“Soldados. Desde lo alto de estas pirámides, 40 siglos nos contemplan”
Napoleón Bonaparte en la batalla de las Pirámides, 1798
“Egipto se salvará por la cultura”. Aún resonaban esas palabras que había hablado con Hamdi Zaki, exconsejero de Cultura y turismo de la embajada egipcia en España, hispanista y egiptólogo, en el comienzo de un viaje a Egipto. Era una invitación que no podía rechazar: un viaje por el Nilo, algo que había hecho pero que siempre se puede repetir, y el acceso al inconcluso aún nuevo Museo Nacional de Guiza, al lado de las pirámides. Este museo será el mayor del mundo dedicado a una civilización, cuando se termine, en 2022, aunque este año se piensa abrir parcialmente, con una exposición sobre Tutankamon. A pesar de que parece evidente que el nuevo gobierno egipcio apuesta por el turismo, la invitación al viaje de un escogido grupo de periodistas había sido realizada por una agencia de viajes, Sama Travel, y un operador chárter que ha vuelto a abrir la línea Madrid-Luxor-El Cairo. Una invitación generosa, con guías de lujo y la posibilidad de entrar en los laboratorios del nuevo museo.
Un viaje por Egipto es algo que rejuvenece, que ejerce un efecto tónico sobre el cuerpo y la mente. Ha descendido el turismo –cosa que autoridades y empresarios están empeñados en revertir– y sobre todo fuera de El Cairo, se pueden contemplar los templos con pocos turistas, excepción hecha de los casi siempre desagradables turistas chinos, que son capaces de pasar por encima de tu persona para fotografiar de extranjis cualquier jeroglífico o grabado en la pared. Hay, por tanto, más presión sobre los viajeros, pero nada que no se pueda solventar con tranquilidad, sonrisas, y rotundas negativas. Y para los amantes de la orfebrería, los perfumes o los papiros ahora es un buen momento, con la devaluación de la libra egipcia. En mi caso, lo que más me seducía, lo confieso, era hacer un viaje literario. De Agatha Christie, Lawrence Durrell, Naguib Mahfuz, Terenci Moix. Y de rememorar a viajeros y descubridores legendarios, como Howard Carter y Lord Carnavon. A mí, desde luego, me fascina más la figura de Hatshepsut, la gran faraona o Akenaton que la de su hijo Tutankamon (que tenía que haber sido Tutankaton y que parece que fue asesinado). Como la historia egipcia es tan enorme como fascinante, al final uno milita en las filas de un faraón, como máximo en alguna dinastía, pero intentar aprenderse esa historia es algo reservado a los apasionados y estudiosos. Uno de ellos es Nacho Ares, que viajaba en la misma expedición. Este egiptólogo y amante de lo egipcio viaja al país de los faraones varias veces al año. Ha escrito y seguirá escribiendo sobre algo que le llegó como una pasión, leyendo, precisamente a esos apasionados de Egipto de aquella época en la que se despertó el interés europeo, período que empezó con Napoleón y tuvo su punto importante en la construcción del canal de Suez, cuando vino a estos lares la emperatriz Eugenia de Montijo.
Según Nacho Ares aún no conocemos la mayoría de los restos arqueológicos de aquella civilización: “Sólo se ha descubierto un 20%. El resto está aún bajo las arenas del desierto”, dice seguro.
Bajo las arenas del desierto, protegidos por los djins o genios, como cree la gente. “Hay un mundo debajo del Corán, por ejemplo en todos los barrios del Cairo hay un curandero, un mago. Hay todavía una serie de creencias que alientan debajo de la religión oficial. La gente cree en la magia”.
Normal, pienso. Ya es bastante insólito, por no emplear otra vez la palabra mágico, este país, recorrido de sur a norte por el impresionante Nilo, el que daba la vida con sus crecidas, a cuyas orillas se arracimaban los cultivos, los pueblos, las aldeas. El viaje remontando el río hasta que es navegable es una experiencia que ningún viajero que se precie debería perderse. Templos, pueblos, cultivos, ciudades que se despliegan desde Luxor hasta la presa de Asuán. Es allí, en Asuán, ante unos tés en un café que se llama Omme Kolsoum, donde mantenemos esta conversación. Los dos, Nacho Ares y yo, compartimos gustos parecidos, entre ellos el de los sombreros Panamá. Poco a poco los egiptólogos empiezan a ser egipcios. Antes, tal y como comenta Ares, había más extranjeros con notables excepciones como Zahi Hawass. De todos, los que tienen mayor fama, por metódicos, son los alemanes.
“A mí me fascinó Egipto desde los 13 años, cuando leí la obra Dioses, tumbas y sabios sobre el descubrimiento de la tumba de Tutankamon. Desde que llegué por primera vez en los 90 me he enganchado a este país”. Para Ares la situación del país está mejor, con matices “se ven coches mucho mejores, los taxis tienen taxímetro, hay gente con perros, antes impensable”.
Aunque se sigan descubriendo cosas, muchas incluso de las descubiertas se han perdido, tal y como cuenta Nacho. “Esa egiptomanía, que viene de la antigüedad, no ha hecho más que empezar. Entre los desafíos para las nuevas tecnologías está la tumba de Alejandro Magno, la de Imhotep, que se convirtió en dios de la medicina, y esas extrañas cámaras que parecen existir dentro de las pirámides”.
Lejos de la historia, más bien en el presente, anoto algunas cifras y observaciones. En este país cuyo sueldo medio de un trabajador es 200 euros, y hay que desembolsar una verdadera fortuna para casarse, con dotes de oro, diamantes o un piso, se vive una locura del fútbol con el próximo mundial de Rusia donde están en el grupo con Rusia, Uruguay y Arabia Saudita. El fútbol es territorio neutral, y uno se sigue asombrando de que lleguen hasta allí las rivalidades de Madrid y Barcelona, que tienen a sus hinchas fanáticos.
A veces tiene uno la sensación de que todo está a punto de estallar, y que quizá la religión (islam significa resignación) hace que no salte todo. Los empleos son precarios y los sueldos bajos. Los novios jóvenes tardan años en poder juntar lo necesario para casarse. Al final se meten en un piso que quizá no está terminado de construir. Bueno, eso es también una constante en Egipto, igual que las cosas no se tiran, van a la terraza, donde conviven viejas lavadoras con todo tipo de artefactos. Tampoco las casas se acaban, ya que entonces tendrían que pagar un impuesto.
El guía, Salah Atris Abd Alah, de sobrenombre Saladino, uno de los guías más cultos y más enamorados de su profesión que conozco, habla de la presión sobre el campo. Ya nadie quiere dedicarse a la agricultura, y en las ciudades no hay empleos suficientes para todos, en un país con 24 millones de funcionarios sobre una población de 105 millones.
En Asuán tomamos una barca para ir a Garb Saheil, el pueblo nubio donde iba a escribir Terence Moix, en la primera catarata, un pueblo alegre, de casas de colores. Ya está entregado al turismo, con paseo con camellos, una calle principal donde se alinean las tiendas, que tienen desde vidrios con arena de colores hasta alfombras, pañuelos y, en fin, toda la parafernalia. Las casas son también negocio, pues están para mostrarse, bien guardadas desde luego a la entrada por una mascota que no es más ni menos que un cocodrilo. En ellas te sirven un té, dulces y quesos aderezados con cantos y danzas locales. Es un ambiente tranquilo y colorista, y la población tiene la piel más oscura.
En un paseo por el pueblo, unas mujeres nubias que nos siguen, intentando vendernos collares y pulseras, se enzarzan de pronto en una pelea verbal en la que, visto el tono y los gestos, se están diciendo de todo. Entra Saladino a apaciguarlas y descubre que el motivo de la acalorada riña es que una de las mujeres, familiar de la otra, no había ido al funeral de su marido, y no la había visitado, por lo que no se podía considerar amiga.
Y es que el sur es exagerado en todo, según cuenta Saladino. Las bodas duran cinco días, tres un funeral, la viuda lleva después un año entero el vestido negro y el luto. Un año sin hacer comida, alimentándose gracias a la familia y vecinos, con visita a la tumba un día a la semana, los jueves, dos horas, con familiares.
Un momento especial son las visitas a los santuarios, y no me refiero a los templos del Nilo, como Edfu o Kom Ombo, sino a los santuarios de escritores. En este caso, Agatha Christie y el Old Cataract, en Asuán. Ese hotel, colgado desde un promontorio con unas impresionantes vistas sobre el Nilo, la Isla Elefantina y el mausoleo del Aga Khan en la lejanía, era el sitio perfecto para la escritora inglesa. Qué menos que escribir una obra maestra cómo Muerte en el Nilo (1937), protagonizada por el inimitable Hércules Poirot que resuelve una serie de crímenes en un crucero fluvial. A las puertas del gran desierto nubio la novelista pasaba largas temporadas alojada en este palacio victoriano del siglo XIX con toques árabes, decorado de forma exquisita, y en el que se alojaron también personajes como Winston Churchill, el escritor Antoine de Saint-Exupéry o Howard Carter tras descubrir la tumba de Tutankamón.
El aroma de esos años se trasmite perfectamente, a pesar de las reformas, y desde su terraza y sus salones se recrea una época y una moda y una forma de contemplar la vida. Una puesta de sol desde su terraza le hace a uno ponerse en el lugar de esos privilegiados de la tierra que han pasado aquí largas temporadas. El hotel es de la cadena Sofitel y cuenta con la suite Agatha Christie, en su honor, donde escribía sus obras. Un lujo relativo, pues se puede conseguir habitación a partir de 200 euros la noche.
Hay otro tipo de lujo, como visitar Abu Simbel, y ver salir el sol por el desierto. Siempre me ha gustado esa parada en medio de la nada, al lado de la cinta del asfalto que nos lleva a los confines del país, muy cerca de la frontera con Sudán. Hay muchos Egiptos, y todos interesantes, el del alto y el bajo Egipto, por ejemplo, y ahí estoy de acuerdo con mi amigo Hamdi Zaki.
Una de las mejores cosas en estas visitas a templos, sobre todo si se hace a primera hora de la mañana o a última hora de la tarde, es recrear lo que pudo ocurrir muchas veces entre esos muros. Ver a la civilización egipcia desarrollarse ante tus ojos. Al fin y al cabo vieron las mismas piedras. Hay momentos de serenidad, como en la isla y templo de Filae, rodeados de agua represada del Nilo, que en sí mismos merecen todo un viaje. Egipto siempre sorprende, por mucho que lo conozcas. De eso he hablado con Hamdi.
Hamdi Zaki, él en sí mismo todo un personaje, considerado uno de los egipcios más influyentes del siglo XX. Lo cierto es que Hamdi ha conocido a mucha gente importante, y entre ellos a Naguib Mahfuz, al que entrevistó varias veces. Le tenía cogida la medida al harafish (sin callejones), la persona que tenía a gala pertenecer a una especie de bohemia egipcia. Cuando salieron los Versos satánicos de Salman Rushdie dijo que no había que quemar el libro, sino escribir otro, contestarle con otro libro. Y lo decía en un café al que solía ir a escribir un par de horas por la mañana, en la plaza Tahrir. Hoy, aparte del café Al Fishawy, en el turístico barrio de el Khalili, que le ha dedicado una habitación, también otros cafés míticos, como el Riche, en una calle que desemboca en la plaza, tiene el retrato de Mahfuz a gran tamaño entre los de los intelectuales egipcios. El Riche está muy cerca del restaurante Felfela, en el 15 de Sharia Hoda Shaarawi Street, que yo siempre recomiendo por sus especialidades cairotas. La salud de Mahfuz comenzó a decaer tras ser atacado en 1994 por extremistas islámicos, que le hirieron de gravedad en el cuello con un cuchillo al considerarlo blasfemo contra la religión musulmana. Fue catalogado como hereje y sentenciado a muerte, aunque su fallecimiento, en 2006, fue por varias complicaciones quirúrgicas tras entrar en el hospital por un golpe en la cabeza.
Hamdi es también un apasionado de Omar Sharif, al que España, desde luego, no le ha hecho un homenaje como se merece. Omar sabía cinco idiomas, entre ellos el español, que hablaba muy bien, había vivido en Madrid largas temporadas y rodó mucho en España. En la memoria de las promociones turísticas egipcias está un vídeo en el que Omar Shariff hablaba en francés, inglés, español y árabe como anfitrión de un país que siempre está por descubrir. Ahora Hamdi está empeñado en promocionar la ruta de la Sagrada Familia en Egipto, con un amigo común, Francisco Lara. De momento, han conseguido que un noble done una escultura de San Jorge, de Dalí, que se instalará por decisión del Papa de Alejandría en el barrio copto de El Cairo.
Pero si de alguien habla bien Hamdi, como el 99% de los egipcios, es de la figura de Gamal Adbel Nasser, el que devolvió al país el orgullo que había perdido desde la época de los ptolomeos. “Era un hombre formidable. Hizo una reforma agraria. Y nacionalizó el Canal, sabiendo que teníamos en nuestro suelo hasta 100.000 soldados británicos. Lo hizo por sorpresa. Los oficiales del ejército sabían que si él utilizaba la palabra Lesseps en un discurso tenían que ocupar el canal de Suez por sorpresa. Nasser lo dijo cinco veces. Al final de su discurso, que hablaba razonando como los campesinos, le pasaron una nota en la que confirmaban la toma. Si lo hubiera anunciado oficialmente los soldados británicos lo habrían impedido”. Luego Nasser superó muchas provocaciones, y hasta intentos de soborno por parte de Estados Unidos, y realizó una obra que a ojos actuales, aún se considera inmensa.
El canal de Suez es hoy el principal recurso económico de Egipto, al que le sigue el turismo, que tuvo en 2010, antes de la revolución de la plaza Tahrir, su mejor año, casi 15 millones de turistas. Hoy día, con seis millones, el reto es llegar a los diez millones en unos años.
También Saladino habla bien de Nasser, que hizo la presa de Asuán y concedió 4.200 metros cuadrados mínimos a cada campesino en una mítica reforma agraria. Lo cuenta el guía camino de las pirámides de Guiza y el nuevo museo, que vamos a tener el placer de visitar gracias a las gestiones de Hamdi Zaki con Mohamed Hassan Abdel Fattah, director de documentación del Consejo Supremo de Antigüedades de la República Árabe de Egipto.
En las pirámides Saladino cuenta los últimos avances en detección, con infrarrojos y rayos cósmicos, de zonas donde pueden ocultarse cámaras. Él ha participado en una de esas dos expediciones científicas, y habla con pasión de los misterios que puede desvelar. Luego, dentro de la pirámide de Keops, se va la luz, aunque ahora esa dificultad se solventa con la linterna de los móviles que se encienden por reflejo. Todos los turistas enarbolan sus modelos y hay risitas nerviosas. Una aventura en la pirámide.
Tras un par de vueltas con el autocar, porque tampoco se sabe cuál es la entrada, llegamos al museo. Es mediodía de un viernes. Antes de llegar a las pirámides de Guiza, en un gran solar custodiado por furgones policiales y una muralla de hormigón, las grúas y maquinaria de todo tipo se afanan en levantar el gran megamuseo egipcio. El edificio tiene forma de triángulo y se encuentra a dos kilómetros al oeste de las pirámides, cerca de un cambio de sentido. Los muros norte y sur de la edificación están alineados con las pirámides de Keops y Micerino. Enfrente hay una gran explanada con palmeras. La fachada frontal del monumental edificio es un muro de piedra traslúcido, de calcita, el famoso alabastro egipcio. La entrada principal dispondrá de un gran atrio, un espacio abierto donde se exhibirán las estatuas más imponentes.
Quince años de obras han duplicado el costo del proyecto hasta alcanzar 1.100 millones de dólares. Con una nueva dirección para evitar los escándalos, el Gran Museo Egipcio (GEM) pretende celebrar una inauguración parcial este año. Su director, Tarek Tawfik, ha reiterado en varias entrevistas que es un proyecto que realmente Egipto lo está llevando solo.
El GEM será el mayor museo arqueológico del mundo. La inauguración parcial está prevista para finales de 2018, después de las elecciones presidenciales previstas para agosto, y la inauguración total del complejo para 2022. Entre el museo y las famosas pirámides de Gizeh, separados por unos dos mil metros, está previsto que quede una zona sin obstáculos e incluso el club de tiro de las Fuerzas Armadas será eliminado.
En 2002 se colocó la piedra que fundaba el museo. Cerca de 10 millones de turistas visitaban Egipto, número que llegó a 15 millones en 2010, un año antes de la revolución de Tahrir, que espantó a los visitantes. Las revoluciones egipcias –en 2011 y la asonada militar en 2013–, así como atentados terroristas, han llevado a la industria del turismo egipcio a su límite. En ese tiempo también el museo ha tenido problemas con la empresa constructora, impagos, burocracia y crisis económica –se ha devaluado su moneda un 50 por ciento–, lo que ha supuesto más aplazamientos. El museo está a algo más del 60%: 490.000 metros cuadrados de obra, con unos edificios que se extenderán hasta los 168.000 metros cuadrados. Cuando se inaugure por completo dispondrá de un área de exhibición de 63.050 metros cuadrados, divididos en tres grandes galerías de paredes acristaladas con vistas a las pirámides. “El diseño arquitectónico es muy complejo, lo que convierte la construcción en muy difícil. No hay columnas, por ejemplo”, explican los técnicos, y desde luego el director del museo y su encargado de comunicación.
En este año está prevista la inauguración de las escaleras, flanqueadas por imponentes estatuas, como la del coloso recuperada este año del fango de un suburbio cairota. Por primera vez en la historia se expondrá la completa colección de Tutankamón, en la actualidad repartida entre El Cairo y Luxor, del que en la actualidad se expone algo más de un tercio (1.800 piezas). Se expondrán más de 5.000 piezas, dos tercios de ellas por primera vez desde que el egiptólogo Howard Carter dio sus primeros pasos en la tumba descubierta en 1922. Serán trasladadas desde decenas de almacenes diseminados por el país y desde el Museo Egipcio en Tahrir, que actualmente acoge la máscara del faraón niño. Se intentará mostrar a Tutankamón de forma distinta, con su contexto. La atracción principal, según afirma la dirección del museo, será el estilo de vida del faraón –que es del final de la dinastía XVIII–: su armario, sus sandalias, sus joyas… Quieren dar otra imagen del faraón dorado y acercarse a Tutankamón como un ser humano, un joven niño sobre el que hay muchas sospechas de que fue asesinado. De hecho se extingue su dinastía tras su muerte y el poder se reparte entre el jefe del ejército y el sumo sacerdote. ¿El motivo? Quién sabe. Quizá quiso desenterrar las creencias de su padre Akenhaton.
El concurso de arquitectura anunciado en 2002 recibió 1.557 proyectos procedentes de 82 países, el segundo más concurrido de la historia de la arquitectura, por delante de la Ópera de la Bastilla, el Centro de Arte Georges Pompidou o de la Biblioteca de Alejandría, y solo por detrás del proyecto del nuevo Trade Center de Nueva York. El diseño ganador pertenecía al grupo irlandés Heneghan Peng Architects, que dirige el proyecto, una construcción que apenas tiene ángulos rectos, imitando la figura icónica de las construcciones faraónicas, de más de 3.000 años. La ingeniería es de Buro Happold y Arop (Ópera de Sidney). La construcción la llevan a cabo un consorcio mitad egipcio (Orascon) y mitad belga (BESIX Group), bajo la supervisión de la Autoridad de Arquitectura de las Fuerzas Armadas de Egipto.
La tercera fase del Gran Museo Egipcio estaba valorada en 810 millones de euros. De los 550 millones presupuestados al inicio, 360 fueron financiados por el Gobierno de Japón. Los gastos han ascendido hasta los mil cien millones de dólares, de los que Japón ha financiado 450 con un segundo crédito. Por ahora lo que funciona a pleno rendimiento es el Centro de conservación y restauración, que fue lo que visitamos. Japón participa con una oficina de expertos en la implantación del Centro de Conservación –proporciona cursos y materiales libres de ácido–, donde cooperan varias organizaciones e institutos científicos, así como misiones arqueológicas de países europeos. Antes de entrar en el laboratorio de restauración las piezas pasan por una especie de “hospital preventivo”, una unidad de fumigación para piezas orgánicas. También existen laboratorios para la restauración de madera, metal y vidrio, donde ya se trabaja con restauradores exclusivamente egipcios –45% mujeres–, con criterios internacionales, sobre piezas de los almacenes del Museo Egipcio de la plaza Tahrir. Así, tuvimos la ocasión de observar los trabajos de restauración de un papiro del Libro de los Muertos, de la Dinastía XXI, un papiro real (de una reina), cercano a los dos metros de longitud, o unas sandalias pertenecientes al ajuar funerario de Tutankamón, varios sarcófagos policromados, un carro de guerra dorado y otras maravillas de la antigüedad faraónica. Y lo que más impresiona es verlos sin vitrinas, objetos de un valor incalculable de miles de años que nos dan la imagen de una civilización grandiosa y sofisticada.
Otro laboratorio, el de las piedras, tiene una puerta de grandes dimensiones y grúas para mover esas piezas monumentales. Por ejemplo, un capitel de columna de 10 toneladas; una estatua de alabastro de Micerinos, a quien se atribuye la tercera pirámide; una escultura de la Diosa Sejmed, procedente de Luxor; un sarcófago greco-romano de Alejandría; dos esfinges del imperio medio de los almacenes del Museo Egipcio de la plaza Tahrir; escrituras en piedra del Imperio Medio, utilizadas sucesivamente por varios faraones; una estatua de Amenhopet III con Ra-Horakhty, de su templo en Luxor, o grandes soportes con 87 piezas desde la prehistoria a la época greco-romana. El asombro continúa.
Diecinueve laboratorios se encargarán, una vez inaugurado el museo, de labores de investigación de las 50.000 piezas no expuestas, que permanecerán en almacenes accesibles a investigadores de todo el mundo. El nuevo museo no expondrá las momias reales, atesoradas en el Museo de la Civilización Egipcia, inaugurado en 2017. Pero sí expondrá momias de las Dinastías XXV, XXVI y XXVII. Como aperitivo, entre el 6 y el 8 de mayo de 2018, el museo acogerá la IV Conferencia Internacional sobre Tutankamón.
El Gran Museo Egipcio desbancará sin duda al Antiguo Museo de Tahrir, hasta hoy el primer museo de Oriente Próximo. Apenas tomará 15.000 piezas del Museo Antiguo, que en lugar de la famosa máscara de Tutankamón expone ya la máscara del Faraón Sethnajt, general que fundó la XX Dinastía.
He de confesar que a mí me gusta ese viejo museo de la plaza de Tahrir. Con esa atmósfera decimonónica, enciclopédica, con esos muebles de madera con vitrinas de cristal, esos techos altos, esa acumulación de piezas maestras de una civilización donde la riqueza y calidad de los detalles daría para varios días de estancia. En esta ocasión he pensado en cómo los revolucionarios y entre ellos estudiantes y empleados del museo formaron una brigada especial para proteger esos tesoros. Hubo intentos de saquearlo, buscando en las momias el “mercurio rojo”, una de esas creencias esotéricas que subyacen debajo de la realidad y que me ha contado Nacho Ares. Ese mercurio rojo sería una especie de piedra filosofal.
Como se trataba del último día, para despedir a Egipto y El Cairo me encaminé con algunos miembros de la expedición a contemplar el Nilo. En el puente que une Tahrir con la isla del Nilo se sitúan las mujeres jóvenes a contemplar al río. Se acerca un muchacho y comienzan a hablar, observando siempre la corriente hasta que se miran discretamente. Es el comienzo del ligue, que si prospera se refugiará en otros lugares más discretos, debajo del puente, en las orillas, donde poder hablar con más intimidad. El Cairo tiene lugares que uno podría recorrer durante días, y en todos hay historias. En uno de esos paseos, despistada la dirección a la que íbamos, acabamos inmersos en una aglomeración inenarrable, un viernes por la tarde, con salida de mezquitas, mercado nocturno, tráfico infame, polución y caos. El Cairo en estado puro. Pero tiene algo esta ciudad que te engancha, a pesar de su evidente exageración, sus desmedidas medidas. Esas parejas que vemos en el puente son el futuro de este país, un país que ha vivido una revolución popular con la caída de Hosni Mubarak, un periodo con los Hermanos Musulmanes y otro después, con el golpe militar y las posteriores elecciones que dieron el triunfo al general Abdelfatah Al-Sisi.
La visita a la plaza Tahrir y al monolito central, donde ondea una gran bandera egipcia, era obligada. El recuerdo de una revolución que cambió el mundo y cuyos coletazos hoy sentimos aún me llevó a ese lugar tras el anuncio del irresponsable Donald Trump de reconocer a Jerusalén como capitán de Israel. La plaza estaba vigilada por policía, antidisturbios y secreta, que controlaban mochilas y viandantes. Aunque en general en Egipto se nota en algunos puntos el control del ejército y la policía, es un país seguro, o al menos con la seguridad que se puede tener en un mundo tan incierto como éste en el que vivimos.
Me despido de este maravilloso país en esta plaza Tahrir, donde nacieron tantas cosas, donde florecieron tantas esperanzas y donde se dirimieron tantos destinos. Nada que no haya vivido ya un país con una cultura de más de 4.000 años de antigüedad. Y sí, estoy de acuerdo, Egipto, como otros muchos países, se salvarán por la cultura.
Alfonso Domingo es director de documentales y escritor. Es autor de la novela El espejo negro, premio Ateneo de Sevilla. En FroteraD ha publicado Camino a Taos (De Billy the Kid a ‘Breaking Bad’), Cuando luchar por la libertad del negro pasaba por la guerra de España y La lucha de los negros pasó por España. Héroes invisibles en la Guerra Civil.