La educación está de actualidad. Y no sólo por los recortes económicos que se ciernen sobre ella, por las huelgas o por su innoble y frecuente empleo como arma política, sino porque todos sabemos que una educación distinta y de calidad será lo único que conjure la insoportable mezcla de desfalco global, conformismo tontaina, injusticia y desesperación que infecta el mundo actual.
Pensar y hablar sobre educación inocula aire fresco en un presente enrarecido. La educación implica proyectarse hacia el futuro y por eso es una buena aliada de la esperanza. Luchar por una educación mejor es luchar por un futuro preferible. Intentar liberarla del lastre y la inercia de las instituciones oficiales ha sido, desde el s. XIX una constante del pensamiento más innovador y creativo. Desde el famoso Nunca he dejado que la escuela interfiera con mi educación de Mark Twain a los actuales alegatos de Sir Ken Robinson sobre cómo la escuela destruye la creatividad, pasando por las experiencias de Deleuze y los situacionistas en Mayo del 68 o la universidad popular de Michel Onfray en Normandía, una infinidad de ateneos, círculos y comunidades filosóficas han luchado por producir e intercambiar conocimiento abierto y libre de guardianes, que rompiera moldes y huyese de lugares comunes. Hoy, dentro de la cultura digital, esos procesos pueden llevarse a cabo con una rapidez y eficacia impensables hace pocos años.
El 25 de mayo de 2008, Jim Groom, un profesor de universidad estadounidense, experto en tecnología educativa, acuñó en su blog el término edupunk para definir un nuevo tipo de enseñanza abierta y colaborativa, alejada del poder de instituciones y empresas, con un fuerte componente político, utópico y radical, y basada en comunidades horizontales de intercambio y participación, empoderadas por las nuevas herramientas digitales. El término se extendió rápidamente por la Red y sirvió para recoger las inquietudes de muchos docentes -y alumnos- disconformes con los sistemas de enseñanza oficiales a la hora de transmitir la complejidad y necesidades del mundo actual. Hoy, tres años después, es fácil reconocer su influencia en muchísimas iniciativas civiles de transmisión de conocimiento y de reflexión sobre el futuro de la pedagogía (en España, Edumeet, Master DIWO o el Laboratorio del Procomún, serían sólo tres excelentes ejemplos, pero hay muchos más). La buena noticia es que la genética edupunk está ya contaminando muchas instituciones oficiales de enseñanza y que cada vez mayor número de expertos en innovación educativa la defienden. Quizás haya influido la crisis económica global y la posibilidad de un futuro tan injusto y estúpido como peligroso, pero parece inevitable una aceptación urgente del fracaso de las pedagogías que nos han traído hasta aquí y una reivindicación de nuevos modelos educativos de mayor calado social, ético y participativo.
Para aportar su pequeño grano de arena, FronteraD decidió clausurar el Foro de Diálogo RSC-Procomún celebrado el pasado mes de mayo en Madrid, con una sesión dedicada a la educación en responsabilidad social. Allí estuvieron el filósofo y escritor José Antonio Marina, Tíscar Lara (EOI), José de la Peña (Fundación Telefónica), Marcos García (Medialab Prado), Max Oliva (HUB Madrid, IE), Marta de la Cuesta (UNED) y Mª Jesús Casals (UCM). Si no lo han hecho ya, les recomiendo encarecidamente la lectura de sus espléndidas aportaciones, de las cuales este post no es más que un mero prólogo.
Los que anden por Madrid el próximo jueves 29, tienen la oportunidad de pasar una buena tarde edupunk. De 17 a 20 h se reúne en Medialab-Prado el Laboratorio del Procomún, y a las 20:30, en el Campo de la Cebada, un nueva sesión #edumeet.