Egipto es la nación árabe históricamente de más peso y prestigio, la que ha jugado el papel más importante en la crisis de Oriente Medio y la que tiene relaciones diplomáticas con Israel. Viene siendo gobernada autoritariamente desde hace 29 años por Hosni Mubarak, un militar que accedió al poder cuando su predecesor, Sadat, fue asesinado en la tribuna principal en un importante desfile militar por islamistas fanáticos encolerizados por la apertura a Israel y el papel de Sadat en el proceso de paz.
Muy preocupado con cuestiones de seguridad, Mubarak, que era vicepresidente, fue herido el día del asesinato de Sadat y ha sufrido algún atentado. El presidente egipcio ha venido gobernando con la Ley de Emergencia que le da considerables poderes para encarcelar a disidentes políticos, limita la libertad de reunión y expresión, etc. Durante años, las elecciones han tenido bastante de paripé. En el 2005, el americano George W. Bush, embarcado en su campaña de democratización de Oriente Medio e irritado por la oposición de Mubarak a la guerra de Irak, forzó al mandatario egipcio (Israel y Egipto son tradicionalmente los mayores receptores de ayuda americana del mundo) a celebrar elecciones con diversos partidos en liza. Aunque más abiertas que en el pasado, las elecciones fueron ganadas por Mubarak con el 88´6 % de los votos. No faltaron abundantes denuncias de irregularidades. Ese mismo año las legislativas trajeron una soprresa: Los Hermanos Musulmanes, un grupo ideológicamente extremista que había renunciado a la violencia, obtuvo 88 escaños, una quinta parte del total.
La novedad que hace a Egipto noticioso es que Mubarak ha sido recientemente intervenido en Alemania por problemas en la vesícula. Tiene 81 años y sus fotografías con aspecto demacrado, amén de la proximidad de las fechas de la próxima cita electoral, 2011, han disparado las especulaciones. ¿Se presentará de nuevo o él y los poderes fácticos pondrán en el tablero la candidatura de su hijo Gamal Mubarak? Gamal tiene 47 años, estudió en la Universidad Americana de El Cairo, donde sacaba muchos «aprobados», según un profesor de la época, y fue contratado posteriormente por el Bank of America para que trabajara en su sucursal de Londres. El hijo del presidente desempeña un cargo importante en el aparato del partido oficial y ha supervisado la reforma económica del país con recientes buenos resultados macroeconómicos. Una parte importante de la población, con todo, sigue teniendo una renta muy modesta.
Las conjeturas aumentan al haber saltado a la arena política Mohamed Al Baradei, premio Nobel de la Paz, y hasta hace poco director de la Agencia Internacional de Energía Atómica de la ONU. AlBaradei es una figura prestigiosa, no exenta de una cierta polémica. Se ganó la animosidad de Estados Unidos cuando dirigía la AIEA por su actitud opuesta a la guerra de Irak y sus interrogantes -nunca una abierta negativa-, sobre la existencia de las armas de destrucción masiva en manos de Sadam Hussein.
Superado el trance de Irak y convencido de que no hay que dar ningún pretexto a los intervencionistas de cualquier gobierno estadounidense, Al Baradei ha sido, según sus críticos, demasiado complaciente con la actual actitud de los dirigentes iraníes en relación al arma nuclear. No queriendo alentar a los halcones estadounidenses, habría ido siempre por detrás de los acontecimientos a la hora de denunciar las constantes dilaciones y añagazas de Teherán. Lo que no ocurre con su sucesor, el japonés Yukiya Amano.
La cuestión es que la independencia de Al Baradei y el plantarle cara a Washington siempre dan dividendos en el mundo árabe, y el político, que ha manifestado su intención de presentarse a las elecciones presidenciales si hay garantías, ha sido acogido a su regreso a Egipto con enorme expectación y no pocas simpatías. A la hora de hacer declaraciones, no se ha mordido la lengua. Afirma que el gobierno ha tratado de denigrarlo de forma ridícula, diciendo que tiene la nacionaliddad sueca y propalando que, en realidad, facilitó la invasión de Irak. Entre sus denuncias está la de que las reformas económicas no han llegado al pueblo, y que «la brecha entre los ricos y los pobres se ha agrandado dramáticamente». Sus quejas sobre el control gubernamental de la prensa son constantes. Hala Mustapha, un catedrático egipcio, sostiene que el atractivo de Al Baradei es considerable, pero que su intento de desplazar a la dinastía Mubarak puede que sea irrealista.
El primer escollo para el aspirante es legal: La Constitución establece que cualquier candidato ha de reunir las firmas de 65 miembros de la Asamblea, 25 del Consejo Consultivo de la Shura y 10 de todas las asambleas municipales. El control del partido del gobierno, NDP, sobre estos órganos es considerable, por lo que no le será sencillo lograrlas. Al Baredei ha creado un partido, el Frente Nacional para el Cambio, cuyo primer objetivo es cambiar esa ley.
Los acontecimientos de Egipto serán seguidos con enorme atención en Estados Unidos. El país árabe es un aliado esencial -y sólo en ocasiones incómodo- de Washington en la zona.