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BrújulaEducación o violencia. La escuela rural colombiana

Educación o violencia. La escuela rural colombiana

“Actualmente, hay 17881 establecimientos educativos y 53062 sedes en total, y el 67,3% de estas sedes se encuentran en áreas rurales” (pág. 193)

 

El libro colombiano Educar en territorios rurales. Escuela, conflicto y formación fue publicado por la Universidad del Rosario en 2023. Fabiola Cabra Torres es la editora académica. Los artículos son de la propia Cabra Torres, Óscar Julián Cuesta Moreno, Luz Marina Lara Salcedo, John Jairo Mateus Arbeláez, Clara Inés González Rodríguez, Yolanda Castro Robles, Piedad Cecilia Ortega Valencia, Adriana Patricia Mendoza Báez, Solman Yamile Díaz Ossa y Rosio González Sandoval.

Los textos académicos que componen el libro dan una idea de qué es hoy la educación rural y la escuela rural colombianas. Entendemos por educación el proceso diseñado para el desarrollo integral de la niña dentro de una comunidad, entendemos por escuela el espacio y el tiempo diseñados para que ese proceso se dé. Para entender el presente, algunos autores mencionan algunas políticas públicas del pasado que condujeron hasta iniciativas actuales como el Plan Especial de Educación Rural (PEER) –nacido tras los Acuerdos de la Habana entre el Gobierno de Colombia y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) de 2016– y el Programa Nacional de Educación para la Paz (EDUCAPAZ). ¿Por qué esta insistencia en la paz como punto de fuga de la educación? El camino de la educación colombiana se ha trazado sobre una estructura social piramidal rígida y exacerbada que causa una desigualdad enorme –con una reducción mínima en las décadas recientes según el índice Gini–. La tensión producida por la brecha social-económica ha provocado momentos históricos de gran violencia que afectaron a la educación rural, incluso la cooptaron o anularon. Mateus Arbeláez y Mendoza Báez señalan: “la negación del derecho a la propiedad, que es el detonante del conflicto en el país, está vinculada a la negación de un conjunto de derechos, entre los cuales se encuentra la educación” (pág. 153). Un territorio sin escuela pública no tiene futuro. Por eso, el libro tiene una actitud crítica y vigilante con los conceptos epistemológicos “educación” y “ruralidad” para luego describir la escuela rural deseada como un lugar de paz y respeto basada en los derechos de los estudiantes, los maestros y la comunidad.

El conflicto armado está presente en todo el libro porque la violencia altera la educación local: se silencian o modifican contenidos, se impide la presencia de ciertos perfiles profesionales, se trastocan los saberes ancestrales, etcétera. Parra Sandoval, uno de los principales historiadores de la educación colombiana –citado varias veces en libro–, se preguntó: ¿la escuela colombiana forma ciudadanos para la paz o para la cultura de la violencia? ¿La educación reproduce patrones de comportamiento donde la violencia es la manera de construir proyectos de vida? ¿O la educación nos enseña a transformarnos juntos para vivir en paz? El libro casi no habla de educación rural en territorios en calma. Cuando sí lo hace, señala la permanente escasez de recursos en unas políticas nacionales que rara vez dialogan con las políticas locales. Ese diálogo roto provoca la descontextualización de contenidos y de métodos pedagógicos o administrativos. La educación rural y sus infraestructuras escolares, que a menudo son las construcciones principales de la localidad, tienen que articular la vida comunitaria, cohesionar puntos de vista distintos con tranquilidad y, gracias al papel mediador de los maestros, entretejer lo local, lo territorial, lo nacional y lo universal. Por un lado, los estudiantes son protagonistas de la endoculturación que los integra en su comunidad –siempre impura, pues toda comunidad es fruto de la transculturación–. Por otro lado, la educación entrena a los estudiantes en habilidades y competencias que les permitirá aventurarse en el mundo –cercano y lejano–, observar, describir y mejorarlo para el bien común. Así debería ser.

Me llama la atención este párrafo de Mateus Arbeláez y Mendoza Báez: “En respuesta a las primeras propuestas del Ministerio de Educación (MEN) para un Plan Especial de Educación Rural (PEER), incluido como parte de las acciones de apoyo a los Acuerdos de Paz, la Mesa Nacional de Educaciones Rurales (MNER) señala deficiencias en la comprensión por parte del MEN. En particular, el MEN concibe que la educación rural debe centrarse principalmente en el niño y la niña. Sin embargo, la MNER promueve una perspectiva donde la comunidad sea el eje central de la educación rural” (pág. 161). Estas palabras me recuerdan a lo que el pedagogo Gert Biesta dice, por ejemplo en Redescubrir la enseñanza de 2022: el currículum tiene que estar centrado en el mundo y no en el niño, los maestros crean las situaciones para que los estudiantes descubran, nombren y transformen su sociedad. También me recuerda a lo que el maestro uruguayo Jesualdo Sosa dijo hace casi cien años cuando defendió una escuela rural latinoamericana “situada” que educara ciudadanos conscientes del porqué de su comunidad, con espíritu crítico para mejorar las condiciones de vida personales y colectivas, responsables del devenir de su país y del mundo. Y hace doscientos años Simón Rodríguez, que fue maestro y amigo de Simón Bolívar, trabajó toda su vida por una educación de calidad para todas las niñas y niños sin distinción social alguna. Pero sus ideas no tuvieron eco en la sociedad de su tiempo. La Historia nos enseña que la educación y la violencia no caben en la misma escuela.

Educar en territorios rurales. Escuela, conflicto y formación. Fabiola cabra Torres (editora académica). Universidad del Rosario, 2023.

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