Como mis padres se casaron a finales de enero y yo nací en julio, soy producto de una descarga ilegal. No tengo miedo, pese a todo, porque si algo he aprendido en la vida es a hacerme pasar por original. Y no me molesta tanto la Ley Sinde, que sólo viene siendo un condón en tiempos en los que el principal método anticonceptivo es el facial cum, como la impresión de que lo único que se ha propuesto el Gobierno en los últimos meses es legislar contra mí, y que la ley antidescargas es sólo un choteo que me recuerda que yo soy un producto pirata, la copia exacta de otro mejor; algo devaluado, con una calidad peor. Hay días, incluso, en los que parezco grabado directamente del cine con un móvil. Cuando empiezo a hablar distorsiono en el 4’35», y eso me lo dice mucha gente, pues no se me entiende durante unos segundos y lo justifico diciendo que no vocalizo bien; pero no: estoy mal bajado. Soy algo gratuito y fácil de llegar, un hombre de tantos que circula libremente por la calle y que no pertenece a nadie, casi un descastado, y hay situaciones en las que hubiera preferido ser algo más exclusivo; más, por así decirlo, caro. Cuando alguien me dice que como amigo o como lo que sea no tengo precio yo sonrío un poco amargamente. Y si me encuentran por ahí y me comentan que hay un tío clavado a mí digo que puede ser, y que incluso es probable que sea más clavado a mí que yo. Mis padres lo llevan con mucha naturalidad y no les preocupa lo que haga el Gobierno ni tienen pensado eliminarme, pero yo en ocasiones veo ramoncines.