Soy tan poco previsible que a veces y sin saber por qué, me da por poner orden no en mi vida que poco arreglo tiene, pero si en esos cajones de los armarios en los que se van amontonando objetos imposibles, y que sin embargo nadie repara en ellos hasta que lo haces por aburrimiento como yo hoy. Fijaros como ha sido este arrebato mío que cuando he querido darme cuenta, un montón de trastos inundaban el suelo de mi habitación: cuadernos, bolis que no pintan, más cuadernos, viejas agendas, entre ellas una moleskine del 2003, cartas de algún novio, un guante desparejado, una película de Gary Cooper.
Lo peor es que después de hacer limpieza, de tirar un montón de cosas, de recordar otras tantas porque hay que ver la cantidad de recuerdos que se almacenan junto con los objetos en un armario, tenía la sensación de que ya nada volvía a encajar. Los cuadernos ya no cabían en los cajones donde antes estaban, las cajas de cartón con mil y un abalorios que reposaban en un estante, parecían haberse vuelto locas y las cartas de ese antiguo novio que nunca me escribió se multiplicaban. Después de muchas filigranas y cuando creía tener acopladas las piezas como un puzle, otras tantas cosas han aparecido en una bolsa: objetos con vida propia, imprescindibles en su inutilidad, que parecían estar burlándose de mí como siempre.
Cualquier otra persona hubiera aprovechado la ocasión para deshacerse de todo lo sobrante sin miramientos, pero no, yo no soy de esas. Así que vuelta a empezar, esta vez sin hacerme demasiadas preguntas: los cuadernos, la moleskine del 2003, los abalorios, hasta los recuerdos ya deslucidos de nuevo rodando por el suelo. También mi poca paciencia desafiándome como esos duelos de vaqueros en los que solo ha de quedar uno, el más fuerte. Y en medio de esta lucha inútil, me pregunto si no sería más feliz, con cuatro cuadernos y un par de libros en vez de con este arsenal de trastos inútiles; pregunta que me hago mientras con resignación aprovecho para buscar el guante desparejado y como era de esperar no solo no tengo respuesta, es que además ya no encuentro ni siquiera el otro.
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Fotografía: Gary Cooper y Grace Kelly en Solo ante el peligro.