Drácula huía de los ajos por ignorancia. Sin duda, desconocía las saludables propiedades de este bulbo comestible debidas, en buena parte, a su contenido en aliina, que se transforma en alicina al ser machacados.
La alicina y sus metabolitos organosulfurados tienen muchas acciones beneficiosas para nuestro organismo (ingerida incluso en pequeñas cantidades) entre las que destacan su efecto hipolipemiante (rebaja el colesterol) y su efecto antitrombótico (reduce la agregación plaquetaria), que ralentiza la aterosclerosis y reduce el riesgo de infarto. Para ello, es preciso consumir casi un diente de ajo al día.
Pero todo tiene un precio. Un consumo cotidiano a este nivel, es considerado a veces como intolerable socialmente, por el fuerte aliento que confiere (los derivados de la alicina son volátiles y se eliminan por vía respiratoria muy eficazmente). No en vano, nuestros poderosos vecinos del norte nos han obsequiado a los españoles, y en general a los habitantes del sur de Europa, con el despectivo apelativo de comeajos.
No obstante, si el famoso conde se hubiera parado a reflexionar un momento sobre este asunto -el mal aliento-, habría llegado a la conclusión que si todo el mundo los come, el «mal aliento» se generaliza y, por lo tanto, el problema se diluye o desaparece y lo que queda es que los ajos son una de las pequeñas claves del elixir de la eterna juventud, que él buscaba, en la inmortal obra de Bram Stocker, por medios mucho más cruentos.