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Egoísmo nacional

 

Querido Luis Miguel:

 

Me hablas de ese éxodo clasemediero cuando lo que aquí empieza a crear desasosiego es la peregrinación de patrimonios. Forajidos fiscales —de España y de Francia, por ejemplo— en busca de Haciendas más benévolas saltándose las barreras impositivas vía transferencia bancaria. Porque el mundo todavía no es plano.

 

Pudiera parecerlo. Amanece en Tokio y en cuestión de segundos el mundo financiero ha puesto en circulación unos cuantos miles de millones de dólares; al final del día, cuando los brokers de Wall Street bajan la persiana, ese movimiento de capitales suma casi dos billones. ¿Cómo no pensar por tanto que todas las fronteras han sido derribadas y el mundo está hoy plenamente globalizado?

 

Yo me había creído eso que el profesor Pankaj Ghemawat (Redefiniendo la globalización, 2007) llama «la sandez global». Mira: las empresas norteamericanas que entre 1995 y 2004 operaban en el extranjero no suponían ni el 1% de todas las compañías de Estados Unidos, la inversión directa extranjera nunca ha llegado al 10% de la inversión total, apenas el 3% de las llamadas telefónicas que se realizan en todo el mundo son internacionales, en países como China e India solo es posible montar un negocio de la mano de un socio local y la cultura más local puede obligar a revisar de arriba abajo la estrategia de internacionalización mejor pensada de empresas como Coca-Cola.

 

Prueba de esa importancia de las fronteras es que la crisis global parece haber despertado una suerte de egoísmo nacional. ¿Recuerdas por ejemplo la «guerra de divisas» desatada hace ahora dos años? ¡Sálvese quien pueda!

 

Ahora el Renqueante Continente cavila cómo solucionar el problema de una Unión Económica y Monetaria a medio hacer porque la prima de riesgo es lo mismo que decir que el euro de Alemania no tiene el mismo valor que, por ejemplo, el de España, así que a una empresa de Madrid le cuesta más financiarse –hablo de dinero constante y sonante, no solo de esfuerzo– que a una de Berlín. Cada país mirándose, eso sí, el ombligo, que luego ante quien hay que explicarse es ante los paisanos de cada uno. Y quizá por eso tiene razón José Manuel Durão Barroso cuando dice que los europeos somos de «nacionalizar los éxitos y europeizar los fracasos».

 

M. V.

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