(Ana Diosdado. Academia de las Artes Escénicas de España)
«¿Por qué menos apta? ¿Por qué menos? Siempre me ha costado mucho trabajo entender que se plantee siquiera la cuestión de que la mujer, genéricamente hablando, tenga más o menos aptitudes que el hombre para la actividad que sea. Depende, como siempre, del individuo que no de su sexo, ¡caramba!». Así se expresaba Ana Diosdado cuando le preguntaban por autoras, actrices y directoras de teatro. También reconocía que su situación era «excepcional». «Yo he crecido en este ambiente y conocía el mundo y a las gentes que hacen el teatro. Creo que existen especiales dificultades para la mujer, ya sean soterradas o a flor de piel. Son muchos siglos de machismo feroz y la resistencia frente a las mujeres está en todos los campos».
Dificultades que se añadían a la ‘dificultad genérica‘, indiferente al sexo, que supone estrenar una obra. «Los problemas, que están en la estructura del teatro en general, se agudizan para las mujeres, a la que no le basta con ser una buena profesional: se le exige que esté siempre examinándose».
«La irrupción de una mujer como autora en la España de comienzos de los ’70 no es que fuera insólita, pero sí infrecuente. Y menos habitual era que triunfara, como fue el caso de Ana Diosdado con Olvida los tambores, su primera obra», apuntaba el crítico teatral Juan Ignacio García Garzón en ABC.
Abundan últimamente los reportajes dedicados a las nuevas autoras teatrales, cuya irrupción en el oficio tiende a presentarse como una suerte de Siglo de Oro femenino. Ahora bien, ¿es para tanto? Y sobre todo: esta sobreexposición, ¿beneficia a las aspiraciones de nuestras dramaturgas o más bien juega en su contra?
Según explica Virtudes Serrano, catedrática de Lengua y Literatura en la Universidad de Murcia, «la mujer ha estado presente en la dramaturgia española desde hace siglos. Manuel Serrano Sanz catalogó a comienzos del siglo XX a más de una treintena de autoras teatrales, muchas editadas en la Asociación de Directores de Escena«. La contestataria Carmen Conde, primera mujer electa en la Real Academia de la Lengua Española, con una extensa producción teatral; exiliadas como María Teresa León, Concha Méndez, Teresa Gracia…
Juana Escabias, dramaturga con 35 obras teatrales publicadas (su último trabajo, La puta de las mil noches, estrenada en el Teatro Español de Madrid), directora de escena e investigadora teatral no considera exagerado que se hable de un nuevo Siglo de Oro: «La explosión actual de mujeres en las Artes Escénicas no tiene comparación, pero no cabe duda de que detrás hay toda una tradición». Escabias, que ha dedicado su último ensayo a las dramaturgas del Siglo de Oro, cree que «en España ha habido escritoras en todas las épocas, aunque, lamentablemente, su legado haya sido desdeñado y relegado al olvido por el machismo imperante».
«Durante el franquismo», ilustra, «los críticos y los historiadores no solían incluirlas en los manuales, y no se propició el estudio de sus obras». En su indagación sobre la dramaturgia del XVII ha compilado la existencia de (al menos) 21 dramaturgas españolas (el Imperio Español incluía entonces Portugal y el Nuevo Mundo). Trece de ellas fueron escritoras seglares, con Ana María Caro Mallén y María de Zayas a la cabeza. Entre las religiosas, destacó Juana Inés de la Cruz (Juana de Asbaje).
Los temas difieren del canon de la época: «María de Zayas, por ejemplo (que cultivó fundamentalmente la novela y de la que sólo se conserva una obra dramática titulada La traición en la amistad), dibuja un grupo de personajes en el que las mujeres aman libremente a los hombres, dejándose llevar por sus pasiones, sin cortapisas. De Zayas, feminista avant la lettre, defensora del acceso de las mujeres a la educación, escribió:
«¿Qué razón hay para que los hombres presuman de ser sabios y que nosotras no podamos serlo? Esto no tiene a mi parecer más respuesta que su impiedad o tiranía en encerrarnos y no darnos maestros; y así la verdadera causa de no ser las mujeres doctas no es defecto del caudal, sino falta de aplicación, porque si en nuestra crianza como nos ponen el cambray en las almohadillas y los dibujos en el bastidor, nos dieran libros y preceptores, fuéramos tan aptas para los puestos y para las cátedras como los hombres y quizá más agudas».
La traición en la amistad se estrenó en 2004, dirigida por Mariano de Paco Serrano con Pepe Viyuela, Pedro Mari Sánchez, Carlos Seguí y Ainhoa Amestoy en el elenco. El texto plantea un juego de seducción y empoderamiento poco habitual en el teatro del Siglo de Oro, con las protagonistas haciendo bailar a su son a sus pretendientes. El talento de De Zayas no pasó inadvertido a sus contemporáneos. Lope de Vega la tuvo por «un genio raro y único» y Castillo Solórzano la calificó como «Sibila de Madrid».
Carmen Resino, decana de las autoras teatrales, pertenece a las pioneras de lo que, a comienzos de los noventa, Virtudes Serrano denominó El renacer de la dramaturgia femenina en España. Resino ya había iniciado su producción teatral en 1968 con la publicación de un drama histórico, El presidente. Suyas también son Ulises no vuelve, Pop y patatas fritas, La recepción, La boda y Las provechosas alianzas. «Me interesa mucho Carmen Resino, lo que de ella conozco revela un talento poco común. Es una considerable autora de teatro», dejó escrito Fernando Lázaro Carreter.
«Parecía que había un desierto, un vacío, en el que las mujeres no entraban. Estaba Ana Diosdado, que era realmente la que lograba estrenar; aparte de por su talento incuestionable, por su familia», evoca Resino. Para tratar de salvar los escollos, en 1986 Resino fundó, animada por la hispanista Patricia O’Connor, la Asociación de Dramaturgas Españolas, de la que fue primera presidenta. «El afán de la Asociación», rememora, «era promocionar la presencia de la mujer en todos los campos, pero fundamentalmente en la cultura y en el teatro. Éramos muy pocas». Esta Asociación de Dramaturgas Españolas fue el aldabonazo para que unos años después se creara la Asociación de Autores presidida por dramaturgos como Jesús Campos y Alberto Miralles que en la actualidad copan alrededor de 80 mujeres. «Al principio no nos hacían mucho caso. Hablaban de nosotras como de señoras que se aburren y en vez de tomar chocolate hablan de teatro. Indudablemente abrimos un cauce, hasta entonces los escritores no se habían asociado».
«Si esta materia de que nos componemos los hombres y las mujeres, ya sea una trabazón de fuego y barro, o ya una masa de espíritus y terrones, no tiene más nobleza en ellos que en nosotras; si es una misma la sangre, los sentidos, las potencias y los órganos por dónde se obran sus efectos, son unos mismos… porque las almas ni son hombres ni mujeres: ¿qué razón hay para que ellos sean sabios y presuman que nosotras no podemos serlo?». María de Zayas.
Carmen Resino, que lleva 50 años escribiendo con más de 50 textos a sus espaldas, opina que esa dificultad en aquella época venía motivada porque «el teatro requiere de más cosas que una simple novela. Una novela la escribes y tratas de encontrar editor pero el teatro requiere de intérpretes, escenógrafos, director… el teatro es un largo camino y requiere de una fortaleza, una insistencia, un estado de ánimo, una dedicación tal vez más intensa, más de patear las cosas y en aquellos años 60-70 la mujer estaba más centrada en la vida de hogar que hoy. El teatro requiere salir más a la palestra, requiere más militancia, esa es la palabra».
Resino opina que el mundo del teatro es muy difícil, pero no sólo para las mujeres: «Yo no he ido de víctima nunca. Estoy en contra del victimismo. No estoy de acuerdo con colegas mías que creen que se debe insistir por esa vía porque considero que puede volverse en nuestra contra. Cuando yo empezaba sí que había que luchar mucho porque, es verdad, esa igualdad no existía. Sí que tuvimos que luchar, gritar y patalear. Creo que ahora no es el momento de llorar sino de aprovechar las oportunidades que tenemos que son infinitamente más». Sabe que su planteamiento choca con el signo de los tiempos, pero no se arredra: «No estoy de acuerdo con ir pidiendo un puesto por ser mujer. Yo creo que eso nos devalúa como seres pensantes».
El dramaturgo y profesor de dramaturgia Alberto Conejero, uno de los autores de más éxito en la actualidad y que debutó en febrero como director, en el Teatro Valle-Inclán, con La geometría del trigo, considera que «veníamos de una situación de una gran injusticia. Esa falta de representación, esa ausencia de mujeres autoras, era una injusticia para ellas y un privilegio para nosotros». Para Conejero, el feminismo es sobre todo una oportunidad de multiplicar subjetividades: «El teatro precisamente lo que hace es anular la idea de género. Es el ser humano lo que debe prevalecer. Lo que no habría que reproducir serían lógicas binarias: un teatro de hombres y un teatro de mujeres; no, el teatro versa sobre seres humanos». «Precisamente cuando recogí el MAX por La piedra oscura«, rememora, «dije «quiero que si mi sobrina desea ser dramaturga tenga las mismas oportunidades y que viva las mismas dificultades que un compañero varón«.
Por su parte, Fermín Cabal, dramaturgo, vicepresidente SGAE y socio fundador de la Academia de las Artes Escénicas de España, vincula el vuelo de la mujer en el teatro español con la irrupción, en los ochenta, de la generación de los ’50. «Si bien anteriormente, actrices como Nuria Espert, Amalia de la Torre, María Asquerino, Julia Gutiérrez Caba o Lina Morgan ya llenaban las salas, la presencia de autoras se limitaba a nombres como Paloma Pedrero, María Luisa Cunillé, Yolanda García Serrano, Ana Diosdado…». «Y aunque hoy», añade, «podemos empezar a hablar de normalización, en la SGAE sólo el 16 % de los socios son mujeres». Con todo, y a su juicio, la paridad «no debe convertirse en una obligación, sino en un objetivo. La exigencia imperativa es un disparate. Debilita y además conduce a otra vejación que es esa obligación de que ‘tiene que haber mujeres como sea‘ y al final quedan como un poco en el fondo de la cesta, como si fueran de relleno. Cuando una mujer es competente, por derecho, debe estar».
Natalia Menéndez, actriz, directora, dramaturga y flamante nueva directora del Teatro Español y las Naves de Matadero, de Madrid, reconoce que fue difícil abrirse en la profesión, pese a ser hija de un actor. «De algún modo», explica, «me he sentido a prueba». En este sentido, recuerda un Don Juan Tenorio que dirigió en Alcalá de Henares, en la Huerta del Obispo, en el que «había que armar, alisar suelo, construir decorados…, y los técnicos me miraban como diciendo: «ésta, ni idea», pues bien, fue empezar a dar órdenes, de forma pertinente, y ganarme el respeto».
«Que cuando yo no haya conseguido más que a atreverme a hacerlo, fuera bastante mortificación para un varón tan de todas maneras insigne; que no es ligero castigo a quien creyó que no habría hombre que se atreviese a responderle, ver que se atreve una mujer ignorante, en quien es tan ajeno este género de estudio, y tan distante de su sexo». Carta Atenagórica. Sor Juana Inés de la Cruz.
Al hilo de este fragmento de Sor Juana Inés de la Cruz (Crisis de un sermón o Carta Atenagórica) valga este apunte de Diana de Paco en En primera persona: cuatro voces de la dramaturgia femenina actual: «Es necesario abordar los temas relativos a la mujer y a nuestra situación en la sociedad actual. En el ensayo de Chimamanda Ngozi Adichie leemos: «Todos deberíamos ser feministas, si hacemos algo una y otra vez, acaba siendo normal. Si vemos la misma cosa una y otra vez, acaba siendo normal». El silencio contribuye a esa consideración de ‘normalidad‘ de la que es necesario huir, y el teatro es un medio extraordinario para romper con ese silencio y denunciar a través de las historias dramatizadas las injusticias y las desigualdades que se dieron y que se siguen dando. El teatro puede servir para romper la idea de que «eso ya no pasa» porque no se ve, porque no se escucha. Para combatir contra ello, todos deberíamos ser feministas».
De Paco, profesora titular de griego en la Universidad de Murcia y dramaturga, está volcada en la remitificación de las mujeres clásicas. Como recoge en su libro Casandras en el que se oye claramente la voz liberada de la mujer: «Las autoras estamos conquistando un espacio propio dentro del panorama teatral que había sido silenciado o ignorado a lo largo de la historia y que cada vez es más significativo. La reivindicación de este espacio en las publicaciones teatrales de autoras contemporáneas –gracias a la labor de editoriales dedicadas al teatro que, cada vez más, se interesan por nuestras obras– se ha unido, a su vez, a la mayor presencia de nuestras obras en los escenarios, gracias a los logros que vienen impulsados por el enérgico esfuerzo realizado por las autoras, las críticas y las estudiosas a lo largo del siglo XX y, en especial, a partir de la llegada de la democracia, desde la década de los 80».
Tal como concluye Virtudes Serrano, «desde el Siglo de Oro la mujer ha explicado sus realidades a través de la expresión literaria en cualquiera de sus manifestaciones. El teatro, pues, no podía estar excluido y no lo ha estado nunca en lo referente a la creación, aunque, es cierto que, cuando ha resultado más visible, ha sido desde las dos últimas décadas del siglo XX, cuando las libertades comenzaron a ser efectivas en todos los ámbitos de la vida social. El esfuerzo que en los años ’80 del pasado siglo hicieron autoras, directoras, técnicas, por ocupar su espacio en el teatro ha dado como consecuencia la normalización de su presencia, de su conocimiento y de su reconocimiento en la actualidad».