Said Aly, director de «Al-Ahram» el periodico más importante de Egipto y que hasta hace escasas fechas era un decidido defensor de Mubarak, manifestaba hace pocas semanas que al régimen le quedaba cuerda para muchos años y añadía: «No es posible cambiar el sistema desde el exterior. A no ser que haya una gran revolución. Pero, en ese caso, ¿como terminará todo?»
El periodista erró en el primer pronóstico pero acertó de lleno en lo segundo. Ha habido una revolución interna y nadie sabe lo que va a ocurrir ahora. Los primeros pasos de las Fuerzas Armadas son prometedores. Aseguran que habra elecciones serias dentro de seis meses, han eliminado el estado de excepción y abolido la constitución. Promesas que si se concretan satisfacen lo que pedían las masas egipcias en la revuelta popular de 18 días que ha hecho caer un régimen de 30 años. Ahora vienen las dificultades, formación de uno o más grupos políticos que encarnen el espíritu de la plaza de Tahir, surgimiento de una prensa libre, redacción de una nueva constitución etc…No hay que mover la cabeza negativamente diciendo que los egipcios no están preparados para la democracia pero los desafíos que enfrenta el país son monumentales, una población unida en su deseo de ver caer a un Presidente que pretendia eternizarse en el poder pero poco rodada para la democracia y una situación económica delicada. El turismo, fuente importante de la economía, comenzará a regresar, pero el derrocamiento del Presidente no va a traer a corto plazo la prosperidad ni a ofrecerle empleo a los millones de jovenes parados. Si Túnez es un ejemplo, las perpectivas materiales no son halagueñas. En las semanas sigueintes al derribo de su Presidente ha aumentado el número de los que intentan entrar en Europa. Italia, ante la avalancha, ha pedido ayuda a la Unión Europea.
Otra incógnita de la reciente revolución es si va contagiarse a otros lugares. Aquí también los pronósticos son dispares, nadie tiene ninguna certeza. La manifestación de Argelia ha sido reducida pero no hay que olvidar que el gobierno había colocado 25,000 policías en las calles de Argel. Una cifra cinco veces superior a la de manifestantes. Libia, Yemen y Jordania son otros interrogantes. En la tierra de Guedaffi tambien crece la impresión de que el régimen no sólo es corrupto sino que desea perpetuarse a traves de la familia del pintoresco y autoritario líder. Lo impensable hace unos días ya no es totalmente descartable.
En Estados Unidos ha bajado un tanto el nerviosismo, pero sólo se ha reducido. La Administración de Obama ha sido un tanto cacofónica a lo largo de la crisis egipcia país al que conceden 1,500 millones de dólares al año y que controla el Canal de Suez. La cúpula de Washinton veía sin disgusto que Mubarak hiciera mutis por el foro pero había discrepancias visibles sobre el «timing». Hillary Clinton y el Departamento de Estado veían peligros en la salida brusca de Mubarak. De su lado, Obama, apoyado por el Vicepresidente Biden, parecía estar dispuesto a correr el riesgo por temor tanto a que la revolución se tornase violenta como a que las masas arabes identificaran a Estados Unidos con el apuntalamiento de un régimen corrupto en las últimas boqueadas. Finalmente, Obama aumentó sus presiones sobre Mubarak y los militares egipcios y su lenguaje fue más tajante dando a entender que el líder árabe era un estorbo y que su salida era beneficiosa.
Ahora hay que considerar si la cooperación americano-egipcia, sobre todo en el tema de seguridad, va a seguir siendo fructífera.También aqui hay interpretaciones. Hay quien deduce que las cosas ya no podrán ser como antes cuando Egipto era una fuente excepcional de información para Washington sobre los grupos terroristas de Oriente Medio, la actitud de Irán… Cualquier nuevo gobierno en El Cairo dificilemente podrá colaborar estrecha y reservadamente con los servicios estadounidenses sin que los nuevos actores políticos egipcios y la prensa empiecen a hacer preguntas incómodas. Otros dicen que los militares egipcios y el gobierno que emerja deben seguir siendo claros opositores de cualquier grupo terrorista. Su florecimiento sólo traería problemas al país. Por otra parte, se concluye que para la facción más temida, es decir para Al Queda, la llegada de una democracia a un gran país árabe es una pésima noticia. Que sus correligionarios adopten el sistema político de Occidente sólo puede ser visto, por los radicales de Al-Queda, como una maldición.