Si hubiera sido invierno, la tarde ya habría anochecido. Pero el verano espera en la sacristía y en esta esquina de la Península Ibérica donde está situada Compostela tardará en oscurecer porque lo hace sin prisa. Santiago está a 426 kilómetros de Salamanca, que es donde Pablo encontró la fotografía. Fíjese en el escudo de la alcantarilla. No tenía claro de qué escribir y aunque –con honestidad– hoy he tenido tiempo para repensarlo, he dedicado buena parte del jueves a dormir. O dormitar. Podría echarle la culpa a los antihistamínicos. Hacia el mediodía, la andorrana ya me había preguntado: «Joven, ¿mi bitácora?». Le he ido dando vueltas en duermevela. Escribir (bien) no es nada fácil. Últimamente no suelo quedar satisfecho al poner el punto y final, ni aunque el tema del que escriba me interese. Supongo que, algunos días, se escribe para sobrevivir. Una semana tengo que dedicarle el post a mi abuela, a la que siempre he llamado yaya. Leila lo hizo ayer en El País: «Era como papel de arroz aquella piel que, hasta entonces, yo sólo había mirado, sin tocarla».