujer, soy hombre,
soy indígena de esta tierra que habito
y a la que recién acabo de llegar.
Soy tulipán y la mina terrestre que lo hace volar.
Soy prócer y verdugo.
Estrella y grano de sal.
Y tené cuidado porque, donde te descuides,
soy también tu sangre,
tu tierra y tu metal.
Soy dónde.
Soy la vibración que se hace nota
en un punto de una cuerda de la viola.
Y soy el aleteo de un picaflor.
Soy todo lo que está bien
y todo lo que está mal, en simultáneo.
Soy contracción y estiramiento,
salto y cuerpo a tierra.
Pero sobre todo
Sobre todo
Soy el tendón del cuerpo que no sabemos que tenemos,
una bacteria de la flora bacteriana.
Soy lo que queda entre la sístole y la diástole.
Soy eso que no se puede decir,
nombrar, formular, encontrar.
Por minúsculo, por insignificante.
Por invisible sostén de la nada.
Por ecuación aún no formulada.
Por sonido todavía no encontrado.
Por suspiro de un planeta lejano.
Soy todo eso que todavía no se conoce.
Soy lo que nos hace fallar las preguntas,
no encontrar las respuestas.
Lo que todavía no es, en un lugar que no existe.
Lo que no está, ahí donde todo está.
Lo que no sabemos siquiera que buscamos.
Eso soy. Y así.
Y tal vez.
Y jamás.
Vertical
– ¿Qué es lo que te hace continuar, Óscar?
– Lo mismo que me hizo comenzar, la belleza del gesto.
-¿La belleza? Dicen que la belleza está en el ojo de quien la mira. Pero entonces, ¿y si ya nadie está mirando?
«Holy Motors» de Leos Carax (2012)
Una miga cayendo en una taza impoluta
es una catástrofe tan transitoria y final
como un tren descarrilado
o una llamada que nunca más va a llegar.
Un hibisco que se retuerce hasta caer a tierra
es tan muerte como el silencio en la cama compartida
o las frases que, en un diálogo, ya nunca más se van a encontrar.
Un grillo sacudiéndose y ahogándose en una piscina
es la violencia más bárbara y vertical
que se pueda presenciar.
No hay dramas menores.
No hay migas que no sean catástrofes.
No hay lamentos que no sean absolutos.
Todo lo miramos por un gran ojo que desdeña,
pestañea y hasta duerme.
Y, al dormirse, la miga se convierte en simple miga
y el hibisco en flor decorativa.
Pero el ojo se abre, tarde o temprano.
Y ese, justo ese, será el momento
en el que ya no podremos volver atrás.
(*) Soy dónde. El primer poema nació de una consecuencia de la pandemia que empecé a observar. Quizás porque nos habíamos acostumbrado a ver «al otro» con muchos filtros de felicidad en redes y en esta vida que emula redes, cuando empezaron a aparecer las sombras de los otros con la pandemia, como aparecen en toda crisis de certidumbres, empezamos a ver solo la sombra. Pasamos de un extremo a otro. Olvidándonos que nosotros también somos sombra. Luz y sombra. Las dos. En simultáneo. ¿Y qué?
Vertical. El segundo poema nació también de las consecuencias de esta pandemia, que nos mostró que no hay mínimos, que todo es máximo.