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Sociedad del espectáculoArteEder Castillo. El Guggenheim hinchable

Eder Castillo. El Guggenheim hinchable

 

En los años 70-80, México vio cómo se ampliaba su caudal económico y la corriente desembocó en optimismo. Propició el surgimiento de movimientos artísticos alternativos muy interesantes, como La Quiñonera, Temístocles 44 o La Panadería. No porque hubiera una inyección presupuestaria directa, sino porque los jóvenes podían dedicarse a otra cosa que no fuera sobrevivir. Del amateurismo pasamos a una legitimación del arte contemporáneo conceptual, a la aparición de un circuito exclusivo, un tejido de galerías privadas, de un apoyo público, que generó el etilismo elitista de los 90, la borrachera expositiva. En el Museo Universitario de Arte Contemporáneo se puede visitar estos días la macedonia artística Antes de la resaca, una revisión del arte de los noventa. Gabriel Orozco, Melanie Smith o Francis Alÿs abriéndose camino en medio de la pista de baile.

 

Ahora toca el dolor de cabeza, facturas, llamadas de teléfono. No estoy de acuerdo. La fiesta continúa. México (68 galerías y 109 centros públicos) es referencia en el arte contemporáneo americano, junto con Brasil (168 galerías y 77 centros) y Argentina (134 galerías y 64 centros). El ecosistema artístico es amplio y activo. Por una vez y en un área, no tienen nada que envidiar a los Estados Unidos. Ya no son sub-América, lo que hay debajo del río Bravo, el país que celebra la declaración de independencia mientras oculta una pila de declaraciones de dependencia. Una de las mayores impotencias de América, adicta al Viagra que le malvendía primero Europa, y luego Estados Unidos. Lo reitero, la fiesta continúa. Pero es una fiesta a puerta cerrada, con un portero culturista (con antecedentes penales) a cada lado. Los elegidos dan  vueltas sobre el confeti, derraman el champán de sus copas, balbucean en un idioma propio mientras fuera, otros hacen cola, se mueren de frío, especulando sobre sus pocas opciones de entrar.

 

Eder has left the building. Eder Castillo tira su copa y abandona la fiesta. Tiene trabajo que hacer: Acercar el arte allí donde no se acerca ni la policía. Es un artista social, en todos los sentidos. Le gusta hablar, explicar su visión, pero sin garabatos intelectuales. Habla porque tiene un discurso coherente, no como muchos artistas autistas, que esconden sus dislocaciones conceptuales. Habla también con las manos, que forman estructuras en el aire que él se queda mirando, como si realmente viera algo material, en tres dimensiones. Porque es lo que hace, construye de la nada edificios de libre acceso. En la fiesta la música estaba tan alta que no se le escuchaba.

 

Y si hace falta agarra un altavoz y sale a la calle. Nos citamos en Tlalpan, una de las periféricas delegaciones de México DF, en la que se amontona casi el 21% de la población. Concretamente en la colonia Mesa de los Hornos. Ese nombre viene de la industria que había en la zona, no del hecho de que hace un mes apareciera una mujer asesinada y quemada. Es un barrio con un alto índice de paro, de delincuencia y de vagancia. Centro de narcomenudeo. Y que por supuesto, carece de infraestructura cultural. Una asociación local ha decidido traerse al barrio una obra del artista Eder Castillo, llamada el GuggenSITO.

 

En medio de la calle veo instalada una estructura hinchable pintarrajeada, medio hundida, rellena de niños que cumplen estrictamente su cometido:  saltar, reír, jugar dentro del castillo de aire. Huele a queso y plástico. Se desinfla por un lado. Se va deslizando por la calle de cuando en cuando, entre todos mandamos bajar a los niños y subimos un poco el GuggenSITO. Aparece un agujero en el tejado. Eder se ríe. Está en las últimas; la recreación hinchable del Guggenheim de Bilbao lleva varios meses visitando diversos barrios de la periferia del DF y otras ciudades de México. Ni el de verdad soportaría tanto niño saltando dentro. Asociaciones locales han leído en el periódico la existencia del GuggenSITO y lo quieren llevar a su barrio para facilitar algo de diversión a los más pequeños, y seguramente también para ver si salen en algún medio y vuelven a ser visibles, aunque sea durante un día. A la prensa lo que le llama la atención es la referencia irónica al importante museo, el sarcasmo, no su funcionalidad real. Eder lleva su obra y la instala, y junto con la asociación, ofrece una serie de actividades lúdicas para los niños, todas de carácter artístico. No gana dinero con ello. Entiendo sus proyectos como bidireccionales, por un lado quiere acercar la obra a la gente más desfavorecida, y proponer una actividad participativa con ellos. Por otro, sus instalaciones tienen un concepto artístico dirigido a un espectador más especializado. Su arte es para todos. Incluso la explicación de porqué lo ha llamado así tiene un doble sentido; “por un lado hace alusión a su contraparte real, el Guggenheim de Bilbao, y por otro se refiere al diminutivo sito; no es solo por su miniatura ante el original, si no que alude al sitio, al trabajo site specific”. Intentaré dar algunas claves para diseccionar ambos propósitos.

 

A finales del siglo XIX, en el número 2 de Wall Street vivían dos hermanos de apellido Guggenheim: Daniel y Simon. Ambos obtenían concesiones mineras directamente desde el despacho del gobierno mexicano de Porfírio Díaz. Los Guggenheim eran revolucionarios que, como Zapata y Villa, entraron en palacio. Revolucionarios de la Segunda Revolución Industrial. Con su empresa, American Smelting and Refining Company, se llevaron a cucharadas soperas el mineral mexicano. Solomon Guggenheim comenzó así su gigantesco monopolio, extrayendo cobre, plomo y oro. Luego se volvió un adicto al altruismo mercantil, con fundaciones y obras de caridad, y fraguando una de las colecciones de arte más importantes del mundo.

 

Que me permitan los feligreses del revisionismo histérico una mirada atrás para enmarcar la obra del GuggenSITO. Mil años después de aquello, nos trasladamos a otro despacho. En este se decide si Guadalajara va a destinar una suma millonaria de su presupuesto para construir un Museo Guggenheim en su ciudad. Finalmente y tras muchos cafés americanos, México desestima la llegada de la cadena estadounidense.

 

Tlalpan no entraba en los planes de los políticos para alojar un Guggenheim. Puede que incluso Mesa de los Hornos haya sido borrado de google earth, que es peor que ser borrado del planeta. En ese barrio hay una ausencia de ofertas culturales o lúdicas. Tampoco una iniciativa, pública o privada, para facilitar el acceso de los vecinos a la cultura, aunque sea ponerles un colectivo con dirección al centro.

 

Eder Castillo quiere invertir la situación, construye un Guggenheim de juguete y lo lleva al barrio, con el objetivo de divertir, sensibilizar y educar. Se dirige, altavoz en mano, a los niños y niñas que rebotan contra las paredes del museo. Les explica qué es el GuggenSITO, qué significado tiene, cuáles su reivindicación. Puede que alguno de esos niños tenga más curiosidad y decida aprender más sobre el arte, o simplemente, quiera algún día visitar un museo de cemento y hormigón. Muchos de esos niños nunca han ido a uno. Gracias al GuggenSITO ya saben que los museos no muerden, aunque no sé si podrán saltar como ardillas epilépticas en el Museo de Arte Moderno de Nueva York.

 

El Guggenheim transformó una ciudad industrial como Bilbao en un destino cultural y turístico. Ha llevado a España a artistas que nunca habían expuesto en ese país, con muestras interesantes y una serie de actividades paralelas atractivas. Pero vamos más allá. ¿Cuántos millones de euros han sido invertidos? ¿Debemos pensar en cuántas otras cosas se podrían haber hecho? ¿Reivindicamos el acceso libre a la cultura y cobramos 11 euros por entrada? Hablamos del contenido pero también del continente. ¿La firma Frank Gehry justifica el desembolso en una obra arquitectónica? No muy lejos del museo plateado, en el barrio de San Francisco, encontramos otra exhibición bien distinta: prostitución ilegal, drogas, tráfico de armas… ¿Es ético el derroche presupuestario del Guggenheim mientras un barrio céntrico necesita urgentemente mejoras? No caigamos en la demagogia, pero estamos obligados a reivindicar una alternativa cultural sostenible, que ponga el acento en lo local y que sea para todos. Ambas estrategias son compatibles. Le pregunto a Eder Castillo si no le hubiera gustado que el Guggenheim hubiese recalado en México: “No sé, tal vez sí. Aún sigo analizando el nuevo Museo Soumaya de la Fundación Carlos Slim, una cosa a la vez”. Y tiene razón. Se refiere a una colección de arte perpetrada por el hombre más rico del mundo. Una antología de obras de dudosa autoría diseñada con una incoherencia ejemplar.

 

Aparece otro agujero en la fachada del Guggenheim. Entre tres o cuatro personas hacen un nudo y solucionan el problema. Pregunto a Eder con muy mala intención si no le hubiera gustado que su instalación tuviera una mejor factura: “Llegara el momento que sea imposible parcharle más, ahí es donde surgiría la pregunta de realizar un nuevo GuggenSITO, ¿Quién lo financia? ¿Cuántos llegarían a ser? ¿Es una serie? ¿Es como Wall-Mart o la Fundación Guggenheim? ¿Es una franquicia?”.

 

Lo que nos sugiere Castillo es que reflexionemos a través del simulacro. Fue comisario de la obra Harina y epazote, de Roberto de la Torre. Otro artista comprometido y valiente. Su idea fue convertir el espacio Ex Teresa, un templo transformado en sala de exposiciones que se encuentra a unos metros del Zócalo, en una fábrica real. Durante tres meses varios trabajadores plantaron, cultivaron, recolectaron y procesaron harina y epazote (una especia destinada a condimentar platos mexicanos). Estéticamente nada se diferenciaba de un laboratorio clandestino de cocaína y marihuana. Todo ello al lado de la catedral y de la gran plaza, en el año del centenario y del bicentenario. Un simulacro que estimuló una discusión hiperrealista.

 

Ya no como curador, sino como autor, también se lo pasó padre cuando reconstruyó la carnicería familiar al completo, y la dotó de contenido artístico y cárnico.

 

A los críticos nos ataca un extraño picor cuando tenemos que analizar una obra como el GuggenSITO. Se nos queda corto el diccionario de sinónimos para calificar las obras que interactúan con el espectador, cuya principal finalidad es ser divertidas. La culpa la tienen exposiciones de grandes museos con vocación de parques temáticos, cuya misión es succionar espectadores y no plantear experiencias expositivas de calidad. Pero ni una cosa, ni la otra. 

 

Deberían castigar con dos minutos en el banquillo a los cuidadores de sala que llaman la atención de los espectadores que se ríen ante una obra de arte, sobre todo cuando el objetivo de esa obra es precisamente hacer reír. Muchas veces en un museo uno no encuentra diferencia entre el espectador y la escultura. El arte puede ser divertido. Poseído por el espíritu de Allan Kaprow, ejerceré de des-crítico. Kaprow comete apología del juego en su escrito La educación del des-artista. Según expone, el des-artista ha de librarse del cordón umbilical que le une al útero del arte contemporáneo, “en su nuevo papel como educadores, todo lo que tienen que hacer es jugar como antes lo hacían bajo la bandera del arte, pero entre aquellos a los que no les interesa dicha enseña. Gradualmente, el pedigrí del arte irá cayendo en la irrelevancia”.

 

Action painting: Los espectadores amateurs firman el plástico del museo, dibujan escenas obscenas, escriben palabrotas con rotuladores. También hacen dibujos en folios que luego serán expuestos en el interior del hinchable. Están sintiendo lo que es ser espectador y artista en un mismo día. Sin dejar de ser niños. Eder Castillo se va a comer a una taquería de la zona con los miembros de la asociación local mientras ellos siguen dando vueltas dentro del museo. Se ve que el catering no llega.

 

 

 

Juan José Santos es periodista y crítico de arte español. Colabora con revistas especializadas en arte contemporáneo como Lápiz y Artpulse. www.juanjosantos.com

En Twitter: @andyjuanjol 

 

 


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