Eco, de Carlos Frontera, es una magnífica novela finalista del Premio Chambery 2022 de Primera Novela. Mientras la leía anoté en mi diario que era como si Kafka hubiera escrito El libro del desasosiego. Puede uno hacerse una idea de que si la adaptan al cine no la va a protagonizar Sandra Bullock. En ella ofrece un curioso argumento en contra de la existencia de Dios, o a favor de su inexistencia:
De todos aquellos argumentos, de todo aquel trajín discursivo, nada más convincente que el cuerpo. Lo cósmico me abrumaba. Me sobrepasaba. Excedía mi capacidad de entendimiento. El cuerpo, sin embargo, me ofrecía una prueba tangible, abarcable, de la inexistencia de Dios
Y digo curiosa porque en sus Recuerdos de mi vida, Ramón y Cajal confiesa que la maravilla del mecanismo del ojo le hizo dudar de su ‘fe darwinista’, es decir, le ocurre (más o menos) lo contrario que a Carlos Frontera:
El tema me cautivó siempre, porque, en mi sentir, la vida no alcanzó jamás a forjar máquina de tan sutil artificio y tan perfectamente adecuada a un fin como el aparato visual. Por raro caso, además, la naturaleza se ha dignado emplear aquí resortes físicos accesibles a nuestro entendimiento. Ni debo ocultar que en el estudio de dicha membrana sentí por primera vez flaquear mi fe darwinista (hipótesis de la selección natural), abrumado y confundido por el soberano ingenio constructor que campea, no sólo en la retina y aparato dióptrico de los vertebrados, sino hasta en el ojo del más ruin de los insectos.
El propio Darwin, en El origen de las especies, reconoce la fuerza del argumento, justo antes de refutarlo, eso sí:
Parece completamente absurdo –lo confieso abiertamente– suponer que el ojo, con sus inimitables mecanismos para enfocar a diferentes distancias, admitir diversas cantidades de luz y corregir la refracción esférica y cromática, pudiera haberse formado por selección natural
A mí me encanta que haya argumentos a favor y en contra de la misma cosa, me dejo convencer por ambos como me descuide.