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La noticia de la semana es, sin duda, al menos hasta el momento, al menos antes de que terminen de votar los griegos dentro de unas pocas horas, que el Banco Central Europeo, por fin, se ha avenido a comprar deuda pública. Emula, de esta manera, a otras autoridades monetarias del mundo, como la Reserva Federal norteamericana, el Banco de Japón o el Banco de Inglaterra. Eso significa, dicen algunos, que por fin el europeo comienza a actuar como un banco central de verdad. ¿Qué hace un banco central de verdad? Le pone precio al dinero, devalúa o fortalece a la moneda, según convenga, regula la evolución de los precios… y, en los lugares con más suerte, como Estados Unidos, también vela por el buen funcionamiento del mercado de trabajo.
Mario Draghi, por tanto, no pudo utilizar la excusa de la elevada tasa de desempleo que sufre Europa, sobre todo algunos países como Grecia o España, para usar todos los instrumentos a su alcance como banquero central, tampoco la perniciosa fortaleza del euro, sólo encontró la coartada perfecta en el acusadísimo riesgo de deflación existente en todo el continente, es decir, el peligro de que la economía europea entre en el viciosísimo círculo de las continuadas caídas de precios. El único mandato del BCE es mantener la estabilidad de precios o, lo que es lo mismo, de acuerdo con las a veces arbitrarias normativas económicas, una inflación en el entorno (pero preferiblemente por debajo) del 2%.
La última crisis ha demostrado la gran debilidad del capitalismo más puro, del que propugnan el liberalismo fundamentalista, de aquél que no permite la intervención del Estado ni la introducción de correcciones para que sus propias leyes no acaben con él. El capitalismo lleva en su seno la semilla de su propia destrucción y, en esta ocasión, instituciones construidas al amparo de los Estados, aunque, dicen, independientes del poder político de turno, han vuelto a salvarlo. ¿Qué hubiera sido del sistema capitalista sin las multibillonarias inyecciones de los bancos centrales?, ¿qué hubiera sido de esta criatura si el Estado que, de acuerdo con ciertas teorías, es en realidad un instrumento en manos de los capitalistas, no hubiera creado una institución con el inmensísimo poder de fabricar dinero de la nada?
Todo este dinero ha metido a la economía y ha prometido Draghi:
Con lo que todo esto es lo que han inyectado los principales bancos centrales del mundo para salvar el sistema:
¿Implica esta crítica que es malo lo que hacen los bancos centrales cuando utilizan todo su arsenal para salvar al sistema capitalista? No, al revés, es bueno. Sobre todo desde una perspectiva socialdemócrata. O incluso para quienes vieron algo bueno en el consenso keynesiano que se prolongó entre 1945 y 1979. De hecho, son muchos los que piensan que el BCE tenía que haber tomado las medidas que anunció el pasado jueves mucho antes, en el año 2010, cuando comenzaba la crisis griega. Posiblemente, el paro en Europa no hubiera subido tanto. Ni los recortes hubieran sido tan salvajes. El BCE habría financiado la deuda pública y programas de estímulo económico para que la recesión no se hubiera convertido en depresión. En Estados Unidos, con la Reserva Federal inyectando dinero desde 2008, la crisis fue más corta, el paro ya está por debajo del 6% desde hace tiempo, niveles pre-crisis, y el PIB crece a buen ritmo. Algo parecido sucede en el Reino Unido. Mientras que en la zona del euro, que es donde ejerce su soberanía Mario Draghi, la historia es muy diferente.
Alemania no quería poner fáciles las cosas a los pueblos del sur (tampoco a Irlanda). Su deseo era meterles en cintura por sus presuntos pecados de despilfarro que, en caso de ser así, habrían financiado bancos con domicilio social en Alemania. Esa estrategia, ese mensaje, le ha proporcionado extraordinarios resultados electorales a Angela Merkel. Ahogados por las deudas, España, Portugal, Grecia, Irlanda y, poco después, también Francia e Italia, no tendrían más remedio que apretarse el cinturón para que los mercados, los bancos, los que compran los bonos, en definitiva, los que financian el gasto, les siguieran fiando a intereses más o menos razonables. Los liberales fundamentalistas, además de vetar al BCE su intervención en la economía, aprovechaban la ocasión para reducir el tamaño de los Estados miembros al mínimo.
La política monetaria expansiva, que es como se llama a lo que llevan haciendo los principales bancos centrales para acabar con la crisis económica, puede ayudar a reducir el sufrimiento de la gente. Pero no es suficiente. El dinero que inyectan las autoridades monetarias va dirigido, sobre todo, a los bancos. Ellos son los que tienen los activos que Draghi compra a cambio del dinero con que riega la economía. Se supone que con esos euros que obtendrán, los bancos podrán prestar y, además, a tipos de interés más bajos, porque el objetivo de los bancos centrales con sus políticas es que se reduzcan los costes financieros y así las empresas puedan invertir, contratar trabajadores, se reactive el consumo… En definitiva, que la máquina se ponga otra vez a rodar.
Pero estas posiblemente necesarias medidas deben acompañarse de otras que aseguren que la recuperación llega para todo el mundo, políticas redistribuidoras. Es cierto que una parte de lo que han inyectado los bancos centrales ha alimentado un poco la recuperación de la economía real. Pero se sospecha que el grueso ha ido a hinchar los activos financieros, por lo que la política monetaria expansiva ha beneficiado, fundamentalmente, a quienes los poseen. De ahí que se puede concluir que la actividad de los bancos centrales, por sí sola y sin medidas correctoras y redistribuidoras, ha favorecido el crecimiento de las desigualdades. No es a este fenómeno al que los economistas llaman “trampa de liquidez”, pero resulta razonable tomarse la licencia para describir este fenómeno de acuerdo con el cual gran parte del dinero que inyectan los bancos centrales se embolsa en ciertas manos y no circula por la economía. Hasta JP Morgan admite que estas medidas que ponen en marcha las autoridades monetarias beneficia sobre todo a los ricos.
Y aquí va nuestro tercer gráfico seleccionado de la semana. Procede del informe publicado por Oxfam titulado “Riqueza: tenerlo todo y querer más”, que muestra algunas de las manos favorecidas por la expansión monetaria (la historia se les ha torcido un poco a los magnates rusos en los últimos tiempos):
Por esa falta de medidas de redistribución de la riqueza, el 1% más rico es cada vez más rico y el 99% restante reduce su participación en la riqueza mundial:
De acuerdo con el informe de Oxfam, si se mantiene esta tendencia de incremento de la participación de las personas más ricas en la riqueza mundial, en sólo dos años el 1% más rico de la población acaparará más riqueza que el 99% restante y el porcentaje de riqueza en manos del 1% más rico superará el 50% en 2016:
Desafortunadamente, el dineral que están fabricando los bancos centrales tampoco está sirviendo para poner coto al paro. Porque no es suficiente con su actuación para conseguirlo. Los expertos afirman que lo verdaderamente decisivo para predecir cuánto empleo serán capaces de crear las economías es su estructura productiva: cuál es la actividad principal de cada país y qué tamaño tienen sus empresas. Para España, el futuro previsto por la Organización Internacional del Trabajo es muy negro: la década acabará con la tasa de paro situada por encima del 21%. El resto del mundo desarrollado, como muestra este gráfico, reducirá de manera muy importante la tasa de paro, hasta terminar la década por debajo del 7%, por lo que España será la gran excepción:
Aunque, a nivel mundial, el paro seguirá aumentando en los próximos años:
La verdad es que último gráfico que incorporamos deja muy poco lugar a la esperanza: las crisis económicas elevan la tasa de paro cuatro puntos y casi ocho puntos el desempleo juvenil en los países desarrollados; la recuperación del crecimiento sólo reduce la tasa de paro dos puntos y el desempleo juvenil, cuatro puntos:
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